La derecha acéfala

La derecha acéfala

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Hay partidos, candidatos, dirigentes, coalición. Pero no hay conducción. Cuando la derecha dice no a un mal acuerdo, pocos le creen, porque ha sido errática. Se lee como “depende cuánto los presionen”. Y a veces no se percibe con claridad cuál es la posición alternativa que defiende. En relación a la reforma previsional, por ejemplo, lo que queda es la queja por haber sido ignorados más que el rechazo a la propuesta.

Como si lo relevante fuera que los hayan herido en lo personal. Así, no sorprendería que una vez más todo termine en un regateo a la rápida, en una cancha previamente definida por la izquierda o en el departamento de un lobista, cediendo lo que no se debe ceder, por presión de gremios empresariales o a petición de figuras políticas que quieren llegar al próximo gobierno con un problema “solucionado”. No importa si “mal solucionado”. Ponerse de acuerdo en torno a malas ideas es una irresponsabilidad, cuyos efectos no los paga nunca la elite que los aplaude.

Este gobierno busca destruir nuestro modelo de desarrollo y la democracia liberal (lo pusieron por escrito en su texto de la Convención), por tanto, el principal objetivo es reemplazarlo democráticamente en dos años más. Pero algunos en Chile Vamos parecen más preocupados de diferenciarse del Partido Republicano que de esta izquierda que gobierna con ceguera ideológica, hundida en la corrupción y promoviendo la violencia (incluso la financia a través de pensiones de gracia)

¿Qué sentido tiene dirigir un partido si las decisiones las tomará la encuesta Cadem? Es cómodo, sin dudas, pero eso no es conducir. Para que ganar tenga sentido, es necesario partir al revés: levantar un proyecto político alternativo diferenciador y consistente. Las ideas están, pero no se defienden solas. Se deben promover con convicción mientras estás en la oposición y mantenerlas al gobernar.

Algunos ejemplos. Que se sepa, desde hoy, que se empujará una contrarreforma educacional porque la que hizo la izquierda fracasó. Que se modificará el sistema electoral y político, afecte a quien le afecte. Que se bajarán impuestos para que Chile vuelva a crecer. Que la discusión girará en torno al gasto público y no sobre el aumento de la carga tributaria. Que se modernizará el Estado y los ciudadanos tendrán derecho a exigir siempre un buen (y continuo) servicio. Que la igualdad ante la ley y la libertad de expresión no se transan. Que se promoverá el emprendimiento privado. Sí, el lucro y la innovación. Que se reconocerá el mérito y defenderá el derecho a ser dueño del fruto del propio esfuerzo, a diferencia de la izquierda que no cree en la movilidad social. Por eso destruyeron los liceos emblemáticos. Que se gobernará para todos y cada uno de los ciudadanos, no para gremios ni identidades.

Para avanzar en este camino, junto con ganar la presidencial, se necesitará mayoría parlamentaria. Si las oposiciones trabajan unidas desde ahora, se puede. Es fundamental poner el acento en lo que une y no en lo que separa. Y claramente el eje diferenciador no puede estar en el tono o en la forma de relacionarse con La Moneda. Frente a un gobierno como el actual, que actúa del modo en que lo hace, y promueve ideas que están en las antípodas de lo que cualquier defensor de la democracia liberal sostiene, no cabe jugar al bueno y al malo, o al duro y al blando. Así no se puede hacer una oposición proporcional ni mucho menos construir confianzas que permitan ganar y gobernar. (El Mercurio)

Marcela Cubillos