La monarquía del miedo

La monarquía del miedo

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Para los chilenos, el mes de marzo es de transición. Transición por el fin de las vacaciones, por el año laboral o de estudios que se inicia, por la necesidad de retomar una realidad suspendida. Este marzo, sin embargo, reviste características adicionales y hasta dramáticas. Una guerra inesperada y de temibles consecuencias en Ucrania, una pandemia que no cede, un nuevo gobierno que promete reformas profundas, una Convención Constitucional cuyas deliberaciones no permiten prever sus resultados, crisis en la macrozona sur con amenazas flagrantes a las nuevas autoridades y también en el norte por la inmigración descontrolada.

Podemos agregar otras noticias alarmantes, como la desaceleración en la recuperación del empleo, las perspectivas inflacionarias, la baja confianza empresarial, las tensiones en el bloque del nuevo gobierno y las promesas de endurecimiento por parte de la futura oposición. Todo ello permite identificar incertidumbre, y más que eso, la presencia de miedo. Y no solo en la derecha.

Como “La Monarquía del Miedo” tituló Martha Nussbaum el libro que escribió inspirado en el temor que produjo en ella misma y en la sociedad norteamericana el triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2016. Académica, filósofa, feminista e internacionalmente reconocida, entre otros temas, Nussbaum se ha ocupado de la relación entre emociones y política.

El miedo, escribe, es un peligro para la democracia. También es —por cierto— un sentimiento que nos protege y alerta contra el peligro. Pero tiende a sobrepasarnos y a impulsar un actuar egoísta y antisocial, yendo por delante del pensamiento reflexivo, e inspirando acciones provocadas por la inseguridad, lo que socava la fraternidad y la cooperación necesarias para el funcionamiento de la democracia. Citando a Rousseau, afirma que el miedo es la emoción del monarca absoluto que alimenta con él a sus ciudadanos.

Nussbaum no niega que los problemas de nuestra época son complejos y no admiten soluciones fáciles. Lo sabemos los chilenos. Ella invita a no rendirse. Dice que el antídoto contra el miedo es la esperanza, como horizonte para soluciones políticas que sirvan de apoyo a las aspiraciones democráticas. Se trata de una esperanza práctica que fomente el espíritu y la deliberación pública, ligada a un compromiso vital con la acción. Evidentemente requiere de una cultura política que se fortalece desde la educación, especialmente las humanidades, que contribuyen a construir una ciudadanía crítica que no se rinde a la “injusticia pasiva”, tampoco busca la pureza en la política ni sugiere medidas utópicas.

Lo que Nussbaum llama “prácticas de esperanza” pueden ser un aporte a mirar lo que trae marzo. Se trata de cambiar el interruptor del estado de miedo a la esperanza. Ello requiere de un sentido de pertenencia social, de comunidad, donde no se clausure el debate de ideas, y se confíe en que la deliberación puede conducir a que los cambios produzcan realidades deseables. Exige, en definitiva, una noción de bien común para el país, evitando toda tentación de actuar desde cualquier identidad excluyente. No hay margen para la esperanza donde cada persona o grupo pretenda obtener la totalidad de lo que quiere. El espíritu de esperanza está ligado al espíritu de respeto por la independencia de otros, a cierta renuncia a la ambición monárquica.

La dinámica del miedo, especialmente opera allí donde los ciudadanos que se reconocen como vulnerables, temerosos ante los cambios y la pérdida de sus posiciones, se vuelven indiferentes a la verdad y optan por la comodidad de un grupo de iguales en el que aislarse y en el que repetirse falsedades unos a otros. Alerta Nussbaum que incluso puede ser que terminen consolándose con un líder que les proporcione una sensación de protección. Esto último, afortunadamente, no parece estar en el horizonte temeroso de los chilenos.

Aristóteles, citado por Nussbaum, definió el miedo como el dolor producido por la aparente presencia inminente de algo negativo, acompañado de una sensación de impotencia para repelerlo. La esperanza, defendida por la autora como mirada política, también implica impotencia en el sujeto que “espera” que algo suceda. La diferencia, sostiene, es que la esperanza expande hacia afuera y el miedo encoge hacia adentro. Esa expansión es la que permite acciones y deliberaciones encaminadas a un buen resultado. En el caso de la nación chilena, a fortalecer la república, a buscar los mecanismos que le permitan eficiencia institucional y, sobre todo, a preservar la democracia como uno de sus grandes logros. “La democracia puede venirse abajo si nos rendimos al miedo”, fueron las palabras de Barack Obama a su salida de la Casa Blanca. (El Mercurio)

Ana María Stuven

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