Michael Sandel: «Meritocracia crea sociedad de ganadores y perdedores»

Michael Sandel: «Meritocracia crea sociedad de ganadores y perdedores»

Compartir

De camisa negra, afable, rodeado de libros, este filósofo y profesor de derecho de Harvard se conecta vía Zoom desde su luminosa casa en Boston y, durante una hora, se explaya con Tendencias de La Tercera acerca de su nuevo y esperado libro, “La tiranía del mérito”.

Entre muchas distinciones, es ganador del Premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales, autor de libros canónicos como Lo que el dinero no puede comprar, y referencia obligada en filosofía política. Sus conferencias a menudo convocan a miles de asistentes y se viralizan en redes sociales.

En este libro realiza un análisis profundo y crítico sobre el auge del concepto de la meritocracia, la idea de que cada cual pueda llegar tan lejos como su talento y esfuerzo lo permitan. En su opinión, el resultado de la aplicación de este concepto no ha llevado a una sociedad más justa, sino a una en que las elites justifican y validan su estatus porque piensan que lo merecen y que solo es obra suya, provocando soberbia en los privilegiados y humillación y resentimiento en quienes se consideran “perdedores”. Que la centroizquierda haya abrazado este ideal, y haya olvidado -en su mirada- a las clases trabajadoras y medias, explica la atracción por figuras populistas como Trump, Bolsonaro o Marine Le Pen en el mundo de hoy.

-¿No es contraintuitivo escribir en contra de la meritocracia, si es la alternativa, por ejemplo, a la aristocracia?

-Entiendo que pueda sonar contraintuitivo, especialmente si el opuesto a la meritocracia es, como tú dices, la aristocracia. Pero lo que yo estoy tratando de sugerir es que hoy el opuesto a la meritocracia es la democracia y el bien común. Suena paradójico, quizás, así es que déjame explicar. La meritocracia es un ideal atractivo, especialmente si la alternativa es el privilegio heredado, patronazgo, nepotismo y corrupción. Yo, por cierto, estoy en contra de esas cosas. Y el mérito tiene su lugar. Asignar importantes roles sociales a aquellos que están calificados es algo bueno. Si requiero cirugía, necesito un médico muy bien calificado para que me opere. Entonces, el mérito en sí es algo bueno, y es una alternativa deseable frente a otras como las que describí, quiero partir dejando eso claro.

-Pero, para usted, tiene un lado oscuro.

-Sí. Tal como se ha desarrollado, especialmente en las últimas décadas, en sociedades impulsadas por el mercado, ha tenido un lado oscuro. Y este es que las actitudes que la meritocracia alienta, esto es, una sociedad de ganadores y perdedores, esa manera de pensar en la sociedad, es corrosiva para el bien común. Ese es el argumento principal de mi libro. Y trato de mostrar cómo, especialmente en las últimas cuatro décadas, la versión de la globalización impulsada por el mercado, ha profundizado la división entre ganadores y perdedores en nuestra sociedad, ha envenenado nuestra política, y nos ha separado. En parte por las desigualdades, pero también por las actitudes hacia el éxito que esta idea promueve, que es que aquellos que han triunfado han llegado a creer que su éxito es solo obra de sí mismos, que es la medida de su mérito. Y aquellos que han quedado atrás, no tienen a nadie a quien culpar por eso salvo a sí mismos. Eso es lo que llamo “la tiranía del mérito”

-Y usted sostiene que esto ha creado una elite muy educada, cosmopolita y arrogante, a la que no le importan las clases menos favorecidas. ¿Por qué?

-Lo que pasó es que la meritocracia produce arrogancia en los ganadores -la llamo “arrogancia meritocrática”- y humillación en los que quedan atrás. Porque en el corazón de la idea meritocrática está la creencia de que si las oportunidades son iguales, los ganadores merecen lo que han ganado, que es solo suyo. Pero hay dos problemas con esa idea. Primero, que las oportunidades no son verdaderamente iguales en nuestras sociedades: los ganadores parten con ventajas tremendas. Entonces, en todas nuestras sociedades, no vivimos de acuerdo a los principios meritocráticos que profesamos. Además, incluso si pudiéramos lograr total igualdad de oportunidades, aquello sería bueno, pero no suficiente para hacer una sociedad justa o buena.

