Durante muchos años, he venido planteando mi preocupación por los problemas de pobreza y desigualdad que persisten en Chile y en vastas regiones de América Latina, también del mundo, y las potenciales consecuencias que esta realidad tiene para la sociedad del futuro. Mi ánimo entonces es proponer una mirada estratégica diferente relativa a este fenómeno, teniendo en cuenta la explosión social que está viviendo Chile en estos momentos. En cierto sentido, quisiera hacer una advertencia sobre los riesgos que situaciones como la actual – con fuerte impacto de algunas acciones violentas y anárquicas -, pueden acarrear para el sistema de gobernanza en el mediano y largo plazo.
Chile está inmerso en un gran proceso de cambio social, político y cultural, sumamente necesario si queremos transformarnos en un país más justo, moderno y mejor preparado para enfrentar los inmensos desafíos del futuro. Sin embargo, todos los ciudadanos – cada cual en su ámbito y lugar de influencia-, debemos cuidar el proceso para que no se descarrile; es imperioso convertirnos en sus guardianes. Los jóvenes que buscan viabilizar el cambio sin violencia, y ciertamente las mujeres chilenas, nos están mostrando el camino. Exigir, demandar, pero sin destruir lo nuestro.
La alternativa violentista puede conducir a un punto plagado de grandes riegos, un túnel oscuro del cual se escapa a través de soluciones poco deseables, pero que pueden llegar a materializarse si el país, la región o el mundo continúan expuestos a eventos potencialmente explosivos. A medida que pasan los años, existen más personas indignadas e insatisfechas con el sistema, que salen a protestar a la calle, a menudo con planteamientos exagerados y con violencia extrema también. El orden público, muy necesario para implementar cualquier transformación percibida como positiva, podría quedar sujeto en el futuro a propuestas de regulación, norma y coerción tremendamente severas y difícilmente apelables. Algo de esto ya se está comenzando a visualizar, de manera incipiente, en diversas regiones de Occidente y también de Oriente, habida cuenta de las recurrentes crisis políticas, económicas, sociales y humanitarias que asolan al planeta, y su compleja solución.
Resulta muy decidor comprobar que a pesar de las constantes alabanzas a favor de la democracia, se tolera la existencia de regímenes autoritarios como China o crecientemente policiales como Estados Unidos, pues hay quienes piensan que en ellos está el modelo que servirá de conexión hacia formas más dominantes y arbitrarias de gobernar un mundo cada vez más convulsionado, y sobrepoblado. Por lo tanto, los que efectivamente queremos alcanzar ese progreso social por el que estamos luchando – en este apartado pero luminoso lugar del planeta -, tenemos el deber de transformarnos en los guardianes del cambio, en democracia y respeto por la paz. (La Tercera)
José Miguel Serrano