Leopoldo López

Leopoldo López

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El principal problema del estatismo, en cualquiera de sus formas, es que asume la superioridad que tendría el colectivo por sobre el individuo para generar relaciones justas.  Las personas –piensa el socialista- estamos destinadas a abusar de nuestros congéneres, allí donde tengamos la oportunidad y el poder de hacerlo lo haremos.  Por ello, asumen, el capitalismo es una forma de organización económica intrínsecamente perversa, porque permite la libre acumulación individual de poder en la forma de capital.

De esta visión profundamente pesimista del ser humano se desprende que solo el poder colectivo hace justicia y, por ende, todo el que se oponga al Estado es un ser perverso que busca eliminar al magnánimo defensor de los débiles, erigido en alguna forma de gobierno “popular”.

En el siglo pasado América Latina sufrió los rigores de la revolución que nos haría libres y que, vestida del traje verde oliva del guerrillero barbudo o de la estola y el fusil de la teología de la liberación, trajo violencia, pobreza y atraso a un continente marcado por el sino de ser naturalmente rico y políticamente pobre.  Pero, la realidad se impuso y figuras como el mítico Che Guevara solo sobreviven estampados en las poleras que se venden cada día más baratas, gracias a la producción masiva que hace, en alguna provincia de China, un asiático que pertenece al mercado globalizado del siglo XXI.

Pero que la batalla por la libertad está lejos de ser ganada es algo que nos acaba de recordar el testimonio de Leopoldo López, recién condenado a 13 años y 9 meses de cárcel por convocar a una marcha en contra del gobierno chavista de Venezuela. En ese país, como todos sabemos, gobierna el socialismo latinoamericano de esta centuria, el del comandante Chávez, el bolivariano que promete expulsar el capitalismo perverso, el que huele azufre si se para en el lugar en que estuvo Bush.

Pero, estimado lector, esta columna no se trata solo de la libertad de Leopoldo López y los disidentes venezolanos, sino de la libertad suya y de la mía, que el encierro de López amenaza cada día, porque en la mazmorra en que el chavismo tiene enclaustrado a López hay un rinconcito para cada Chileno, Peruano, Ecuatoriano, Boliviano, Argentino, Paraguayo, Colombiano, Uruguayo o Centroamericano que crea en la libertad individual.

Si algo debemos aprender los latinoamericanos de nuestro doloroso siglo XX, es que aquí las revoluciones se hacen con la lógica de Bolívar, para todo el barrio, eso es lo único que le reconozco al Comandante Chávez: nos lo dijo desde el primer momento.  Lo suyo era y es socialismo continental.  En la cárcel en que está Leopoldo López hay una celda para mí, y es que yo tengo un problema personal con el señor Maduro, porque él lo tiene con mi libertad, como lo tenía su antecesor y como, en su momento, Fidel Castro lo tuvo con la libertad de nuestros padres.

Esto no es teórico, en nuestro país hay parlamentarios, y no pocos, que defienden el régimen de Maduro, que guardan silencio o justifican la prisión de López.  El problema es que esos parlamentarios forman parte de la coalición que gobierna Chile y, por eso, nuestro gobierno hará tibias declaraciones, llamará a respetar el estado de derecho y las normas del debido proceso.  Por eso nuestro Canciller, un diplomático serio, se verá obligado, como única reacción frente al atropello, a hablar a favor de la paz en el mundo, casi como si fuera candidata en un concurso de miss universo.

El problema es que en nuestro país y en la coalición que nos gobierna hay dirigentes políticos cuya única diferencia con Maduro es que tienen menos poder, de eso depende nuestra libertad. Esa es la distancia que nos separa de la celda de Leopoldo López.

John Donne escribió:

“Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,

porque me encuentro unido a toda la humanidad, por eso, nunca

preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”

 

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