-¿Por qué?

-Porque una meritocracia perfecta podría incitar a los ganadores a pensar que merecen muy profundamente su propio éxito. A no olvidar que la suerte y la buena fortuna los ayudaron en el camino, y a olvidar su sentido de deuda por su éxito, hacia sus padres, profesores, comunidades, países.

-Y usted cita otros factores -además de la suerte- que inciden en el éxito individual y que también considera arbitrarios o contingentes, como por ejemplo, poseer las destrezas que la sociedad en un momento dado valora más.

-Sí, y el ejemplo que uso en el libro es el de las grandes estrellas del deporte, que son muy exitosos y ganan mucho dinero. Uso el ejemplo del basquetbolista Lebron James. Pero podría usar cualquier otro. ¿Quién es un jugador de fútbol popular en Chile?

-Alexis Sánchez podría ser.

-¡Ok! Una estrella del fútbol o básquetbol, por cierto son grandes atletas. Trabajan y entrenan duro. Pero hay tres elementos de suerte y arbitrariedad moral en su éxito. El primero tiene que ver circunstancias favorables familiares, tener buenos entrenadores, profesores, oportunidades. Segundo: tener grandes talentos atléticos. No es solo el training y el esfuerzo lo que los hace grandes deportistas, sino también el ser talentosos en sí, más allá de lo que hagan. Y el tercero, es el que dices tú, que es muy importante. Y es que Lebron James vive en una sociedad y en un tiempo donde amamos el básquetbol, y eso es buena suerte. Si hubiera vivido en el renacimiento, en cambio, no les importaba el básquetbol, sino la pintura al fresco… Entonces hay tres ingredientes (además de la suerte) contingentes y arbitrarios en el éxito: crianza, talento y el match entre los talentos que tenemos y lo que la sociedad quiere, premia y recompensa en el momento.

UNA SALIDA PARAEL PROGRESISMO

-Usted plantea que fue un gran error de la centroizquierda en el mundo el adoptar esta idea de la meritocracia, abandonando la representación de las clases trabajadoras y medias. Es crítico, en ese sentido, de Obama, por ejemplo. ¿Por qué pasó eso?

-Sí. Representa un gran cambio en los alineamientos políticos, y lo que impacta es cómo este patrón es común en democracias alrededor del mundo. En 2016, con el voto del Brexit en UK y la elección de Trump en Estados Unidos, los partidos de centroizquierda (Laborista y Demócrata, respectivamente), se habían convertido en partidos más sintonizados con los valores, intereses y perspectivas de las clases profesionales, educadas en universidades, con buenas credenciales. Y habían alienado a los votantes de clase trabajadora, que tradicionalmente constituían su base y su razón de ser… Y eso dejó a muchos votantes de clase trabajadora abiertos a los atractivos de figuras populistas de derecha o autoritarias, como Trump.

-¿Cuál es el origen de este cambio de la centroizquierda, a su juicio?

-Esto se remonta a los 80, cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher llegaron al poder con el argumento explícito de que el gobierno es el problema y los mercados, la solución. Y cuando ellos salieron de la escena política y fueron sucedidos por políticos de centroizquierda (como Clinton, Blair), estos no impugnaron la premisa fundamental de la fe en el mercado de Reagan y Thatcher. No desafiaron la presunción de que los mecanismos de mercado son instrumentos primarios para definir y lograr el bien común. Ellos suavizaron las partes más duras del capitalismo de laissez faire, y hasta cierto punto protegieron la red de seguridad, pero nunca desafiaron lo otro. En cambio, presidieron un periodo de globalización impulsada por el mercado, que creó amplias desigualdades, y no las enfrentaron directamente.

-¿Qué hicieron?

