La Maquiavélica decisión de los argentinos

La Maquiavélica decisión de los argentinos

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“El hombre olvida antes la pérdida de su padre que la pérdida de su patrimonio” reza la frase del memorable tratado político que el gran filósofo político florentino dedicó a Lorenzo II de Medici y que los argentinos actualizaron abrumadoramente en las primaras del domingo 11 de agosto.

El macrismo lo pasó por alto, seguro que la recurrencia a la “grieta” –como se denomina a la polarización en torno al eje peronismo versus antiperonismo- fundada básicamente en los escándalos de corrupción de la administración de la Señora K, replicaría los resultados de 2015 o cuando mucho alcanzaría para una estrecha victoria de los adversarios que les permitiera reponerse de cara una segunda vuelta… los 15 punto de diferencia a favor de la fórmula Fernández-Fernández pulverizó las cuentas macristas, cifra que aunque técnicamente no es irremontable, deja muy cerca al peronista “Frente de todos” de imponerse sin necesidad de ir al ballotage.

El resultado electoral de este ensayo general de las elecciones nacionales argentinas del 27 de octubre, dirime a los partidos habilitados a presentarse a los comicios oficiales (aquellos que obtienen al menos el 1,5 % de los votos) y define la lista que representará a cada partido político. Sin embargo a esta institución se le confirió en esta ocasión rasgos plebiscitarios en torno a la gestión del gobierno argentino actual.

El Presidente Macri apostó a que las promesas de una nueva argentina, cosmopolita y conectada a los mercados harían sentido a los votantes. Sin embargo, la desafección de un electorado decepcionado de las políticas de ajuste que recayeron sobre jubilados, sectores menesterosos e incluso clases medias que hartas de la corrupción les habían votado cuatro años atrás, pero que se sintieron abandonadas. En síntesis una sociedad más precarizada y partidaria de un Estado más presente a través de los históricos múltiples subsidios, cancelados en la administración Macri.

La soberbia presidencial no fue capaz de verlo hasta 3 días después de la elección, y luego que reprendiera a los argentinos por ahuyentar a las inversiones con su voto y pronosticar la fuga de capitales del país, cuando al más puro estilo kirchnerista anunció un ofertazo electoral: aumento del salario mínimo, una reducción impositiva para los trabajadores y el congelamiento del precio de la gasolina durante 90 días, por citar sólo algunas de las medidas. Tal vez hubiese dado resultado si las hubiera anunciado antes de las primarias, pero parece extemporáneo una reacción que finalmente entiende que no se pude vivir sólo de promesas de un futuro mejor.

Los peronistas, duchos en el arte de la política, habían emprendido antes la remoción de uno de los principales obstáculos para acceder al poder,  su división. Ya se ha hablado mucho de la movida estratégica de Cristina “K” al pasar al segundo plano (¿Será posible?) con la vicepresidencia y nominar como abanderado al ex jefe de Gabinete de su extinto marido, moderado Alberto Fernández.

Muchos parecen recordar la redición del lema de 1973 “Cámpora a la Presidencia y Perón al poder” y que hoy es remozado en el “Alberto a la Presidencia y Cristina al Poder”. Se abre una interrogante, aunque en cualquier caso el próximo gobierno deberá lidiar con la titánica tarea de mejorar la deteriorada calidad de vida de los argentinos y pagar simultáneamente la deuda contraída por Macri con el Fondo Monetario Internacional. Y desde luego el escenario no es el de la primera década del siglo XXI con los commodities al alza.

Ante todo evento, el mayor desafío de la actual administración de Macri no es sólo re-elegirse, cuestión a estas alturas muy difícil, sino que estabilizar la economía, para lo cual logró tomar contacto telefónico con Alberto Fernández, en la cual el aspirante a Presidencia se comprometió a colaborar para tranquilizar a los mercados. Una cuestión no menor si pensamos que desde 1928 – es decir antes del justicialismo- ningún gobierno no peronista ha logrado concluir su mandato constitucional en Argentina.

Mientras tanto al otro lado de la cordillera la centro-izquierda saca cuentas alegres por un triunfo peronista que asume como propio del sector. Sin duda, que se trata de una derrota de la derecha trasandina, relevante para un cuadro regional que en general no ha sido proclive a la izquierda en el último lustro (y que de ganar los Fernández tendrá su principal prueba de fuego en el Brasil de Bolsonaro que amenaza con retirarse del Mercosur si regresa el Kirchnerismo).

Pero se ignora que el peronismo antes que responder al eje derecha-izquierda es, al decir del antropólogo Alejandro Grimson en su libro ¿Qué es el Peronismo? (2019), “la identidad política popular más persistente en el país” o como refieren los propios justicialistas “el peronismo es un sentimiento” (como suele ser también el antiperonismo).

Su distribución ideológica amplia explica figuras bastante a la derecha como las del siniestro López Rega en los setentas, la administración Meném en los noventa y aún hoy al senador Pichetto acompañando a Macrí en su empeño de quedarse en la Casa Rosada. Por lo tanto más que izquierda el peronismo se funda en un discurso popular enfrentado al elitismo tradicional, la prioridad nacional (“Pensar el mundo en argentino” como refería Kirchner) sobre lo internacional, el autonomismo tercermundista y no la adhesión a las potencias centrales (la afamada “Tercera Posición” de Perón). Todo lo anterior en suspenso hasta la activación política de un liderazgo carismático.

Por lo tanto, los peronistas no son de izquierda, son básicamente y por sobretodo, peronistas. La principal lección que puede dejar la primara argentina a la centroizquierda chilena, salvando las notables diferencias en las culturas políticas de ambos países, es que la unidad de la oposición permite enfrentarse al Ejecutivo, con mayores opciones de vencerlo. (La Tercera)

Gilberto Aranda

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