La hoguera

La hoguera

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El director del Instituto Nacional de DD.HH., Sergio Micco, fue duramente cuestionado por los consejeros de oposición del organismo, después de afirmar en una entrevista que no existen sociedades con derechos y sin deberes. Las críticas, que se hicieron extensivas al mundo político, apuntaron a que el director habría relativizado la incondicionalidad de los derechos humanos, algo que no se desprende de ninguna afirmación hecha en la entrevista. Micco atribuyó dicha interpretación a una abierta “mala fe”, pero la verdad es que en su origen hay algo mucho más profundo.

Desde hace años un sector político viene agitando el paradigma de una “sociedad de derechos” donde los deberes, las responsabilidades colectivas y el respeto a los demás, no tienen cabida. En esa lógica, toda demanda particular –justa o injusta- pasa a ser revestida con el aura de un “derecho”, lo que inmediatamente supone que ella no puede ser cuestionada o, lo que es más grave, que los medios para satisfacerla no importan. Esa fue la manera en que el movimiento estudiantil impuso en su momento la bandera de la gratuidad universal en la educación superior, una aspiración que fue acogida sin reservas por la Nueva Mayoría, pero a la que debió renunciar durante su gobierno al mostrarse financieramente inviable.

La idea de que los derechos están más allá de toda discusión sobre los medios para garantizarlos y sobre su evaluación frente a otras prioridades ha sido, en la práctica, un importante incentivo a la violencia, una forma de imponer agendas sin ninguna posibilidad de crítica o deliberación democrática. El destino trágico del Instituto Nacional es quizá el mayor símbolo de las secuelas de esta delirante asimetría entre derechos y obligaciones. La relativización y el silencio cómplice frente la violencia desatada desde el 18 de octubre, el drama de la gente que vive y trabaja en el entorno de la Plaza Italia, respondieron de hecho a la misma premisa.

Es esa lógica del “hago lo que quiero” sin importar los demás, la que ha estado también en la base de fenómenos indignantes observados en estos días de emergencia sanitaria: gente de todos los sectores sociales que no respeta las restricciones impuestas por la autoridad, que sale de sus ciudades los fines de semana largo, que organiza fiestas clandestinas, etc. Es que cuando se incentiva a la gente a creer que sólo tiene “derechos”, que no existen deberes ni responsabilidades con los otros, no resulta extraño que este tipo de conductas prolifere en contextos como el presente.

La hoguera a la que hoy Sergio Micco está siendo arrastrado es el producto obvio e inevitable de un discurso que, dados sus fundamentos, no podía no terminar siendo un incentivo a la violencia, al odio y la intolerancia; una pira de fanatismo e irresponsabilidad política que en el último tiempo se ha extendido de manera peligrosa. (La Tercera)

Max Colodro

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