-Como respuesta a las desigualdades ofrecieron la movilidad social individual a través de la educación superior. Aquí es donde el proyecto político meritocrático se conecta con la adopción acrítica de la fe en el mercado. Dijeron: “si quieres competir y ganar en la economía mundial, debes tener un grado universitario. Lo que ganarás dependerá de lo que aprendas. Puedes lograrlo si tratas y te esfuerzas”. Esto es lo que llamo la “retórica del ascenso” de los partidos de centroizquierda, empleada como respuesta a la desigualdad. Pero lo que no vieron fue el insulto implícito de este énfasis en la educación universitaria, porque la mayoría de las personas no tiene un grado académico superior; en Estados Unidos, dos tercios no lo tienen. No vieron el insulto implícito en el consejo que estaban dando. Y el insulto es este: si no fuiste a la universidad, y estás siempre luchando en la nueva economía, tu fracaso es tu culpa. Y esto generó el resentimiento que llevó a la reacción populista.

-Y produjo una “ira contra las elites en todo el mundo” que “amenaza a las democracias”, como usted afirma.

-Sí. Porque las figuras populistas que canalizan y expresan estas quejas, esta política del resentimiento y la humillación, en realidad no ofrecen políticas que enfrenten el desamparo de las personas de trabajo. Trump le dio rebajas de impuestos a los más ricos.

-Hizo a los ricos más ricos, de hecho.

-Claro. Pero a pesar de eso, 74 millones votaron por él, incluso aunque lo vieran manejar muy mal la pandemia, inflamar las tensiones raciales, y violar normas constitucionales. Entonces lo que el Partido Demócrata debe contestar -aunque respiren aliviados porque Biden es Presidente- es por qué, después de todo esto, tanta gente igual apoya a Trump y esa política de resentimiento. Y mi preocupación es que estos partidos de centroizquierda, incluido el Demócrata de Estados Unidos, no han llegado a percatarse de los orígenes de la política de resentimiento a la que han apelado las figuras populistas autoritarias. Esto me preocupa, porque sugiere que el rencor, la rabia y el resentimiento aún ensombrecen nuestra política, aún cuando en Estados Unidos Biden logró ganar.

-¿Puede la centroizquierda o la socialdemocracia redefinirse de una manera que la haga volver a tener mayorías y frenar el populismo?

-Pienso que los partidos socialdemócratas deben reenfocar y redefinir sus políticas, su misión y propósito si quieren enfrentar las políticas de resentimiento a la que apelan las figuras populistas de derecha. Y sugiero que lo hagan de dos maneras. Una es pasar de lo que llamo la “retórica del ascenso” hacia un proyecto enfocado en la dignidad del trabajo. Y por esto quiero decir, reconocer que el trabajo no es solo un modo de ganarse la vida, sino también una manera de contribuir al bien común, y obtener reconocimiento, respeto, estima social, por haber hecho ese trabajo. Esto sugiere que la políticas del estado de bienestar y de redistribución, importantes como son, no son suficientes. Porque la gente no solo se preocupa de la justicia distributiva, sino también de la justicia contributiva, es decir, que su trabajo sea reconocido, valorado y respetado. Y eso es, creo, lo que se ha perdido del proyecto político de la centroizquierda, que se ha enfocado solo en el aspecto distributivo que, reitero, es importante y necesario pero no suficiente. Porque la gente necesita sentir, quiere sentir, que sus contribuciones son valoradas. Así se sostiene la comunidad unida, es lo que provee a las personas un sentido de dignidad y orgullo, como miembros, ciudadanos de una comunidad política.

“Y otro aspecto en que pienso que la socialdemocracia debe cambiar su foco es darle voz a las personas. No solo ayudarlas, sino proveer instituciones y espacios públicos y comunes que junten a las personas de distintos orígenes sociales y económicos. Porque mucho de lo que ha dañado la vida democrática pública es la pérdida de espacios comunes que mezclan a personas a través de las clases y orígenes. Hay que sacar a las personas de sus enclaves privatizados, que nos separan y que nos aíslan a los unos de los otros”.

