La derecha economicista. Un mito histórico

La derecha economicista. Un mito histórico

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Felipe Schwember, a través de una columna publicada en el Diario Financiero, sostiene provocativamente que “la derecha economicista no existe”. Su argumento central es que no es cierto que el liberalismo que se le atribuye a la derecha conceda a los factores económicos primacía por sobre los de cualquier otro tipo. En este sentido, agrega que ese liberalismo no le asigna a la economía más importancia que, por ejemplo, el socialismo. Y tiene razón: ¿acaso el discurso de la izquierda chilena en los últimos años, e incrementado a partir del 18 de octubre pasado, no se ha basado principalmente en un fuerte cuestionamiento al modelo económico, llamado “neoliberal”?

Pero, además, la idea —repetida hasta el hartazgo— de que la derecha chilena sería economicista, no se condice con los hechos. Si bien la derecha del siglo XX propuso un proyecto de “modernización capitalista” (tesis de Sofía Correa), nunca defendió algo así como un “Estado mínimo”, o la primacía de la economía por sobre la política. Siempre creyó en un Estado en favor de los más necesitados, y en la inserción de la economía dentro de un proyecto más amplio.

Tampoco es verdad que los Chicago Boys hayan sido responsables de un giro fundamental hacia la retirada casi completa del Estado. Todo lo contrario: El ladrillo, documento clave para ese grupo de economistas, propone una participación activa del Estado en las más diversas materias o políticas públicas, en particular referidas al combate a la pobreza. Políticas que, por lo demás, no fueron sino —al menos, en lo esencial— continuadas por los cuatro gobiernos de la Concertación.

Asimismo, constituye también un mito que Jaime Guzmán haya adherido a la economía de libre mercado, precisamente a partir de la influencia de los Chicago Boys. Como bien ha demostrado el historiador José Manuel Castro, ya en los años 60 el líder gremialista había dejado de ser corporativista y antiliberal en lo económico. Y pese a que se definía como crítico del liberalismo, sí adhería al capitalismo y a la propiedad privada. Además, tampoco es verdad que Guzmán defendió una subsidiariedad meramente negativa. Ya en 1965, de acuerdo al mismo estudio de Castro, se manifestó partidario de la subsidiariedad positiva.

Asimismo, también es un mito que la derecha de los últimos años, especialmente representada en los dos gobiernos de Sebastián Piñera, haya sido “neoliberal” o “minarquista. Piñera no sólo ha aumentado ostensiblemente el tamaño del Estado —por ejemplo, mediante la creación de ministerios y servicios públicos—, sino que también ha impulsado una gran cantidad de políticas sociales, que encaminan su política al Estado de bienestar.

Mientras durante los veinte años de los gobiernos de la Concertación, se mantuvo la cifra de diecinueve ministerios (incluso Lagos designó algunos biministros), desde el primer gobierno de Piñera se abrió la puerta a la ampliación de ese número, que será posteriormente seguida por el segundo gobierno de Bachelet y por el segundo de Piñera. Bajo el primer gobierno de Piñera se crearon dos ministerios, bajo el segundo de Bachelet otros dos, y bajo el segundo de Piñera uno más. Esto implica que Piñera creó más ministerios que los veinte años de la Concertación y el segundo gobierno de Bachelet juntos (tres versus dos).

Además, y en torno al segundo gobierno de Piñera, mal puede sostenerse que ha propugnado un Estado mínimo o, incluso, subsidiario. Llevaba la razón Mauricio Rojas cuando señaló que el programa de este gobierno da cuenta de un Estado de bienestar, no muy distinto del de Suecia.  Dicho programa, en efecto, contiene un capítulo denominado “un Chile justo y solidario para caminar juntos”, que contiene políticas no sólo en favor de los más necesitados, sino también de la clase media. Por lo demás, si Piñera fuese tan “neoliberal” no se habría entregado, en menos de cuarenta y ocho horas, al mismo diagnóstico de la izquierda sobre la causa del estallido de octubre. La renuncia a la reforma tributaria, laboral, de pensiones, etc., que el gobierno hizo durante los días posteriores al estallido hace difícil la consideración de esa administración como “minarquista” o algo semejante.

Por otra parte, tampoco resulta claro que la derecha chilena haya acogido el pensamiento de los pensadores liberales promercado, que suelen citarse como una suerte de “profetas” de ese sector político: Friedman, Hayek y Nozick. Aunque esta cuestión requeriría un tratamiento aparte, la influencia de esos autores resulta dudosa o, al menos, matizable. Sólo de Friedman puede pensarse en una cierta influencia, por el hecho de haber sido profesor de varios de los Chicago Boys. Sin embargo, y como Leonidas Montes lo ha demostrado, la influencia de Friedman sobre el régimen de Pinochet fue prácticamente nula.

La influencia de Hayek fue mucho menos importante todavía. ¿Cuántos de sus dirigentes lo habrán leído? Pese a la tesis de Renato Cristi sobre su influencia en Guzmán, no se aprecia en el líder gremialista un sello hayekiano. En una conversación de Guzmán con Hayek, publicada en la revista Realidad en 1981, se observan notorias diferencias entre el pensamiento de ambos. Mientras Guzmán defiende una intervención mayor del Estado en materia social, Hayek se pronuncia a favor de una acción estatal mucho más acotada. Asimismo, mientras el primero aparece ahí como conservador en cuestiones culturales o “valóricas”, Hayek da cuenta de posiciones liberales o “progresistas”.

Y de Nozick puede afirmarse sin vacilación que no ha tenido absolutamente ninguna influencia en la derecha chilena. Nunca esta derecha ha creído en un Estado mínimo, reducido a las funciones de justicia y seguridad. Tampoco ha desechado nunca la idea de justicia distributiva o social. Más aún, nuestra derecha, sobre todo en últimos años, no se ha caracterizado precisamente por defender el mercado como un mecanismo legítimo de cooperación social. Por el contrario, y de manera gradual pero persistente, ha ido cediendo a visiones comunitaristas y nacionalistas, sostenidas por intelectuales que llevan años realizando una crítica moralizante al mercado, pero sin ofrecer un proyecto económico alternativo. Esto precisamente ayuda a explicar la derrota política y cultural que, sobre todo desde el estallido de octubre, ha sufrido la derecha en Chile, y de la que tiene muy pocas posibilidades de recuperarse en el corto y mediano plazo.

Pero ¿por qué algunos sectores, especialmente intelectuales —tanto de derecha como de izquierda— insisten en el mito del supuesto economicismo de la derecha chilena? Mi impresión es que esos sectores, probablemente casi como un efecto reflejo, identifican el concepto de economicismo con la sola defensa del mercado. A esos sectores, por otro lado, les resulta casi imposible ver en el mercado un sistema cooperativo y justo. Más bien, y esta es la base de la crítica moralizante que ellos efectúan, suelen ver en él un espacio de alienación, de atomización, de egoísmo, de la pérdida de un horizonte común de sentido, etc. Esto precisamente ayuda a explicar que, como bien sostiene Schwember en su columna, no sean esos sectores capaces de reconocer la presencia de economicismo en el ataque persistente que la izquierda (con el apoyo de algunos intelectuales de derecha) ha realizado contra el modelo económico, caracterizándolo como eminentemente injusto, abusivo y reproductor de desigualdades entre los chilenos. Pero esto último no sería economicismo, debido a que este concepto se reduce a la sola defensa del mercado. El socialismo o el comunismo, por tanto, nunca serían economicistas, pese a que el grueso de las reformas que proponen son eminentemente económicas o, si se prefiere, “político-económicas”. (El Líbero)

Valentina Verbal

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