La hora 40

La hora 40

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Es altamente deseable que el Presidente se recupere pronto de esa alergia producto de quedar en el medio del humo de la incendiada relación entre Macron y Bolsonaro. Le espera una de sus peores semanas en lo que lleva en La Moneda. En los inicios, será la discusión de la reforma promovida por las diputadas Vallejo y Cariola que reduce la jornada laboral a 40 horas semanales.

Es muy difícil pensar que la Cámara rechace el proyecto de las 40 horas. Los datos que muestran un amplio apoyo a esta idea hacen muy costoso el voto en contra. Para la DC, que ha estado disponible para otros acuerdos en el Congreso, este voto es demasiado caro. En especial porque la aprobación no tiene efectos inmediatos, pues tiene que pasar por el Senado y resolver una difícil valla constitucional, pues varios expertos han planteado que, al afectar la jornada de trabajo de los funcionarios públicos, implica efectos en las arcas fiscales. Pero el asunto legislativo constitucional es el menor de los problemas.
Lo importante acá son sus efectos políticos. Este es el mayor golpe opositor al gobierno en todo este tiempo. En el insomnio del Presidente por su largo viaje al G7 es probable que haya recordado aquellos momentos de hace 8 años donde la actual diputada y entonces dirigenta estudiantil logró destrozar la popularidad del gobierno, que nunca logró entender la frustración de muchas familias de clase media por las dificultades financieras asociadas a la educación superior de sus hijos.

De la misma manera, el gobierno no logra entender el valor que le dan muchos trabajadores en Chile a una menor jornada laboral. La idea de flexibilidad laboral, correcta en su diseño, no es valorada por la sencilla razón de que la mayoría de los trabajadores no se percibe en igualdad de condiciones para negociar un mejor horario. Es por ello que los números sobre el alza de los costos de contratación no convencen a la opinión pública. Al final del día, prima la sensación térmica de que la parte del león se la llevan los empresarios, por lo que una jornada de menor duración se ve como un acto de justicia.
En el mundo de los negocios, hace mucho rato que La Moneda genera la sensación de que es demasiado susceptible a las oleadas de la opinión pública, y en especial de las redes sociales. La famosa frase de un dirigente empresarial sobre los 10 mil tuiteros que se habían apoderado de la agenda pública tenía como destinatario final el Ejecutivo. Para los empresarios, pese a que nunca han querido mucho al Presidente, era visto como una persona capaz de parar las oleadas populistas que amenazan al modelo. Sus primeros discursos sobre una segunda transición sonaban muy bien en dicho mundo. Se generó la ilusión de que iba a ser capaz de hacer reformas profundas al Estado, al sistema de evaluación ambiental, al sistema tributario, de pensiones; todos temas que eran vistos como trabas al desarrollo.

La imagen de un político en la pequeña lucha con el PC por una hora más o menos de duración de la jornada laboral no es compatible con el líder de los acuerdos. Más que un nuevo Aylwin, el mandatario parece ser un González Videla, atrapado entre las presiones de sus partidos, con un lenguaje anticomunista; y ninguna idea en serio, salvo la remodelación de La Serena. No se ve en la actual administración siquiera alguna ciudad que pueda cambiar su rostro.

Carlos Correa/La Tercera

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