Ojo con la señal peruana

Ojo con la señal peruana

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Que el pueblo peruano enfrenta una grave crisis política, no cabe duda. Que hay varios factores que acudieron para desatar esta situación, tampoco. Sin embargo, es de vital importancia detenerse en los datos de opinión pública que dotaron de “legitimidad” a la audaz y compleja medida del Presidente Martín Vizcarra, de disolver el Congreso invocando sus facultades constitucionales, para acabar así con los recurrentes choques de poderes y obstrucción de la mayoría fujimorista.

Según el primer sondeo de la encuestadora CPI, -efectuado después de que el Mandatario tomara la medida- el 89,1% de los encuestados afirmó que Vizcarra es el “Presidente legítimo”, y un 89,5% apoyó la decisión del Presidente. Solo el 9,3% de los entrevistados se declaró en contra de la medida. Otro estudio del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), constató similares resultados: un 76% -entre 1.216 ciudadanos encuestados en Lima y el interior del país- considera que Vizcarra es el Presidente constitucional del Perú y un 84% adhiere a la medida de disolver el Congreso.

No es la intención de este artículo analizar la situación del Perú, que enfrenta un dramático escenario en el que las FF.AA. se han transformado en factor de legitimidad de una medida de facto que introduce al autoritarismo como manera de resolver la crisis interna. En cualquier caso, lo que queda claro es que un Presidente designado disuelve un Parlamento democráticamente elegido, en un contexto político que está en pleno desarrollo y que deja una conclusión: quien perdió indiscutiblemente en Perú, fue la política.

En Chile, nuestra clase política debería recibir ese mensaje que flota en el aire. Las “acciones del mercado” de la política están crecientemente a la baja en la opinión pública y precisamente por ello, se debería tomar nota con mayor detalle, de cómo la gente observa y califica los actos de sus representantes. Todos los actores de la institucionalidad política son, al fin y al cabo, mandatarios de una ciudadanía que mira cada vez con mayor lejanía el desempeño de autoridades que no logran reflejar adecuadamente las inquietudes de un votante cada vez más crítico, desconfiado y demandante. La mayoría de las personas siente que no son tomadas debidamente en cuenta, evalúan mal la política y -más allá de quien enarbole anuncios o promesas- declaran perdidas las esperanzas de cambios sustantivos. Esto hace muy vulnerables a las democracias.

Una de las prioridades de cualquier institución es prestigiar la acción política. Más allá de las legítimas diferencias de partidos o bloques, no hay que olvidar que el destinatario final de cualquier acción pública es la ciudadanía y que la imagen que la gente construye de la política está determinada por la forma en que sus actores la difunden e implementan. Más que los discursos, los gestos cotidianos constituyen realidad. Pensando en la situación de Perú, son señales para no olvidar. (La Tercera)

Juan Carvajal

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