La fragilidad de la vida civilizada

La fragilidad de la vida civilizada

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Devolverle el valor a la política debería ser una meta para el nuevo gobierno del Presidente Boric, como también para la oposición y, sobre todo, para la Convención Constituyente. Si lo pensamos bien, esos tres sectores —gobierno, partidos de oposición y CC— suman solo varios cientos de personas, pero 17 millones de chilenos dependemos de sus comportamientos políticos, de sus decisiones y compromiso con la República. Si actúan con frivolidad, degradan a toda la sociedad.

Considero que uno de los principales problemas de Chile es que se ha rebajado la política. Esta debería ser una actividad noble ejercida con buena fe. Se ha instalado una falta de respeto preocupante, que conduce a que las personas que quieren aportar a la marcha del país se abstengan de participar. Así, la política corre el riesgo de quedar a cargo de oportunistas, sin compromiso profundo con el bien común.

Por eso es importante recordar que la soberanía radica en todos los chilenos, y que a políticos y constituyentes se les debe exigir una conducta seria. El nuevo gobierno debe darle valor a su rol político de conducir y apreciar la República que hizo posible su elección, y la oposición debe ser propositiva, ejerciendo su rol de equilibrio razonable con visión de país. Pero, por sobre todo, el futuro de Chile depende de un grupo que debe dotarnos de una Constitución. Y toda Constitución tiene por objetivo articular el poder y dividirlo para que no se preste para abusos, y garantizar los derechos de todos los gobernados.

Si eso no está muy claro entre los constituyentes y no se refleja en sus decisiones y profusas declaraciones, se corre el grave riesgo de confundir su rol con la defensa de intereses. No parece prevalecer la idea de que su norte es armonizar a toda la comunidad, donde caben las diversas identidades sectoriales. El grupo elegido para esta magna tarea aún no refleja tener en mente que su propósito es elaborar un texto que permita sanarnos como país, identificar las críticas legítimas y proponer una Constitución que nos una. Destacar solamente los males de nuestra sociedad ha llegado a un extremo: esos problemas no son lo único que nos define. Lo que corresponde es identificar los errores y también los aciertos históricos de Chile, para redactar de una vez por todas los grandes principios que guiarán nuestra República. La buena fe exige concebir una Constitución que nos dé estabilidad y armonía. La actual guerra en Ucrania, y nuestra propia inestabilidad, nos recuerdan que la democracia y la vida civilizada son frágiles, y que solo unidas las sociedades progresan en paz. (El Mercurio)

Karin Ebensperger

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