Nixon, recordando una renuncia

Nixon, recordando una renuncia

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Hace justo 50 años se destapó el caso Watergate y sólo dos años después, en 1974, Richard Nixon informó su renuncia al cargo de presidente de los EEUU. Fue la primera y única vez que un mandatario estadounidense se ha visto sometido a tan embarazosa circunstancia. Por eso, se dice que “Tricky Dick”, como le apodaban, es el más controversial de todos cuantos han llegado a la Casa Blanca.

Habían transcurrido poco más de cinco años de la ajustada primera victoria presidencial sobre Hubert Humphrey y tan sólo uno de la apabullante reelección. En esta última literalmente aplastó a George Mc Govern, emblema del entonces ascendente progresismo del Partido Demócrata. Nixon propinó una de las palizas electorales más notables de la historia política estadounidense, ganando en 49 estados. El demócrata solo en uno. Ello no impidió la terrible impopularidad que lo rodeó en el ocaso de su vida política.

“Nunca lo olvides, estimado Henry, la prensa, el establishment y los profesores universitarios son los enemigos”, le dijo poco antes de anunciar su renuncia a su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger. Son palabras reveladoras de cuán tortuosa había sido su paso por la política.

Kissinger, el pro-hombre del realismo en las relaciones internacionales desclasificó aquella advertencia sólo el año pasado, cuando preparaba el texto de su último libro, recién publicado, Liderazgos, donde analiza la biografía de seis grandes estadistas mundiales; entre ellos, el propio Nixon. A su vez, el Archivo Nacional acaba de ratificar el disclosure de esta plática en el marco de una mega-desclasificación de 90 mil documentos de aquellos turbulentos años.

Vietnam desató en Nixon una paranoia sin límites y que minó su extraordinaria popularidad.

La palabra que se reitera en todo este proceso y montañas de documentos es VietnamJustamente fue esa guerra la que desató en Nixon una paranoia sin límites y que minó su extraordinaria popularidad. Las primeras alertas sobre el curso de los acontecimientos provinieron de los ambientes universitarios, político y de los medios de comunicación. Pese a lo evidente, Nixon zigzagueó, dilató y se paseó por cuanto recoveco encontraba a propósito de Vietnam. La posición antibélica de Walter Cronkite, el famoso periodista de la cadena CBS, fue generando una atmósfera donde la intuición y racionalidad de Nixon colapsaron.

Se concentró en tratar de neutralizar las tres fuentes de su molestia. Lo hizo con tanta aversión que cometió infinidad de errores, dejando al descubierto una personalidad extraña y autodestructiva. Pidió elaborar una “lista de enemigos” para evitar contactos y bloquearlos. Mantener a raya a cuanto indeseable se le cruzara. Ahí se le empezó a decir “Tricky Dick”. Tal conducta se demostró muy peligrosa. Especialmente en democracia.

Por eso, lo ocurrido durante el gobierno de Nixon nunca pierde actualidad y con frecuencia se citan y analizan pasajes de su vida, particularmente durante los dramáticos momentos finales. Su examen resulta instructivo para aquellos regímenes presidencialistas, donde la figura del jefe de Estado es tan determinante.

¿Cómo puede un presidente tan popular transformarse de súbito en uno profundamente repudiado en los ambientes políticos? ¿Hay diferencias entre el cinismo inescrupuloso de un presidente y el de otros? ¿Existe alguna métrica para determinar cuán deplorable puede ser la conducta de un jefe de Estado?

La enorme adrenalina desatada con Watergate aceleró su adicción al whisky, complicando día a día su situación; cometiendo error tras error.

Es difícil abordar estas dudas, pero el accionar desembozado de Nixon, con tantos vericuetos y túneles subterráneos, da algunas pistas.

Nixon, a quien Niall Ferguson califica de “misántropo e introvertido”, llevó las cosas demasiado lejos, cuando ordenó a cinco leales suyos -disfrazados de plomeros- a ingresar subrepticiamente en la sede del Partido Demócrata para capturar información útil. Nunca nadie ha podido despejar la duda de para qué necesitaba aquella información, la cual al irse develando lo hundió en una red de inconsistencias y laberintos verbales. Por eso, no extraña que varias de esas triquiñuelas y turbias historias expliquen el éxito de la serie House of Cards.

