La salud de la democracia

La salud de la democracia

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Las instituciones políticas muestran signos de recuperación. Podría estar aplacándose la curva descendente de paralización, desprestigio y falta de autoridad que les aquejaba. Aunque no esté de moda, abrigo esperanzas.

Por cierto que ha habido reyertas innecesarias, errores al anunciar medidas, efectos de otras que no se previeron e intentos por usurpar poderes ajenos; pero no hay que olvidar la magnitud de las medidas que se adoptan, que el miedo es propicio para el discurso populista y crispado y el estado casi catatónico en que estaban las autoridades frente a los discursos simplistas y agresivos de los más vociferantes.

Hay signos de que la ponderación puede contra el populismo. Este necesita que los problemas sean simples; que las soluciones únicas y mágicas se circunscriban a cuestiones éticas, y que el bien, ojalá emotivo, se encuentre de un solo lado. Por eso, al populismo le acomoda tanto situar los problemas en el plano de los derechos. La cuarentena total e inmediata resultó el grito fácil, que daba continuidad a la política de la consigna, ya enseñoreado de nuestro discurso público. Poco a poco, sin embargo, ha ido quedando claro que no hay un solo bien, la salud, que deba ser erigido al altar de los derechos, para sacrificar cualquier otro, sino varios bienes que deben perseguirse armónicamente, entre ellos los económicos, que aprenden a presentarse con el rostro humano de los empleos, la cesantía, el suministro de bienes básicos o el de los recursos fiscales para atender otras necesidades también apremiantes.

El fantasma de cadáveres en las calles o de pacientes en las afueras de hospitales sobrepasados es aterradora, pero el miedo a la muerte no parece habernos impedido ver a los que quedarán cesantes y hasta han aparecido en escena los invisibles crónicos, como los presos.

Es un impulso alentador para la educación cívica recordar que la política no consiste en discursos altisonantes desde la trinchera de los buenos, sino en el arte de concordar políticas que movilicen eficientemente recursos escasos para alcanzar ponderadamente, y con justicia, bienes rivales y, no pocas veces, en optar por el mal menor ante dilemas trágicos.

También hay aprendizajes acerca de la conveniencia de institucionalizar la participación. Mañalich entendió que su poder crecía y no disminuía si, antes de adoptar medidas, con la autoridad que le da su investidura, consideraba el parecer de la presidenta del gremio que pasó a ocupar la “primera línea” y el de alcaldes que lo acercan a los miedos y angustias de la población.

Estos, a su vez, comprendieron que colaborar realiza mucho mejor su mandato popular que la descalificación y la polémica. Colaboración y participación eran bienes escasos en la política chilena.

El saber científico y especializado recobra la relevante aunque limitada función que le cabe en el tratamiento de los asuntos públicos: suministrar información y proyectar resultados, pero no tomar las decisiones. Salubristas y economistas tienen mucho que decir, pero nada que decidir. En democracia solo la autoridad política responde popularmente por el modo en que pondera los muchos bienes en juego; pero si no oye a los expertos, arriesga negar la realidad. Populistas como Trump y Bolsonaro van aprendiendo esta lección.

La división de poderes había llegado a desdibujarse a tal punto que, en los primeros días de la pandemia, autoridades públicas recurrieron a los tribunales para que estos decidieran cuándo decretar la cuarentena. Afortunadamente, los jueces han dejado la política pública en manos de los poderes electos.

La Contraloría también recordó a algunos alcaldes su competencia específica. La democracia descansa muy sustancialmente en la separación de poderes. Siempre habrá quienes se resistan a los límites de sus mandatos. Lo importante es que los órganos de control hagan lo suyo y no se tienten, ellos mismos, a abandonar su tarea arbitral, fundada en el derecho. Ni mesías ni sabios superiores encajan bien en la sala de la democracia.

Sabemos y exigimos saber a diario cuántos test se toman, los nuevos contagios registrados, la localización, edad y gravedad de los enfermos, la disponibilidad y ocupación de camas y respiradores. La autoridad se llena de problemas si no detalla con claridad los criterios para decidir cuarentenas comunales. La democracia se refuerza cuando la información se transparenta; cuando la autoridad política entiende que el poder no le pertenece, sino que le está delegado.

El Gobierno dispondrá de todos los recursos del sistema de salud pública y privada, para distribuirlos según necesidades, no importando recursos o ubicación geográfica. De la efectividad de esta medida, concordante con la igual dignidad de toda persona, podrían surgir futuros acuerdos en educación, pensiones y salud, que tanto nos han dividido.

Por último, el Congreso ha despachado un número inédito de leyes, por alto consenso. Las noticias son los errores y las diferencias, pero estos han terminado solucionándose por vías institucionales. Ese pulmón, sin el cual la democracia no sobrevive, ha respondido mucho mejor de lo que su trayectoria anterior auguraba.

La declaración de ayer de Convergencia Progresista abre una oportunidad de enfrentar juntos la pandemia con un acuerdo económico transversal. Si así fuera, la política daría signos de clara mejoría. (El Mercurio)

Jorge Correa Sutil

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