Lo que está en juego-Joaquín García Huidobro

Lo que está en juego-Joaquín García Huidobro

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Las próximas elecciones no son un simple enfrentamiento entre gobierno y oposición. En ellas se define algo mucho más profundo que el voto para gobernador, alcalde, constituyente o concejal.

Lo que está en juego son dos formas de entender la política y de organizar la convivencia social, que ciertamente no coinciden con el eje derecha/izquierda.

De una parte están los defensores de la democracia representativa, ese invento genial que permite que un régimen de gobierno ideado en Atenas hace veinticinco siglos para unos pocos miles de personas, hoy pueda estar vigente en Alemania, el Reino Unido o Chile, países que cuentan con millones de ciudadanos.

Se trata de un sistema repleto de imperfecciones, pero su alma es el diálogo y la negociación; aunque no produzca resultados que contenten a todos, ayuda a vivir en paz.

De otro lado está la democracia asambleísta. Su actitud fundamental es el desprecio de la representación y de los acuerdos (la “cocina”, los llaman, como si esa expresión pudiera ser un insulto). Para ellos, la política es pura voluntad y el mundo se divide entre buenos y malos. Esta concepción de la existencia social no cree en la deliberación ni respeta la separación de los poderes. En ella supuestamente gobierna el pueblo sin mediaciones (salvo, quizá, la de ellos, los intérpretes del pueblo). Parece que se pudiera volver al ideal ateniense sin reparar en el tamaño de nuestras sociedades. Como defienden la inmediatez, sus cultores aborrecen la pausa que aporta el sistema bicameral. Incluso mantienen una visión romántica de la violencia. Es una pseudodemocracia cuyos modelos están en el Podemos español o en el kirchnerismo.

Si lo anterior es verdad, las variadas elecciones que vienen son menos y, al mismo tiempo, más dramáticas de lo que pensamos.

Pensemos en la Convención Constituyente. Si uno mira esta elección no bajo el prisma derecha/izquierda, sino con la perspectiva más profunda de las dos concepciones de democracia que están en juego, entonces el hecho de que puedan salir elegidos Mariana Aylwin, Felipe Harboe o Agustín Squella no puede ser un motivo de inquietud para alguien de derecha. A la hora de redactar una Constitución serán unos socios valiosos en una tarea común. Son aliados que en algunas materias piensan distinto.

Otro tanto sucede con las elecciones de gobernadores. Si Orrego gana en la Región Metropolitana, eso significa que habrá en la centroizquierda una figura moderada de gran peso político, y eso es importante para el país. No es para hacer ningún drama.

Lo que pretendo con esto no es entregar propaganda gratis a estas personas, sino poner estas elecciones en una perspectiva adecuada, que nos permita mantener la cabeza fría en un momento muy delicado. Esto vale para todos.

No estaría mal, por ejemplo, que los parlamentarios de Chile Vamos le dieran una tregua al Gobierno. Deben entender que muchas de las ventajas que han sacado respecto de sus propios electores han sido a costa de debilitar la misma coalición que les permitió ocupar sus puestos en el Congreso. Por otra parte, los votantes castigan a las coaliciones divididas, de modo que ellos deberían ser los primeros interesados en mantener un poco de orden.

Los republicanos, por su parte, deben fomentar un buen clima para la asamblea constituyente: nada de provocaciones ni desaires.

La misma actitud generosa vale para la izquierda democrática. El Gobierno le ha tendido una mano, quizá más tarde de lo debido, pero allí está. No es esta la oportunidad de sacar calculadora y de tratar de obtener más beneficios: si la lógica de entendimiento no perdura, ellos mismos serán los primeros en ser avasallados por la izquierda asamblearia. Propuestas como el indulto a los cultores de la violencia son contrarias a la idea misma de un “mínimo común”. ¿Con esa actitud respecto de la violencia expresan su compromiso con los derechos humanos? Una cosa es la negociación y otra chantajear al Gobierno demorando artificialmente una ayuda urgente para los chilenos en necesidad. Deben actuar con la lógica de la democracia representativa, y no con aquella que es propia de quienes la desprecian. Esto sí que es serio.

En todo caso, en este momento delicado, el gran protagonismo lo tienen los ciudadanos de a pie. El cálculo es sencillo. En Chile solo vota la mitad de la gente y las elecciones las gana quien obtenga el mayor número de sufragios. Si los electores moderados de derecha e izquierda son capaces de vencer la desafección, el pesimismo paralizante y el miedo a unos contagios que con un mínimo cuidado resultan evitables, podremos tener una asamblea constituyente relativamente sensata. Ella permitirá redactar una Constitución aceptable y, mucho más importante, recuperar el valor de la democracia representativa y los medios políticos de entendimiento.

Con todo, algunos piensan que el avance de la izquierda asambleísta es imparable; que no hay otra cosa que hacer que lamentarse por el maltrato sufrido por Chile en los últimos años, y que la sensatez ciudadana ha quedado impotente ante el matonaje. Deberían aprender de la lección que los madrileños le dieron esta semana a la izquierda refundacional. La democracia asambleísta está lejos de haber ganado la partida: ni en Madrid ni en Chile. (El Mercurio)

Joaquín García Huidobro

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