Modernización, resultados electorales y cambio-Harald Beyer

Modernización, resultados electorales y cambio-Harald Beyer

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Es tentador interpretar el resultado en la elección de convencionales constituyentes como una demostración de un juicio crítico y definitivo sobre los últimos 30 años. Después de todo el así llamado duopolio (por las dos coaliciones principales de este período) sumó apenas un 35 por ciento de los votos. Se anticipa, entonces, una transformación profunda del “modelo chileno”, que dichas coaliciones habrían defendido, se argumenta, acríticamente.

Ahora bien, la coalición que clama propiedad sobre un “nuevo modelo” obtuvo un 18,7 por ciento en estas elecciones. Un resultado interesante, pero que difícilmente permite instalar esa nueva visión que, por lo demás, es bien difusa. Sin embargo, la llave, parece creerse, la tendrían los independientes. Se los interpreta en clave ideológica y es posible que ello no sea incorrecto (a juzgar por algunas declaraciones). Pero parece ser una mirada muy reduccionista. Desde luego, porque si uno ve la elección de concejales, quizás la más política de las cuatro que se registraron ese 15 y 16 de mayo, las dos coaliciones que se turnaron durante gran parte de los 30 años obtuvieron una votación que casi duplicó la obtenida en los comicios de convencionales. Los partidos de la lista Apruebo Dignidad, en cambio, aumentaron en menos de tres puntos porcentuales su caudal popular quedando bastante por debajo de las coaliciones tradicionales.

Por cierto, había menos independientes (de hecho, para la Convención se facilitó la presencia de ellos), pero sí alternativas ideológicamente radicalizadas que fueron muy poco votadas. No es evidente, entonces, que los votantes que eligieron independientes para la Convención tengan una carga ideológica específica.

Hay explicaciones alternativas que pueden tener más sentido. “La incorporación de una parte importante de la población a las clases medias ha elevado sus expectativas y aspiraciones, causando por ello una reacción más intensa si ellas no son satisfechas en la realidad. Una participación política más amplia ha incrementado las demandas sobre el gobierno. Un bienestar material más amplio ha llevado a una proporción importante de la población, particularmente entre los jóvenes y las clases profesionales ‘intelectuales’, a adoptar nuevos estilos de vida y nuevos valores sociopolíticos… Y, más recientemente, la desaceleración en el crecimiento económico ha amenazado las expectativas creadas por el crecimiento previo, pero dejando intactos los valores ‘post burgueses’ engendrados entre los jóvenes y los intelectuales”, escribían hace poco más de 45 años tres destacados académicos (Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watanuki) en un reporte denominado “La Crisis de la Democracia”.

Es inevitable la impresión de que describen fenómenos que nuestro país está viviendo, indudablemente que con sus propias particularidades. Es interesante, además, que su análisis se refiere a democracias que miramos con admiración.

Algunos años antes uno de estos autores, en su “Political Order in Changing Societies”, advertía que era un error pensar que la modernización y progreso económico permitían asegurar estabilidad. El escenario más probable, en lugar del determinismo implícito en esa creencia, es que emergieran tensiones producto de los cambios sociales y culturales que suelen movilizar nuevos grupos sociales y demandas más complejas que las instituciones políticas rara vez son capaces de acomodar, particularmente si el proceso de modernización es acelerado. En ese sentido la inestabilidad que se genera es casi una condición necesaria para que evolucionen dichas instituciones. Por cierto, la transición, y así lo reconoce Huntington, puede ser caótica y desordenada, pero si se encauza institucionalmente, como hasta ahora, también virtuosa.

La importancia de perseverar en ello no se puede dejar de repetir. La pérdida de confianza en todas las instituciones políticas —también en otras— que ha ocurrido en los últimos lustros, difícilmente se puede desligar de este fenómeno. La buena votación de los independientes es indistinguible de él (los partidos son la institución política menos confiable). Este puede ayudar a explicar, también, el mal resultado de líderes de los autodenominados movimientos sociales. Tampoco han tenido capacidad de reconocer las nuevas trayectorias vitales y demandas de quienes conforman los nuevos grupos sociales emergidos en los últimos 30 años.

En el futuro, tendrán más éxito político los sectores que tengan la creatividad de promover nuevas instituciones y políticas con las capacidades de acoger las nuevas realidades que van emergiendo a propósito de la modernización económica y social. En este sentido, el escenario político podría estar más abierto del sugerido por algunos análisis preliminares de los últimos días. (El Mercurio)

Harald Beyer

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