La enorme adrenalina desatada con Watergate aceleró su adicción al whisky, complicando día a día su situación; cometiendo error tras error. Esa templanza de antaño, que lo había hecho popular como compañero de fórmula de Dwight Eisenhower y su gran ascendiente sobre el Partido Republicano, se evaporó.

Entre los numerosos yerros cometidos por Nixon estuvo la orden al FBI de no investigar, cuando los “plomeros” fueron descubiertos y arrestados. Eso no detuvo la acción de los numerosos contrapesos constitucionales, que es donde radica gran parte del éxito de la democracia estadounidense.

El 30 de julio de 1974, o sea hace exactamente medio siglo, la Corte Suprema ordenó al presidente entregar las cintas que guardaba con las grabaciones que él, meticulosamente, hacía sobre su gestión. En semanas saltaron numerosos otros casos igual de truculentos, como el de Daniel Ellsberg sobre los llamados Papeles del Pentágono. Otros antiguos, como su morboso apoyo en 1972 al congresista demócrata Roman Pucinski en una iniciativa de discriminación positiva para avivar el conflicto interracial al interior del Partido Demócrata. Incluso la sórdida acusación de espionaje soviético al entonces respetable Alger Hiss, presidente de la Carnegie endowment.

Como sagaz político que era, Nixon se dio cuenta muy rápido que perdía apoyo parlamentario, y que los medios de comunicación se estaban dando un banquete.

Kissinger, quien se salvó del descalabro, ha reconocido innumerables veces el excepcional olfato y talento de Nixon, especialmente en cuestiones mundiales.

En este ambiente emergió el Washington Post como un medio inigualable para la investigación periodística y como pilar de una democracia. Demostró disponer de excelentes fuentes en los más recónditos entresijos de la política. La más espectacular de todas, “Garganta Profunda”.

Sus reporteros, Carl Bernstein y Bob Woodward cobraron notoriedad mundial. Su labor periodística quedó reflejada en muchos libros, de su propia autoría y de otros, aunque lo más espectacular de sus respectivas carreras quedó plasmado en la cinta Todos los Hombre del Presidente (1976), protagonizada por Dustin Hofmann y Robert Redford, galardonada con 4 Oscares y muchos otros premios.

Nixon fue reemplazado por su vicepresidente Gerald Ford, quien le devolvió el honor y le otorgó el perdón presidencial. Kissinger, quien se salvó del descalabro, ha reconocido innumerables veces el excepcional olfato y talento de Nixon, especialmente en cuestiones mundiales. Por eso, lo sitúa, en su última obra, junto a Charles de Gaulle, Lee Kwan-Yew, Margaret Thatcher, Anwar al Sadat y Konrad Adenuaer.

De Nixon rescata la capacidad de superar el mundo bipolar de la Guerra Fría al abrirse a la oscura y hermética China de Mao. También el esfuerzo personal de ir a Moscú y motivar a Brezhnev a la firma del SALT 1, la primera limitación a la producción de armas estratégicas.

Acierta Kissinger al ubicarlo como un gran líder en términos politológicos. Durante su mandato se creó la Agencia de Protección Ambiental y puso en vigor la Water Pollution Act (una época en que nadie hablaba de esos temas). Llevó a Neil Armstrong a la Luna. Se suele olvidar que la NASA es una entidad pública. En otro plano, redujo de 21 a 18 años la edad para tener derecho a voto. Fueron iniciativas excepcionales, poco recordadas, debido al tremendo peso de Watergate.

Una vez retirado de todo, se dedicó a escribir sus memorias y otros seis libros. En todos se observa una enorme vocación por las cuestiones públicas. Sin embargo, sigue siendo un buen ejemplo de políticos que logran entusiasmar a su sector, con nítida claridad respecto a sus ideas, pero que, de improviso, el ejercicio del poder los extravía y hunde. Muchas veces es el precio de sus propios errores. (El Líbero)

Ivan Witker