La guerra y la paz- José Antonio Kast

La guerra y la paz- José Antonio Kast

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“Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”, afirmó el Presidente Sebastián Piñera en medio de las violentas protestas que asolaron Santiago y regiones hace tres semanas. Sus adversarios, más que centrarse en la violencia, usaron sus palabras para victimizarse y buscaron apropiarse políticamente del malestar social.

¿Seguimos en guerra? Sí… Una guerra material que se libra en las calles, que vemos todos los días cuando cientos de vándalos y delincuentes siguen arrasando con nuestro espacio público, sembrando el terror y limitando la libertad de millones de chilenos. Pero también una guerra cultural que, encabezada por la izquierda radical, busca socavar los cimientos del modelo social y económico que le ha dado estabilidad y progreso a Chile en las últimas cuatro décadas.

En apariencia, las fuerzas que se enfrentan lo hacen de manera desigual. Miles marchan por las calles, ocupan los medios de comunicación y multiplican sus voceros para imponernos al unísono que “Chile despertó” y que hay un estallido social que nadie puede parar, como si todo Chile quisiera la violencia reinante. A esas fuerzas, inadvertidamente, se suman otros incautos que, con cálculos electorales de corto plazo y convicciones febles, renuncian a defender las bases sólidas de nuestra república y van sumándose al coro de los populistas de turno.

Pero la realidad dista mucho de la aparente mayoría que muestran los medios de comunicación masiva. Son millones los chilenos que no marchan ni protestan, que no vandalizan ni se hacen cómplices de organizaciones que buscan subvertir la institucionalidad atacando nuestra Constitución. Cuántos miles de personas han visto destruidos los supermercados donde se abastecían y hoy deben hacer cola para ingresar a los que quedan en pie. Quienes contaban con el metro para trasladarse, hoy deben esperar más horas que antes para subirse al transporte público disponible y demoran muchísimo más en moverse de un lugar a otro de la ciudad.

Son miles los vecinos que se ponen un chaleco amarillo para defender sus comercios y barrios, que aportando su sentido social, colaboran limpiando la destrucción del espacio público y privado que está en su entorno.

Esos chilenos quieren que impere el Estado de Derecho y que el Gobierno se haga cargo de las urgencias sociales. Pero tenemos que hacernos cargo de los problemas reales de las personas, no de las fantasías utópicas de los políticos. La Alameda no es Chile, porque Chile quiere paz, quiere orden, y quiere seguir avanzando sin asambleísmo ni refundación. Chile es esa mayoría silenciosa, trabajadora y orgullosa de lo que hemos construido en los últimos 40 años y expectante de los compromisos que podemos asumir para seguir avanzando en las próximas décadas, ocupándonos con responsabilidad de las urgencias sociales.

Hoy el país es mucho más pobre que hace tres semanas, pero aún seguimos estando mejor que hace dos años, cuando gobernaba la izquierda.

Los que hoy lideran y secuestran los movimientos sociales para su beneficio político tienen el propósito de desestabilizar el país, administrando este caos y violencia en forma permanente para hacerse del poder de forma ilegítima.

Hoy más que nunca necesitamos un Gobierno que defienda la Constitución y coaliciones políticas que resguarden la institucionalidad democrática. Necesitamos un Ministerio del Interior que respalde a las Fuerzas Armadas y de Orden, restaurando el Estado de Derecho en cada barrio y localidad. Necesitamos un Ministerio de Hacienda que, velando por mejorarles la vida a los chilenos, ejerza la responsabilidad fiscal priorizando racionalmente los recursos públicos, sin ceder al populismo que da lo que no tiene.

“Los dos guerreros más poderosos con los que se puede contar son la paciencia y el tiempo”, escribió Tolstoi, y son nuestros mejores aliados para finalizar de buena forma esta guerra. El peor error del Presidente Piñera sería ceder precipitadamente a las demandas de aquellos que nunca lo apoyaron, desoyendo a los millones de chilenos que esperan seguir avanzando con paz, estabilidad y progreso. Chile no “despertó”: es el Presidente que eligieron los chilenos el que se quedó dormido. La agenda de seguridad anunciada ayer es un primer paso, pero no basta el anuncio, hay que implementarla de verdad.

 

El Mercurio

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