MAS y ALBA, la vida más allá de Evo Morales

MAS y ALBA, la vida más allá de Evo Morales

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Una expectación no menor circula por los entresijos del Socialismo del Siglo 21 respecto a lo que ocurrirá en Bolivia. Por la posición geográfica del país y las características del Movimiento al Socialismo (MAS), la expectación es bastante obvia. ¿Se trata de una derrota reversible o de un colapso final? Y si es reversible, ¿quién debería dirigir el proceso recuperacionista? Y si se trata de un colapso final, ¿qué pasará con esa “fuerza revolucionaria” que alguna vez emanó de las entrañas del MAS? Son preguntas muy interesantes, que sobrepasan por lejos la situación del vecino país.

Por cierto que en política, en términos generales, los muertos no existen y se han visto casos impresionantes de personajes que resucitan una y otra vez, independiente de su condición física, edad o género. Ello es particularmente visible en los líderes populistas y de manera especial en América Latina. Por esta región se ha inundado de Velasco Ibarra, Bucaram, Balaguer, Bosch, Perón y tantos otros personajes. Algunos tiranuelos de poca monta; otros, fascinantes oradores. Sin embargo, en esta región ha surgido un populismo estas últimas décadas, que -con textos de Laclau en la mano y la intermediación del Socialismo del Siglo 21- ha ido encontrando fórmulas para hacer converger una y otra vez su discurso socializante con reivindicaciones sindicalistas, sincretismo católico, malestar con el capitalismo y las demandas emergentes de la más diversa naturaleza. Pocos dudarían que el producto más elaborado para el mercado político mundial fueron Evo Morales y su partido MAS.

En efecto, para los latinoamericanos, ambos constituían una suerte de simbiosis de todas las fusiones e inquietudes posibles. Para los europeos occidentales -muchos de los cuales suelen ver a América Latina como una especie de parque temático- representaba la idea vívida de que un pequeño pastor de llamas y guanacos capaz efectivamente de liderar su país hacia una arcadia neo-indígena. Para chinos y rusos, representaba un liderazgo genuino. Sin embargo, el producto mostró caducidad, y todo se derrumbó un día 10 de noviembre. Morales y sus amigos huyeron al extranjero. El MAS se sumió en una crisis de identidad, cuya profundidad nadie es capaz aún de otear.

Por ello no es exagerado decir que Evo Morales se ha adentrado en un callejón casi sin salida. Expulsado del escenario central y obligado a dar cuenta de situaciones poco claras, como las andanzas de su cónsul en Salta o la construcción de estatuas y museos en su honor, parece estar intuyendo que un gran desenlace está en vías de producirse. Está viviendo aquellos giros cruciales y vitalmente demoledores, que en las tragedias griegas solían designarse como anagnórisis. Su periplo en el exilio es un gran reflejo de ello. En un mes descubrió que pese a las alabanzas, era en realidad un huésped incómodo en el México de AMLO. Enseguida descubrió algo aún más terrible, que La Habana no suele ser hospitalaria con grandes líderes y los prefiere en la primera línea de combate; la dadivosidad es más bien con los familiares. Ni siquiera sus anfitriones K en Argentina son capaces de darle total confianza sobre su devenir. Y como si ello fuera poco, la Internacional Socialista y la Unión Europea acaban de emitir lapidarios juicios sobre su intento de reelección. A mayor abundamiento, rusos y chinos, haciendo gala de un pragmatismo total, rápidamente reconocieron al nuevo gobierno.

Por eso su abatimiento tiene que ver principalmente con algo tan simple como explosivo: que el MAS se encuentra escindido y que sólo una de las facciones, el evismo puro, es el único que cree posible un pronto retorno al poder. Para ello ha levantado la candidatura de Andrónico Rodríguez con la idea de implantar el modelo ideado por Perón en 1973 con Héctor Cámpora. Las otras facciones ya han tomado distancia. Las senadoras Adriana Salvatierra y Eva Copa, cada una por su cuenta y enemistadas entre sí, están articulando un modelo que combine continuidad y ruptura, donde Evo no pasaría de ser más que una figura decorativa. Copa ha llegado a decir que el expresidente debería vivir tranquilo en el Chapare. Otra línea dentro del MAS, la representa el excanciller, David Choquehuanca, recién aclamado por las bases de la capital, quien busca mantener la impronta indigenista y populista, pero pensando más bien en el período presidencial subsiguiente, siendo Morales una cuestión accesoria. Este cuadro es lo que explica que en prácticamente todas sus entrevistas durante su breve exilio, Morales prefiera hablar de algo amorfo como “movimientos sociales” y no de su propio partido.

Son señales que el mundo post-Evo ha comenzado a esfumarse. Él dejó de ser la figura providencial y mesiánica de antaño. El MAS, por su lado, está a la búsqueda de nuevos fantasmas y demonios en su lucha por sobrevivir. Y el ALBA podría fraguar literalmente cualquier cosa. El ícono viviente ha entrado en fase crepuscular. (El Líbero)

Iván Witker

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