Con el correr del tiempo hasta podría decirse que en algunas materias no menores abandonó las que parecían sus más férreas convicciones, concediendo en los hechos que no tenían mayor sustento -aunque en su tiempo, como líder del movimiento estudiantil, las albergara sin margen de dudas-.
Por cierto, para el país habría sido mucho menos costoso que semejante mutación hubiera tenido lugar en un momento previo al de asumir la primera magistratura. Y es que una cosa es abandonar convicciones y otra muy distinta es imbuirse a tiempo de las nuevas que han de reemplazarlas. Si usted despreciaba al capitalismo y soñaba con derrocarlo, y comienza a entender que no hay otra forma de crear la riqueza necesaria para el progreso de las naciones, es poco probable que de pronto se transforme en un ferviente activista de la modernización capitalista. Reconocerá su necesidad, lo que no es poco, pero no se debería esperar del converso -en este caso ni más ni menos que el Presidente de la República- que la convierta en un pilar de su liderazgo ejecutivo.
Erradicar convicciones que se han constituido en nuestras más acendradas creencias, para poner nuevas en su lugar, suele tomar una parte considerable de la vida de una persona. Esa que media entre los ímpetus juveniles irreflexivos y la moderación que sobreviene con la adultez.
Esta cuestión –de suyo importante tratándose de quién pretende gobernar la nación- ha vuelto a la palestra con ocasión de la elección de Jeannette Jara como abanderada de la izquierda para competir en la primera vuelta de la próxima contienda presidencial. ¿También en ella obrará un proceso de mutación capaz de hacerla dejar atrás convicciones a las que ha adherido casi toda una vida política, para dar paso aceleradamente a las nuevas que han de sustituirlas? ¿Por ejemplo, en materia de creación de riqueza? No tenemos cómo saberlo, pero podemos intentar un pronóstico.
No hay buenas razones para pensar que la candidata podría liderar el reimpulso de la modernización capitalista que el país requiere con urgencia para salir del estancamiento. Ninguna de las iniciativas que se han propuesto desde su entorno político son compatibles con acciones o reformas orientadas a elevar el rendimiento de nuestra economía. Al contrario, las que se han conocido en estos días refuerzan la idea de una candidata que adhiere a las consabidas nociones del ideario de izquierda que ella ha profesado desde que es militante comunista hace décadas, y que no han tenido éxito en país alguno.
Es cierto que la simpatía -“el triunfo de la personalidad”, en palabras de Carlos Peña- la ha puesto en una posición expectante de cara a la elección presidencial. Pero que nadie se engañe. Lo que Chile requiere son convicciones muy asentadas en el gobernante elegido para superar el estancamiento más prolongado de la economía en medio siglo. Las exigencias que asoman por delante en esta materia son las más desafiantes que ha tenido el país en mucho tiempo. Ni por un momento los electores debieran confundirse si sus necesidades y prioridades son las que informan las encuestas -o los estudios que informan de un aumento de la pobreza-. No es la simpatía ni una personalidad extrovertida la que nos librará de la trampa en la que estamos presos ya por demasiado tiempo, sino que las convicciones y el liderazgo del próximo gobernante para poner rumbo al puerto del desarrollo que todavía asoma en el horizonte. (El Líbero)
Claudio Hohmann



