La RDA, el modelo de Bachelet

La RDA, el modelo de Bachelet

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Las declaraciones de la Presidenta Bachelet, realizadas en su visita a San Salvador, alabando la red de protección social que existía en la República Democrática Alemana cuando ella estuvo en el exilio desnudan tanto las afinidades ideológicas de la Mandataria como su débil compromiso con la defensa de la democracia como única forma legítima de gobierno. Al alabar el sistema de salud de una dictadura, Bachelet se pone al mismo nivel de aquellos que, alabando los éxitos de la dictadura chilena, tácitamente relativizan los inaceptables costos en violaciones a los derechos humanos asociados a cualquier dictadura. Es excesivo exigir que cada vez que alguien se anime a destacar logros de una dictadura deba mencionar también que las dictaduras no son ejemplos a seguir. Pero el hecho de que Bachelet históricamente haya sido poco clara en denunciar las atrocidades cometidas por esa dictadura comunista hace que sus alabanzas al sistema de protección social de la RDA resulten especialmente preocupantes para aquellos que creemos que ninguna dictadura, independientemente de su color político, es un modelo a seguir.

Al participar en un foro sobre políticas de primera infancia en la capital de El Salvador, Bachelet improvisó una reflexión sobre su propia experiencia maternal. Recordando que su primer hijo, Sebastián Dávalos, nació mientras ella estaba en el exilio, Bachelet declara que “mi primer hijo nació estando yo en el exilio, en la República Democrática Alemana, y por tanto tuve ahí todas las condiciones tanto de salud, de nutrición, de apoyo, que me permitieron estudiar y tener un hijo en sala cuna”.

La declaración de Bachelet, referida a la necesidad de que los gobiernos tengan red de salas cunas que faciliten la incorporación de las mujeres al mercado laboral, generó cuestionamientos sobre la conveniencia de hacer declaraciones que saquen a la palestra al primogénito de Bachelet y, peor aun, que pongan en tela de juicio el compromiso de Bachelet con la defensa sin relativización de los derechos humanos.

El hecho de que la aprobación de Bachelet haya empezado a derrumbarse cuando la Presidenta reaccionó débil y tardíamente al escándalo por la participación de su hijo en un negocio de especulación inmobiliaria debiera llevarla a no volver a mencionar a su primogénito en sus declaraciones públicas.

Pero como si mencionar a su “hijo pastel” para hablar de otro tema no fuera ya un error comunicacional, usar la red de protección social de la RDA como un ejemplo del que se debe aprender es un desacierto político todavía mayor. La Presidenta Bachelet ha construido buena parte de su legitimidad política a partir de su irrestricto compromiso con la defensa de los derechos humanos. Como Presidenta, Bachelet ha sido enfática en demostrar que la protección a los derechos humanos en Chile no acepta relativizaciones. Los logros y avances de una dictadura en ámbitos económicos y sociales no pueden ocultar los altos e inaceptables costos de las violaciones a los derechos humanos. Son vanos y contraproducentes los intentos por destacar logros de una dictadura sin reconocer las negras oscuridades (usando la descripción que el fallecido historiador Gonzalo Vial hiciera del legado de violaciones a los derechos humanos de la dictadura de Pinochet).

En semanas recientes, producto de avances en la causa judicial contra los responsables del asesinato de Rodrigo Rojas Denegri y de las brutales violaciones a los derechos humanos sufridas por Carmen Gloria Quintana en 1986, el gobierno logró consolidarse en una posición de superioridad moral por haber defendido los derechos humanos en tiempos que una gran parte de la derecha política en Chile hacía la vista gorda a los abusos que cometía la dictadura. La muerte del ex jefe de la DINA, Manuel Contreras, uno de los símbolos de las violaciones a derechos humanos cometidas por la dictadura, nuevamente sensibilizó al país sobre la importancia de defender la dignidad de las personas por sobre cualquier consideración política.

Por eso resulta tan doloroso que Bachelet haya tenido el desatino de destacar un logro de una dictadura que también sistemáticamente violó los derechos de millones de personas por un periodo especialmente prolongado de tiempo. Precisamente porque Bachelet fue exiliada en esa dictadura y debió haber visto los sufrimientos a los que el régimen comunista tenía sometido al pueblo —así como muchos en la derecha chilena debieron haber visto apremios cometidos en Chile—, resulta desafortunada su alabanza a una política social de esa brutal dictadura. Peor aún, porque Bachelet ha sido especialmente ambigua y poco clara en condenar las sistemáticas violaciones cometidas por esa dictadura comunista, su declaración a favor de las políticas de infancia de la RDA alimenta justificadas sospechas sobre el real compromiso de Bachelet en la defensa de los derechos humanos, independientemente de la ideología del régimen en el poder.

 

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