La opción que falta

La opción que falta

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Si los ciudadanos rechazan muy mayoritariamente al Gobierno, es obvio que esperan -consciente o inconscientemente- una opción diferente.

Esa molestia, radicada en la inmensa mayoría de los chilenos, no tiene ideología, pero sí está constituida por percepciones básicas. ¿Cómo definirlas?

Hay quienes rechazan al gobierno Bachelet porque sienten que sus libertades fundamentales están siendo conculcadas; hay quienes lo consideran una pésima administración, porque creen que sus políticas dañan la dignidad humana; y hay quienes quisieran hacer cambios, pero no del modo abrupto y ofensivo con que se han planteado las reformas desde los partidos de gobierno.

Simplificando, los primeros podrían ser llamados liberales; los segundos, conservadores; y los terceros, socialcristianos.

O sea, hay todo un electorado a la espera de opciones que recojan su malestar y lo canalicen mediante proyectos distintos de los actuales; diferentes también, por cierto, de los esfuerzos que hace la oposición tradicional para rearticular sus fuerzas.

Los liberales van a tener una buena gama de posibilidades por las que optar: Sebastián Piñera está vigente; Ricardo Lagos E. está renaciendo; Andrés Velasco está resucitando.

Pero en el mundo conservador y socialcristiano, en esos cientos de miles de personas que no votarán por Piñera, ni por Lagos, ni por Velasco -y que nadie las acuse de divisionistas, como si alguno de los anteriores fuese un candidato divino-, ¿qué opciones se abren?

Hasta ahora, las de José Antonio Kast y Manuel José Ossandón.

Por cierto, como los dos militan actualmente en partidos de oposición, si deciden ir a primarias, perderán toda opción de ser candidatos presidenciales en primera vuelta. No tendrán ni la plata, ni el manejo, ni los recursos comunicacionales para derrotar a Piñera en esa instancia. Ellos dos lo tienen claro, pero quizás solo uno pueda tener la audacia de fugarse fuera del sistema y llegar a competir en primera vuelta evitando las primarias; quizás uno pueda ser genuinamente el candidato deseado.

Si es José Antonio Kast el que gana el quién vive -renunciando a la UDI-, podrá liderar a importantes postulantes a alcaldes y concejales el 2016, así como a candidatos al Senado y a la Cámara el 2017, quienes verían su opción presidencial como una sinergia valiosa para sus propias postulaciones. Pero mientras la candidatura Kast sea solo una opción para primarias, ciertamente perdedora, obviamente ningún candidato a cargos de representación lo apoyará.

La decisión de Kast es de fondo: o sigue perteneciendo al sistema opositor actual o abre una nueva opción que realmente cautive al electorado de derecha auténtica; o entiende que solo una candidatura al margen de los actuales partidos puede ser atractiva para todos los desencantados de esta tierra, o hará un papelón en primarias; o habla desde la derecha con la verdad, así como la izquierda difunde sus consignas, o habrá dilapidado su última oportunidad para ser un político con liderazgo.

Kast ha ganado cuatro elecciones consecutivas a la Cámara en distritos de sectores medios y bajos; conoce perfectamente bien las necesidades profundas del chileno común y corriente; valora a esas personas, nunca las ha manipulado. Pero si no se arriesga a competir por ellas en una primera vuelta presidencial, todo su esfuerzo habrá sido absurdo e ineficiente.

Hace años que muchos chilenos esperan por esa opción. Depende de Kast que en primera vuelta haya por fin un candidato por el que esas personas puedan votar con plena convicción. Quizás sea la última oportunidad de hacerlo.

Y si Kast no pasa, viva la libertad electoral en la segunda vuelta.

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