Matrimonio por conveniencia-Leonidas Montes

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Sumidos en un realismo mágico donde la propiedad privada es usada a ultranza con la esperanza de estatizar las pensiones, donde Andrónico Luksic es el rostro para promover un impuesto que no funciona, la difícil relación entre economía y política, o más bien la tensión práctica entre ambas disciplinas, es un problema sobre el que conviene reflexionar.

Si bien los griegos acuñaron la palabra economía, en la vieja Atenas lo que importaba era la política. Los ciudadanos participaban pública y activamente en los asuntos de la polis. En ese contexto, la Politeia era la ciencia social por excelencia. Y lo fue por mucho tiempo. Casi dos mil años después, Maquiavelo, el padre de la ciencia política moderna que vio las cosas tal cual eran, aquilató la importancia de la economía. Y Adam Smith, siguiendo ese realismo, dio otro giro significativo. En una época donde el republicanismo y la filosofía política seguían siendo fundamentales, el padre de la economía estudió y analizó la República, pero esta vez, a la luz de sus gastos e ingresos. La “Riqueza de las naciones” resalta la importancia de la economía para la política. Y así la economía política se afianzó como ese espacio donde interactúan lo económico y lo político.

A fines del siglo XIX, con la aplicación del cálculo diferencial al concepto de utilidad, surge una nueva disciplina llamada simplemente economía. Esa joven economía, apoyada en el uso de las matemáticas, comienza a adquirir un carácter científico. Y se distancia de la política. En este proceso, la economía a ratos olvidaba que era una ciencia social.

Pero la economía ha ido evolucionando, volviendo poco a poco a sus orígenes. La maximización de la utilidad y la supuesta racionalidad del homo economicus ya no son un dogma, sino una herramienta imperfecta. Aunque nos ayuda a entender la realidad, también nos recuerda que esa realidad es más compleja. Esta gradual apertura se manifiesta en los recientes avances en economía política, economía del comportamiento o economía experimental, por mencionar algunos. En definitiva, la economía ya no es esa fría y distante madre superiora de las ciencias sociales.

En Chile la reciente influencia de los economistas ha sido beneficiosa y determinante. Pero algo está cambiando. La relación entre economía y política se hace cada vez más compleja. Han surgido tensiones. El celebrado Acuerdo Económico fue ignorado. Por si fuera poco, algunos intentan reducir la economía a un simple economicismo. Y otros pretenden someter la realidad de la economía a los caprichos de la política. En fin, pareciera que poco a poco vamos olvidando que la política sin economía es un prolegómeno para la amarga pobreza que ha caracterizado a Latinoamérica.

En los últimos treinta años, Chile creció y progresó a un ritmo sin parangón en nuestra historia. En 1990, la inflación era un 26%, la pobreza un 40%, el coeficiente Gini, un obsceno 57, y nuestro PIB per cápita rondaba los seis mil dólares. Chile cambió. Pero ese gran salto no fue acompañado por nuestro Estado, nuestra institucionalidad y nuestra política. La economía avanzó tan rápido que dejó atrás a nuestra Politeia. Hoy, el correcaminos que nos llevó a ese destacado sitial dentro de Latinoamérica se ve amenazado por coyotes que despliegan diversas emboscadas.

Aníbal Pinto Santa Cruz, un cepalino cercano al PC, ya había dado en el clavo argumentando que en nuestros fracasados intentos para alcanzar el desarrollo “ha influido el elemento político” con “una manifiesta ignorancia de los mecanismos y elementos básicos para influir sobre el desenvolvimiento económico” (“Chile. Un caso de desarrollo frustrado”, 1959, p. 125). En estos tiempos raros, duros y polarizados, ojalá esa historia no se repita. Y ojalá ese Acuerdo Económico, que une economía y política, nos permita ponernos de pie y avanzar hacia la recuperación. (El Mercurio)

Leonidas Montes

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