-El objetivo de la dignidad del trabajo, ¿en qué medidas concretas se debería traducir? ¿Aumento del salario mínimo, fortalecimiento de sindicatos, por ejemplo?

-Hay mucho en la lista de medidas que, al menos, deberíamos estar debatiendo. Las dos que mencionas definitivamente estarían en mi lista. En vez de un sueldo mínimo, un sueldo de vida (“living wage”); más protección para los sindicatos, no solo para que los trabajadores puedan negociar mejores condiciones, sino también idealmente para darle más voz en la vida cívica y política. Y también pienso que debiéramos cuestionar la suposición, muy extendida, de que el dinero que la gente gana es la medida de su contribución al bien común. Lo hemos visto en la pandemia, en que los trabajadores esenciales no son los mejor pagados ni más reconocidos y sin embargo, los llamamos esenciales. Pero somos muy reacios a debatir esta pregunta políticamente, porque sabemos que habrá juicios distintos sobre qué contribuciones realmente importan, sobre el valor de los diferentes trabajos. Lo que hemos hecho, en cambio, es “externalizar” ese juicio moral, al mercado. Hemos asumido que el mercado laboral emitirá un veredicto sobre qué trabajos tienen valor. Y lo que hemos visto es que esto es un error, pues el veredicto del mercado no está siempre bien.

-¿Qué se debiera hacer en ese plano?

-Debemos reclamar de vuelta esa pregunta, como ciudadanos democráticos. Debatir sobre salarios de vida en vez de mínimos, pero también debatir sobre subsidios salariales si los mercados no proveen un pago decente. También está, por cierto, el sistema de impuestos. Normalmente se debate desde su efecto redistributivo, y eso es importante, pero también deberíamos debatirlo desde el punto de vista de la contribución y debatir cuáles realmente tienen valor social… y cuáles no. Por último, el más evidente ejemplo de cómo la contribución del trabajo puede no ser recompensada o reconocida de modo justo por el mercado laboral es el trabajo doméstico y de crianza de los niños. Un trabajo considerable e importante, pero que, según el veredicto del mercado, ni siquiera se registra. Esto debiera ser parte de cualquier proyecto que reconozca la dignidad del trabajo.

-Después del estallido social de 2019, en Chile estamos ad portas de redactar una nueva Constitución y elegiremos muy pronto a las 155 personas que la escribirán. ¿Cómo restaurar el diálogo, de modo que los distintos constituyentes puedan debatir y acordar un futuro común a pesar de sus diferencias?

-Es un momento muy interesante en la historia de la democracia chilena -dice y luego pide que le describa cómo será el proceso de elección. Escucha atento, hace preguntas sobre la elección, la deliberación, y luego contesta: “Me parece que para suplementar las deliberaciones de los 155 miembros, sería importante que hubiera otros espacios de discusión y debate dentro de la sociedad civil, y que se hagan al mismo tiempo. No sé si hay planes para esto, si algunas organizaciones están planeando algo así, pero esta deliberación más amplia, podría ser una manera de hacer de esto un proceso realmente democrático y de educación cívica.

-Una pregunta final: su crítica profunda a la meritocracia en este libro podría también ser leída como un desincentivo al esfuerzo personal. ¿Dónde queda su importancia?

-Es una pregunta importante. Pienso que deberíamos reafirmar el esfuerzo y el trabajo duro, que son virtudes, pero hasta un cierto punto. Porque incentivar el esfuerzo individual no implica pensar el éxito solo como producto propio. Esa es la diferencia. Que los exitosos reconozcan el rol de la suerte y de la buena fortuna, y su sentido de deuda, para que desde ahí reconozcan un sentido de obligación con los demás ciudadanos, incluyendo a los menos afortunados. Entonces, reitero: el esfuerzo es importante, pero no es el único ingrediente del éxito. Por eso, en esta era de la meritocracia lo que falta es la virtud de la humildad, que nos puede abrir a un sentido mayor de responsabilidad por la sociedad. (La Tercera)

Dejar una respuesta