Atrás quedó la megaelección. Y si bien todavía quedan los restos de ella —con la segunda vuelta de gobernadores— no parece ser una contienda que emocione mucho a los chilenos. A menos que se transforme en una especie de plebiscito al Gobierno, cosa que la derecha intentará hacer pero que probablemente logre solo parcialmente.
Así, terminada la municipal, se acerca la presidencial. Y ello conlleva un virtual término de la capacidad de llevar adelante los programas, pero —al mismo tiempo— la proyección de lo que viene por delante. Y lo que viene es bastante cuesta arriba para el oficialismo. Por tres razones.
El caso Monsalve
El Gobierno no logra salir del caso. Múltiples contradicciones, pésimas decisiones, una bizarra conferencia de prensa y antecedentes cada vez más sórdidos dan cuenta de que el caso dejó de pertenecer a Monsalve y le pertenece al Gobierno. Una ministra Tohá que ha sido poco clara en sus dichos, una ministra Orellana que hizo una declaración reprochable (y que en vez de pedir perdón culpó a la prensa) y un Boric que no logra retomar la agenda.
El problema del caso es que le pega en dos aspectos clave para lo que ha sido esta gestión: Uno como activo y el otro como corrección de un pasivo. El activo es el “gobierno feminista” (un concepto discutible) que se vio duramente puesto en duda por la forma de tratar el caso, donde claramente el intento de salvar al subsecretario primó por sobre la víctima. El pasivo es la seguridad (el Gobierno a la fuerza lo tuvo que asumir) donde quedó demostrado que quien estaba a cargo de ella era un gañán.
Los 13 millones de votantes obligados
Cuando Chile jugó su destino. Cuando se ofreció al país una alternativa delirante y refundacional, apareció la ciudadanía masivamente. En ese momento nadie recordó a un político que —en medio de la violencia generalizada del 2019 y ad portas de que las fuerzas democráticas (el PC no formó parte) lograran un acuerdo político— señaló “si no hay voto obligatorio, no hay acuerdo”. Se trataba del presidente de la DC, Fuad Chain. Y sin saberlo, dependió gran parte del destino.
En el plebiscito de 2022 aparecieron 13 millones de personas (dejando atrás los apenas 6 millones que eligió a la Lista del Pueblo) con el categórico 62% del Rechazo. Después vino la elección de consejeros: casi 13 millones y la suma de Chile Vamos más republicanos de un 55%. Y frente a una constitución republicana claramente cargada a la derecha la votación volvió a sorprender: Los mismos 13 millones y un ¡44% de apoyo! al texto partisano.
Pues bien. En la ultima elección volvieron a aparecer los mismos 13 millones y el resultado para la derecha superó el 50%. Así, en las últimas 4 elecciones el votante se ha comportado consistentemente y nada hace presagiar que en 2025 será distinto.
Not candidatos
Al interior del oficialismo había cierta esperanza hasta un mes atrás. Se hablaba de “armar una buena primaria”. Sus participantes: Un Orrego que ganaría fácilmente en primera vuelta, una Carolina Tohá que claramente lideraba al interior de la coalición, algún candidato del Frente Amplio y algún candidato comunista. Todo eso se cayó. Tohá no tiene posibilidades de ser candidata, Orrego tuvo un mal resultado, el resultado del Partido Comunista volvió al 6% de Gladys Marin, y en el Frente Amplio no hay nadie…
Así las cosas, solo caben dos cartas que han dicho incansablemente que no quieren. El primero es el alcalde Vodanovic, cuya gestión, cuyo tono, cuyo contraste con la administración pasada y cuya estatura lo catapultan como candidateable. Pero Vodanovic fue enfático en la misma noche de su triunfo: no será candidato. La segunda es Bachelet, quien también ha dicho incansablemente que no quiere y cuya probabilidad de perder la hace arriesgar toda la trayectoria política.
Como no hay más, la procesión ya no será a Caleu. Será a Maipú o a La Reina. Vodanovic parece más difícil de convencer. Arriesga demasiado. Las esperanzas están, entonces, en Bachelet. Alguien de su entorno comentó privadamente “frente a la posibilidad del descalabro, la Michelle no nos puede dejar botados”.
Habrá que apelar en ambos casos, entonces, a lo sentimental. Al riesgo de la debacle. A la necesidad de al menos perder bien.
Así las cosas, en el oficialismo solo hay dos opciones competitivas. Las dos empiezan con B/V… (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias