La pregunta de Aravena fue el núcleo de la conferencia de prensa con la que se inauguró la Bienal, que reunió a más de 150 periodistas especializados venidos de todos los rincones del mundo. ¿Acaso esto significa que la arquitectura abandona su tradicional solipsismo para zambullirse en los problemas cotidianos de la vida de la gente? ¿Estamos ante un traslado del protagonismo en la disciplina desde el centro a la periferia? ¿Adónde puede conducir esto de incorporar la participación en los procesos de diseño? ¿Es este el comienzo del ocaso de la » starchitecture » y el diseño de obras icónicas pero indiferentes a las identidades locales? Aravena no tenía respuestas a todas las interrogantes, pero fue despedido con aplausos.
La pregunta de Aravena es, asimismo, la que reúne en Venecia a los miles de visitantes de la muestra, en su mayoría arquitectos y urbanistas provenientes de todas partes, quienes la recorren con ese respeto y minuciosidad que se reserva a los objetos sagrados.
Por los pasillos de la Bienal se escuchan por cierto decenas de lenguas, pero hay una en particular que se oye por todos lados, como si fuera un murmullo: el chileno.
En efecto, chilenos hay por montones. La Universidad Católica, por ejemplo, encabezada por su rector, se hizo presente con una delegación de más de una centena de alumnos y académicos. No vinieron solos: trajeron con ellos una muestra de obras de la arquitectura chilena del último cuarto de siglo; y aparte de visitar la Bienal, realizan seminarios, cursos y ejercicios para internalizar lo que Venecia enseña a la arquitectura de todos los tiempos.
El peso de Chile en la muestra de arquitectura más importante del mundo, que fija por años los derroteros de la disciplina, parece totalmente desproporcionado. Pero no lo es. Refleja la relevancia internacional que ha adquirido su arquitectura; una arquitectura que ha resistido la coquetería y preservado el pudor; esa frágil virtud que reposa antes en lo que se oculta que en lo que exhibe, con una creatividad que brota antes de la escasez que de la abundancia, para quien la simplicidad puede más que el artificio, desacoplando el valor de las cosas -como le gusta decir al propio Aravena- de su costo económico.
La presencia chilena en la Bienal de Venecia, por lo mismo, no es ni desproporcionada ni accidental. De hecho, en ninguna otra área, sea del conocimiento, la economía, la tecnología, el arte o el deporte, Chile ocupa un lugar más destacado que el que tiene su arquitectura a nivel internacional.
Cuando se debate acerca de las claves a partir de las cuales Chile podría dar un salto en materia de innovación y competitividad, quizás sea hora de no seguir recurriendo a gurús extranjeros y de embelesarse con Silicon Valley, sino de hacerse la pregunta de Aravena y de mirar a Venecia. (Emol)