Hace muchos años la derecha, ensoberbecida con la dictadura, dijo una tontería que sirvió incluso de portada: Adiós, América Latina. Hoy día se está poco a poco iniciando otra que puede ser peor: la idea de que la inspiración para la vida pública se encuentra en líderes latinoamericanos, laicos o religiosos, adictos al mate.
El caso de José Mujica es paradigmático.
En él no son las ideas las que importan, sino la actitud que posee. Como los curas que asumen una pobreza consentida (que es apenas una imitación de la del proletario), Mujica es un político (es decir, alguien experto en hacerse del poder y ejercerlo) que adopta, sin embargo, la actitud cordial y sencilla, desprovista de aparentes pretensiones, del hombre que vive a ras de calle. Una persona capaz de comprar personalmente una tapa para el inodoro de su baño y preocuparse, por supuesto, de que la prensa se entere de tamaño gesto de humildad ( vid Clarín, 26.05.2012). Alguien que adopta la conducta de un Tolstoi urbano y regional, y que rehúsa reconocer lo que es: un experto en el poder. Pepe Mujica es una especie de santón ateo que presume que es posible sustituir las ideas bien maduras, por la conducta ascética (y convenientemente expuesta), alguien que piensa que el fervor moral contra la pobreza y la desigualdad de la región (y no las ideas bien pensadas para combatirla) es lo más importante en la vida pública. Cuando le preguntaron por el sentido de la austeridad de que hacía gala, dijo que la austeridad era, en realidad, una forma de libertad. Los que pierden la libertad, agregó, son los que se «dejan engañar por la sociedad consumista».
No cabe duda: José Mújica tiene ideas tan sencillas y pobres como la forma de vida que se cuida de exhibir mientras sorbe mate.
El caso del Papa Francisco, adicto también al mate, no es muy distinto.
Es tan austero de ideas y elemental en la comunicación, como José Mujica. Y, al igual que él, ejerce una deliberada sencillez cercana a lo populachero (de ahí que publicite ser hincha del fútbol y haga gala de lo que supone es el sentido común). Y su austeridad intelectual tiene, sin embargo, la ventaja de contar con el aura del papado, que hace pensar a las audiencias que el simplismo de su discurso y su rusticidad han de ser solo aparentes, y deben esconder verdades insondables que él atesora y hace esfuerzos por comunicar.
A diferencia de Ratzinger, no es un teólogo; pero cuenta con una teología, lo que se llama la teología del pueblo.
Esa teología asigna al pueblo una suma de virtudes, entre las que se cuenta la espontaneidad de la fe, y defiende la superioridad del colectivo sobre los individuos, como una tarea explícita que hay que emprender. En este tipo de teología, una suerte de demagogia de la fe, el pueblo de Dios encuentra su contrapartida en el pueblo sociológico constituido socialmente en la cultura y la política. Y es que para Francisco, y este tipo de teología, Dios no redime a los individuos, sino a las relaciones sociales. Para Francisco, el Norte desarrollado es descreído, los mercaderes habrían expulsado de él a Dios, quien se habría, por decirlo así, refugiado acá en el Sur, entre el pueblo pobre y sencillo que, con su religiosidad popular, lo muestra al mundo.
El discurso y la conducta de José Mujica y el Papa Francisco, no cabe duda, son atractivos porque parecen ir a contracorriente de la cultura de la época; pero la verdad es que son su mejor expresión. Solo en la cultura del consumo, la austeridad y el simplismo pueden convertir a alguien en celebrity.
El exhibicionismo de las propias virtudes (un arte que Mujica y Francisco cultivan con esmero) y el discurso simplista y sentimental (que ambos ejercitan) pueden servir de consuelo a quienes padecen la injusticia, e inflamar la autoimagen de quienes lo cultivan, pero, fuera de entretener y proveer una ilusión fugaz, lo sabe muy bien la historia de América Latina, no sirven para cambiar nada.
Marx -y la vieja izquierda que no se deja engañar por la teología política hoy tan de moda- tenía toda la razón con eso del opio del pueblo.
Solo que habría que incluir en la lista al mate.