Mirando por el retrovisor

Mirando por el retrovisor

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Se sale con todo a perseguir a Cabify y Uber. Se apura una reforma que regula un espacio pequeño de la gran masa de trabajadores. La gratuidad puso el foco en el mundo universitario -y el gasto- en menos del 20% de los estudiantes en Chile. La reforma educacional partió por los colegios particulares subvencionados, no por los municipales. Se legisla una nueva forma de detención por sospecha, aunque nada demuestra que persiga de manera eficiente el delito. ¿Qué tienen en común? Parecen rascar donde no pica: buscan solucionar problemas no prioritarios. Ninguna de estas reformas pasa el test básico de las políticas públicas post transición: ser técnicamente impecables y políticamente sustentables. ¿Era necesaria esta paranoia fiscalizadora para un sistema que se estaba complementado de manera eficiente en los taxis?¿Era razonable abocar todos los esfuerzos a una legislación orientada sólo a sindicatos de grandes empresas o era mejor poner el foco en la protección de trabajadores por hora y el empleo femenino? Lo de educación por majadero, ya parece broma: los estudiantes del Inacap sin gratuidad, mientras varios de mayores ingresos estudian gratis en la universidad. ¿Por qué pasa esto? Primero,  porque grupos de interés con baja representatividad se visten de movimientos sociales aumentando su capacidad de influencia. Sólo mentes imaginativas pueden creer que la CUT representa todo el mundo del trabajo en Chile. La Confech y el Cruch representan a menos de la mitad de la educación superior. Y el sindicato de taxistas no representa los problemas del transporte en Santiago. Todos hay que tomarlos en su mérito: grupos de interés haciendo legítimo lobby por sus asociados.

Más importante que si una reforma está hecha a la medida de la CUT, la Confech, el Cruch o un sindicato de taxistas, es evaluar su utilidad para el bien común. Lo que se ha hecho deja mucho que desear en este sentido. Esto parte por un Gobierno que ha sido débil en limitarles su campo de acción: ha identificado los intereses corporativos de quienes más copan la agenda con las urgencias de Chile. Y sigue con el resto de la clase política que ha mirado este fenómeno embobada por su propia endogamia. Está enferma de narcisismo: al igual que el resto, confunde su propio interés con la necesidad de Chile. Hablan de cuidar la democracia buscando protegerse a sí mismos. La única forma de mirar al futuro es dejar de escuchar a quienes más gritan o quienes más se conocen. Ese fue el primer descubrimiento de la democracia representativa y el libre comercio: la descentralización de las decisiones permite avanzar más rápido y satisfacer una mayor cantidad de necesidades. Eso superó la vieja etapa de los cabildos que controlaban unos pocos y los estancos comerciales que permitían el abuso y la ganancia ilimitada de los amigos del gobernante.

El Estado debe corregir fallas de los mercados y mejorar la calidad de las instituciones. Justo lo que estos días se está haciendo mal por miedo a la misma democracia y el viejo conservadurismo de creer que la mejor forma de decidir es centralizar las decisiones entre unos pocos que participan activamente. Da lo mismo si esos pocos son los con dinero, con poder político o con vocería social. Todos ellos siguen tratando de concentrar el poder.  Llegó la hora de volver a descentralizar el poder con más mercado y una mejor democracia. (La Tercera)

Sebastián Sichel

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