Nuestra gran falencia

Nuestra gran falencia

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Chile es un país paradojal: cada tanto tiempo desconoce sus propios logros y los destruye para volver a empezar. Nuestra fragmentación ridícula de derecha-izquierda nos impide coronar con el éxito del desarrollo. Cada vez que hemos estado cerca, lo hemos destruido. Evidentemente hay distintas versiones de lo que es el desarrollo, que sin duda es más que solo crecimiento (bienestar material), pero sin éste es literalmente imposible. Es una condición sine qua non. Por un lado, la izquierda aborrece el capitalismo y el liberalismo (que hoy califican como neoliberalismo y lo califican de perverso), escencialmente bajo la premisa de que produce demasiada desigualdad.

Los budistas dicen que toda vara tiene dos puntas pero es solo una vara. La sabiduría consiste, entonces, en aprender a mirar la vara más que las puntas. La sabiduría es, por un lado, lo que une el conocimiento cada vez más atomizado y, por otro, lo que une el conocimiento con el sentido humano desde el punto de vista de la acción. Podemos ahondar interminablemente la idea o símbolo de la sabiduría, pero claramente sea ésta lo que sea, sin duda alguna no es la mirada de los extremos que se excluyen entre sí, como ha sido la izquierda y la derecha en nuestro país. Para unir, hay que encontrar el camino intermedio en que la tensión de los opuestos está equilibrada, es armónica. La vara jamás podrá eliminar una de sus puntas ya que dejaría de ser tal.

La derecha tiende a ser preponderantemente racional: “Le gustan los números, las estadísticas, y las metas claras”. Le gusta la economía y la eficiencia, reconociendo el valor de la competencia. La izquierda tiende a ser emocional, subjetiva, reconociendo el valor de la colaboración. Le gusta la sociología, el debate colectivo permanente, y el proceso más que el resultado. La derecha reclama meritocracia, la izquierda la igualdad. En la psicología junguiana lo primero corresponde a lo masculino, lo segundo a lo femenino, no desde el punto de vista biológico sino de estructuras de pensamiento. Pues bien, ninguna de las posiciones se puede excluir en una sociedad sana, y es necesario encontrar el equilibrio que variará de sociedad en sociedad, y en cada tiempo. Uno es el círculo, otro es el cuadrado, ambos muy difíciles de articular de manera perfecta. Ahí está el arte de la política y también su ciencia.

El drama empieza cuando estas posiciones ideológicas se transforman en religiones con sus dogmas inamovibles. Esto ocurre cuando los extremos de la vara califican ética y moralmente al otro extremo como el “mal”, y lo tratan por ende de eliminar. Esta es una herencia de las cosmogonías religiosas dominantes del occidente. Bien y mal, sin embargo, no son categorías independientes: solo se definen una en relación a la otra. Siempre van juntas.

En Chile estamos llenos de fundamentalistas que se creen dueños de la verdad absoluta y que reclaman superioridades morales en relación a sus adversarios.

No “sabemos” si al final del camino hay una gran verdad o más de una. Si hay un Dios o muchos. Si hay un universo o muchos. Por ello precisamente es que solo podemos “creer” en una u otra alternativa, nadie lo sabe con certeza. Dado lo anterior, y mientras dilucidamos estas grandes preguntas ontológicas, la tolerancia de los grandes acuerdos es clave en la política.

Sebastián Piñera ha dado la primera señal de querer ir en ese camino. Veremos si avanza con acciones. La oposición, lamentablemente hoy muy fragmentada, deberá decidir si quiere seguir el “avanzar sin transar” o volvemos a la cordura y logramos todos juntos el desarrollo del país, al que solo se llega por el camino intermedio.

La Tercera

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