Migración y olvidos de Trump y de otros en Europa

Migración y olvidos de Trump y de otros en Europa

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Estamos viviendo una época en la que progresivamente volvemos a ser nómades. Crecientemente los jóvenes hoy se desplazan asumiendo que su ingreso a la vida adulta se hace más rica conociendo otros países y culturas. Pero también están los otros, aquellos que en este mundo de imágenes instantáneas, ponen sus esperanzas de una vida mejor sobre una frágil patera o el rápido cruce de una frontera a medianoche. Búsqueda de vida y mundo, siempre ha sido así.

Por eso, la migración sólo puede entenderse como un derecho y una conquista ancestral. Y es desde allí, al ver las tragedias migratorias de hoy, que sentimos rebeldía y rechazo. ¿Acaso a Europa se le olvidó que creció en el siglo XIX expulsando a la mano de obra que no podía alimentar o de aquellos que se iban por razones políticas o religiosas? ¿O Estados Unidos no quiere recordar que debe buena parte de su crecimiento precisamente a la inmigración? Ha sido notable esa capacidad de la sociedad de ese país para acoger y asimilar de la cultura irlandesa, italiana, de Europa y ahora latinoamericanos y asiáticos. Agreguemos a aquellos que llegaron de África como esclavos y cuya emancipación en una gesta que enaltece a los Estados Unidos.

Para nosotros en América Latina la inmigración es realidad fundacional de nuestras repúblicas. En Argentina, Uruguay o Chile es un referente determinante en el ser nacional. Hace un siglo y medio comenzaron a llegar los inmigrantes de diversos países de Europa. Unos buscaban una vida mejor, pero muchos llegaron huyendo de los conflictos europeos. Como dicen los registros históricos, había españoles e italianos pertenecientes a los movimientos internacionalistas de trabajadores. Otros, salieron exiliados desde Alemania por un decreto de 1878 de Bismarck, que prohibía el socialismo y también desde España llegaban los que huían de la tercera guerra Carlista. En el cruce hacia el siglo XX aquellas oleadas de inmigrantes fueron millones. Vinieron de Polonia, de Ucrania, de la Palestina, del Imperio Otomano que moría, de muchos lados. Se calcula, según datos de la Dirección General de Migraciones de Argentina, que al 2015 los inmigrantes superaban los 2 millones. Chile no ha estado ajeno a este flujo del exterior. Los años de crecimiento económico y la estabilidad política, han hecho de Chile un país atractivo para la migración internacional: hoy son el 2,7% de la población, cifra que representa más de un medio millón de personas, de las que el 70% proviene de América del Sur.
¿Por qué recordar estas cifras y realidades tan nuestras? Porque ellas nos dicen que somos portadores de una conciencia más que centenaria sobre la migración y sus significados en el devenir de nuestras sociedades. Y es desde allí que emerge nuestra condena ante las acciones impulsadas por el Presidente Trump o por gobiernos como Malta e Italia en la crisis migratoria del Mediterráneo.

Desde mediados de abril, el gobierno de Trump empezó a aplicar su política de “tolerancia cero” en la frontera, en tanto el Procurador General de Estados Unidos decidió encarcelar, y no sólo detener, a toda aquella persona que entrara a Estados Unidos sin papeles, acusándolos de un crimen (felony) en lugar de un delito menor, y por lo cual su destino es una prisión federal. Al ir allí, y no a un centro de detención, la persona encarcelada ya no puede estar acompañada de sus hijos menores. Los efectos han sido brutales. Como en el caso de los mexicanos procede la expulsión inmediata, ésta política ha caído con toda su dureza sobre los centroamericanos. Pese a que Trump revocó esta política -en medio de un aluvión de críticas-, llueven las denuncias de una situación “caótica” cuando se pregunta dónde están los menores y cómo se reunirán con sus familias. La política de Trump es inhumana y de ahí el rechazo universal a la misma, más allá de la legalidad que supuestamente la respalda. Ello ocurrió casi al mismo tiempo que la embajadora de Estados Unidos en la ONU anunciara el retiro de Estados Unidos de la Comisión de Derechos Humanos de esa entidad internacional.

De similares dimensiones es lo que ocurre en el Mediterráneo. Hace un par de semanas presenciamos casi en vivo la negativa por parte de Malta e Italia de recibir a la flota Aquarius, con más de 600 inmigrantes africanos rescatados de las olas. Allí se vio la mano populista de derecha que ahora gobierna Italia. Luego de una semana a la deriva, el gobierno español finalmente los acogió. Pero el tema es más de fondo y, como dijeron los presidentes Macron y Sánchez en su primer encuentro franco-español, la responsabilidad es de toda Europa y no sólo de los países del sur. Mientras tanto, las pateras siguen cruzando porque el hambre, la pobreza y la cesantía aplastan a los africanos.

¿Qué nos dicen todos estos hechos? Que el tema de la migración se ha convertido en punto clave de la agenda internacional. Y ello, de una u otra manera, nos desafía a tener políticas claras en el tema. Debemos ampliar la mirada y entender al inmigrante como un polo de desarrollo económico además de sujeto de política social. Desde la perspectiva latinoamericana, creo que debemos ser una región receptiva y abierta a la inmigración, con políticas que, enfocadas en los derechos humanos y la interculturalidad, fomenten la plena inclusión tendiente a la regularización migratoria. Aprendamos a mirar al otro e impulsemos una educación que nos permita relacionarnos mejor con la diversidad, entendiéndola como una oportunidad y no como una amenaza. Sólo así tendremos sociedades más abiertas a las diferencias, más acogedoras e inclusivas. Sociedades del y para el siglo XXI. (La Tercera)

Ricardo Lagos Escobar

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