La apetencia de las cosas-Joaquín Fermandois

La apetencia de las cosas-Joaquín Fermandois

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Ha habido un furor escenificado por la riqueza y la avidez de poder que otorga el dinero y la adquisición de productos y objetos materiales. Se parte de la base que a su alrededor se desplaza una nube maloliente, un pecado original inexpiable. Algunos lo aceptarán como quehacer imprescindible, aunque una pestilencia inunde su aparición. Por milenios la imagen del becerro de oro ha simbolizado una perdición humana. La profusión de exclamaciones doloridas (o que presumen de tales) ante el «olor del dinero» constituiría indicio irrefutable de culpa dolosa. Todo este fuego de artillería concentrado en un solo blanco tiene un nombre, el ex presidente Sebastián Piñera.

Se olvida eso sí un aspecto del asunto. Pasado cierto límite, la acumulación de capital en bienes materiales o en capital -necesaria para el desarrollo por lo demás- adquiere un carácter de vértigo abstracto, codiciable pero del cual escasamente se puede disponer de manera directa, corporal; lo placentero adquiere un carácter simbólico aunque real. Me explico, nadie puede comprar 50 autos Jaguar y gozar de ellos de manera directa, salvo como una empresa de taxis de lujo, pero eso es otra cosa. Sucede que en este aspecto fuimos educados en la imagen de Rico McPato y sus piqueros a la montaña de monedas. No es que los grandes bancos y conglomerados carezcan de problemas o sean incuestionables. De ninguna manera (también el Estado es un problema). Solo que la economía no puede vivir sin ellos.

No me refiero a eso, sino a las manifestaciones de indignación fabricadas desde un púlpito moral, que condenan y amenazan con penas del infierno al afán adquisitivo que incita a los creadores de dinero, todo ello como si hablaran más allá de toda tentación por el mal, como libres de pecado de codicia alguno por tener otro quehacer profesional o vocacional en la vida, reduciendo la fuente de la maldad y del expolio al afán por el dinero vinculado al mundo empresarial. A otro perro con ese hueso.

El impulso adquisitivo radica en la naturaleza humana, es parte del instinto de conservación. Tomemos como ejemplo tres áreas ocupacionales: la política, las artes y la cultura, la academia. Aunque las apetencias por cosas y por símbolos asociados al dinero no están ausentes, hay una pasión que no se desprende del fin ideal del oficio (poder para mejorar en el político; fuerza creadora en el artista; el estudio y comprensión del hombre y la ciencia en la academia), sino que le es un acompañante a veces irrenunciable y otras muchas surgida de la competencia y la codicia: la autoexhibición como progreso personal; la crítica como corrosión de un rival real o presunto; publicar por cubrir metas cuantitativas antes que por una aventura espiritual o intelectual; las patadas y zancadillas; la práctica de las camarillas; la obsecuencia ante lo políticamente correcto; etc. La lista es interminable. Muchos de sus aspectos pertenecen a lo cotidiano de cualquier actividad, ya que es imposible desempeñar una vida humana sin verse apremiado por estas fuerzas.

No desconozco el poder privilegiado en algunos sentidos de la adquisición de cosas traducibles en dinero o valores análogos y de los peligros propios que ello entraña. Sigue siendo válida la palabra iluminada de Solzhenitsyn, de que en vez del totalitarismo, la respuesta al afán adquisitivo debiera surgir de la capacidad de «no querer», de restarse a la apetencia ilimitada de todo; no es necesario además aspirar a más y más cosas.

Solo que no se trata exclusivamente de lo que llamamos actividad económica; es una pulsión más común de lo que se piensa. El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois

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