La desconfianza política

La desconfianza política

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Se celebra el cambio del sistema electoral binominal argumentando que la medida permitirá perfeccionar nuestra democracia. No obstante, el año recién pasado dejó una sensación ambiente negativa y contraria a este augurio político.

Desde la instalación del nuevo gobierno, hubo miembros de la coalición triunfante, provistos de ánimo ensoberbecido, que anunciaron el inicio del «nuevo ciclo» con declaraciones destempladas, con «retroexcavadora» mediante, convocando a terminar con el modelo político y económico existente, hasta «destruir sus cimientos». Un tono belicoso que hizo surgir, de inmediato, un clima de desconfianza y controversia, desconocido después del retorno a la democracia.

Y el año terminó con políticos cuestionados por irregularidades detectadas en el financiamiento de sus campañas electorales. Situación que complica no solo a los afectados, sus cargos y partidos, sino a toda la clase política, porque la lectura del ciudadano corriente es respecto del sistema, sin hacer distingos. Todo este panorama viene a agregar nuevos motivos para que colectividades, conglomerados e instituciones del área empeoren sus bajísimos niveles de confianza entre la ciudadanía.

Paralelamente, no pocos de quienes participaron en la elaboración y trámite legislativo de los proyectos de ley, destinados a materializar las reformas estructurales (tributaria, educacional y laboral, por ahora), han desparramado al bulto conceptos cargados de animosidad y desconfianza, por ejemplo, contra los empresarios o sostenedores de colegios subvencionados, desprestigiando, de paso, a instituciones privadas de educación y otras. Mientras, por su parte, los afectados y también connotados especialistas partidarios del Gobierno han manifestado su desconfianza sobre aspectos de fondo y forma de las iniciativas legislativas.

Un contexto de desconfianza en expansión erosiona la democracia. Se desconfía de aquello que daña, de malas intenciones, del engaño para lograr beneficios con el poder obtenido de algún modo. Una sensación que provoca reacciones muy diversas, todas negativas: distanciamiento, rencores, hostilidad, resentimiento. Desconfiamos, políticamente, cuando suponemos que el sistema predominante nos impedirá desarrollarnos y podemos ser objeto de explotación, de abusos, o nos puede imponer un tipo de convivencia que atenta contra nuestra libertad o condición social y humana. Cuando la sociedad se desordena o endurece y rigen normas que dividen o polarizan. En fin, se desconfía de proyectos de ley poco estudiados o insuficientemente consensuados. Pero que igual se aprueban.

Contrariamente, la confianza política hace más efectiva la democracia, su funcionamiento y legitimidad. Genera capital social, posibilita resultados productivos, propicia un clima solidario con el bien público. No digo que exista aún crisis de democracia. Pero se constató, durante el 2014, una oleada de desconfianza creciente proveniente de ambas veredas y distintos sectores.

El lenguaje, la desacreditación fácil de los adversarios, la voluntad en algunos de imponer el programa tal cual, a todo trance; la desconfianza en las elecciones, en instituciones clave, en el dialogo público-privado, en el acierto de las medidas y de las argumentaciones gubernamentales para impulsar dinamismo económico. La incertidumbre.

A mediados de los años ’60 asegurábamos tener una democracia «ejemplar», formalmente perfecta; proclamábamos ser los «suizos» de Latinoamérica. Y, sin embargo, imperceptiblemente fuimos presa de la desconfianza, la cual creció a punta de discursos ideologizados, descalificaciones, resentimientos, agresiones de calibres ascendentes. Y ya sabemos cómo concluyó ese ciclo. ¿Habremos asimilado algo de esa experiencia histórica? (El Mercurio)

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