Marzo

Marzo

Compartir

Basta mencionar marzo para que la conversación, hasta entonces relajada entre contertulios alegres que recuerdan el día de playa, la pesca de la tarde o que ríen recordando viejos tiempos compartidos, se torne crispada y el buen vino, que alegraba la noche, devenga agrio.

Si entre los que reunidos hay de ambos bandos, las voces se alzan en acusaciones mutuas, como si los que, hasta allí compartían alegres, pasaran, los unos a los ojos de los otros, a ser responsables de toda la injusticia social que nos rodea, cómplices pasivos de las colusiones y los abusos, justificadores de las violaciones a los derechos humanos y enteramente insensibles al dolor de los oprimidos que, por fin, protestan para recuperar su dignidad. Mientras, los otros, dejan también de mirar a los unos como los buena onda que eran, para transformarse en los causantes o los cómplices de la violencia, de la recesión y la cesantía que se cierne y golpeará duramente a los más pobres; destructores de un orden económico, social, político y cultural que, con sus defectos, era el mejor de América Latina y prometía el desarrollo. Las posiciones neutrales tolerantes o comprensivas son acusadas de blandengues. Marzo obliga a tomar partido.

Para unos y otros, la reyerta de marzo aparece como inevitable, dictaminada por dioses implacables, ante quienes no hay rogativa que atempere, ni santo que interceda.

Se silencia como sigue una historia así, en caso de continuar su curso. Es cosa que marzo traiga la violencia que todos predicen y que unos atisban como los inevitables dolores de un parto, que, sin producir daños perecederos, alumbrará un futuro más justo; mientras, los otros la miran como sinónimo de destrucción del bienestar que había logrado construirse con tanto esfuerzo y que nos tenía a punto de saltar al desarrollo y terminar con la pobreza.

Es cosa de que el estado que auguramos para marzo se verifique y prolongue para que los bandos adversarios se miren como enemigos, los enemigos se hagan irreconciliables y los irreconciliables se miren unos a otros como escoria humana. Con los enemigos que son escoria moral no vale la pena conversar, nada puede aprenderse de seres tan equivocados y despreciables; incapaces de ver la realidad como es o de valorar lo que debe ser valorado. Enemigos así deben ser vencidos, transformados o abatidos. Al final se negociará con ellos, como negocian los vencedores con los vencidos.

Ese es el futuro cuando se mira marzo como se le mira. Sin hacerse ilusiones de que los dioses tuerzan el destino que ya han escrito para estos pobres mortales.

Lo que vivamos en marzo depende de nosotros. En parte de la forma en la que el ministro del Interior y Carabineros manejen el orden público. Eso parece haber estado mejor en febrero. Se reportan cada vez más detenidos y menos violaciones a los derechos humanos. Depende también de cómo los jueces juzguen los actos de violencia que les sean probados por los fiscales. Una condena penal previene la violencia, una tarde en una comisaría la azuza. Con todo, la forma en que se enfrenten las marchas y los actos de violencia, si bien puede empeorar mucho las cosas, difícilmente las mejorará.

Algunos ponen su confianza en el plebiscito. Piensan que una gesta electoral masiva cambiará los ánimos. Se ilusionan pensando que contar a los partidarios de una u otra opción plebiscitada será remedio suficiente para que los perdedores se convenzan de su error, aplaquen su rabia y se sometan con mansedumbre a los vencedores. Por cierto, la campaña y el resultado electoral, sobre todo si es respetado y contundente, producirán un cambio; pero si marzo es como todos auguran lo traerán los dioses, entonces en abril habrá tanta rabia y encono, que no sería de extrañar que la jornada electoral sea más violenta, y con acusaciones de fraude, de la que venimos acostumbrados, y que un resultado estrecho no convenza a muchos de haber estado en un error, sino que más bien les lleve a acomodar su táctica, más que sus objetivos o su ánimo.

Partidos políticos, encandilados ante una gesta electoral, hacen como si marzo solo fuera la antesala del plebiscito y despliegan una propaganda que parece olvidar que la violencia y la funa pueden decidir su resultado.

Lo extraño, lo único verdaderamente extraño de este preludio de marzo, es que personas racionales, que cada vez creen menos que la historia la escriben unos dioses implacables, no se sientan capaces de incidir en el curso de los acontecimientos de otra forma que aumentando el encono contra los que ya ven como sus enemigos. La fuente de nuestro problema principal es que el miedo y la desconfianza entre quienes ya éramos extraños han hecho que renunciemos a comprendernos. Ese miedo, fruto de la distancia, es el germen de nuestro (aun) incipiente odio por los que están en el otro bando. Esa distancia antigua y esa rabia más reciente, que amenaza con transformarse en odio, son la verdadera amenaza que se cierne oscura sobre los cielos de Chile. Somos nosotros, no los dioses, quienes podemos hacer girar el curso de lo que hoy enfrentamos como inevitable. Entender a los distintos, sus esperanzas, los temores y su rabia, me parece el único camino de salida. La pregunta es si seremos capaces. Depende de cada uno. (El Mercurio)

Jorge Correa Sutil

Dejar una respuesta