Cuando la certeza es absoluta, puede resultar tan dañina como la incerteza. Las sociedades que viven ancladas en un set de ideas que consideran ciertas, una suerte de dogma, son tan peligrosas como las que viven sin certidumbre alguna. Porque, a estas alturas, plantear que existe un modelo capaz de resolver todos los problemas que enfrentamos, es una utopía que día a día nos demuestra su fracaso. Se trata de visiones que, más temprano que tarde, siempre terminan por ser totalitarias.
Como la mayoría de nosotros está anclado en un conjunto de creencias fijas, asentadas a veces en la fe, otras en la razón, o en la ideología, sin descartar la simple costumbre o comodidad, es que actuamos con cierto fanatismo en la defensa de nuestras posiciones. En la seguridad de que las cosas son blancas o negras. Buenas o malas. Todo esto sin dar espacio alguno a la realidad que, muchas veces, se nos presenta confusa y contradictoria.
En Chile hay mucho de esto. En parte porque así se nos formó.Nuestro sistema educativo está anclado en la búsqueda de respuestas más que preguntas, sin espacios para la duda, para lo incierto, que es la clave del mundo en que vivimos. Por eso, cuando las cosas se tornan grises, en vez de abrirnos a soluciones impensadas, nos acuartelamos en nuestras certezas. Así, nuestras discusiones son chatas y nunca llegan a buen puerto. Más que escuchar y aprender, buscamos defender nuestra verdad. Tampoco se trata de caer en el relativismo moral. Uno puede tener un set de valores claros, pero también reconocer que ellos no dan cuenta de todo lo que sucede.
En el plano político esto es más evidente. Vivimos encerrados en fanatismos de izquierda y derecha. Entre los que creen que lo público y lo colectivo es la solución a todo, y los que plantean que es el mercado y la iniciativa privada lo único que vale. La solución no es una tercera vía, como algunos llaman a la posición intermedia. Se trata simplemente de reconocer que cada problema puede tener un solución diferente. Y estar abiertos a aquello.
Esto es especialmente importante para los llamados liberales. Si todo fuera certeza, el mercado no tendría razón de ser. La libertad, la creatividad y la innovación pierden su sentido cuando hay una verdad cierta. Por eso, un liberal que cae en el dogma, deja de serlo. Esa es, por lo demás, la esencia de la utopía socialista.
Por eso, si yo decidiera irme de Chile, no lo haría por la incerteza, sino por la certeza que impera en casi todos nosotros. Y que termina por asfixiar. Porque los de izquierda y los de derecha somos demasiado portadores de una verdad que no acepta matices. Me iría, entonces, para que mis hijos vivieran y fueran educados en una sociedad con más preguntas que respuestas. Donde se sepa discutir, donde puedan defender sus posiciones con argumentos sólidos, pero también que estén abiertos a cambiar, a aprender. Creo que muchos de los jóvenes que hoy se están yendo de Chile lo hacen por esto. Si es así, entonces es una buena noticia. Porque cuando vuelvan, será la generación que cambie Chile para siempre. (La Tercera)


