Kazajstán, gas natural, criptomonedas y “disparar a matar”

Kazajstán, gas natural, criptomonedas y “disparar a matar”

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Los 18 millones de habitantes de Kazajstán se vieron sacudidos hace un par de semanas por un estallido social de enorme envergadura. Muertos, heridos, destrozos materiales de gran magnitud y un espíritu volcánico que se apoderó de los manifestantes, trajeron a la memoria inevitablemente algunas escenas de El Cairo (Revolución Blanca, 2011), Tunisia (Revolución de los Jazmines, 2010) e incluso de Santiago de Chile (2019), Madrid (15-M, 2011) y Paris (Chalecos amarillos, 2018-2019). Más de alguien encontrará -y con alguna razón- una cierta similitud entre estos convulsionados episodios ocurridos en diversos continentes en los últimos años.

Sin embargo, tienen motivaciones disímiles, aunque varios terminaron como una gran frustración. Pareciera que la parresía incrustada en ellas se hubiese difuminado como el viento. Como si sus líderes se hubiesen entusiasmado rápido con el poder, olvidando las consignas. Y, ya que Kazajstán también quedará marcado por la desilusión, cabe preguntarse si no hay una especie de designio celestial para dejar truncos estos procesos.

Probablemente la respuesta radique en ese guión tan similar seguido por casi todas estas revueltas. Irrumpen de manera algo sorpresiva y derivan luego hacia una dinámica callejera bastante violenta. De paso, dejan estupefacta a la elite política. Sin embargo, en esta secuencia se observa una diferencia importante. Los aparatos gubernamentales han reaccionado con intensidades muy diversas.

Quizás la explicación a la frustración final se encuentra en que su guión no encaja en el patrón de la clásica revolución comunista. Estas revueltas no buscan, como aquellas, asaltar el Palacio de Invierno, esa icónica figura soviética tan subyugante para las vanguardias revolucionarias de todo el mundo que sintetiza la idea de tomarse el poder para “construir un paraíso terrenal”.

Las revueltas no buscan arcadias. Sólo aprovechan circunstancias concretas, basadas en malestares relativamente acotados, para desatar explosiones sísmicas y herir al máximo al régimen imperante. Mas ninguna de ellas, a diferencia de la toma del Palacio de Invierno, tiene trazado siquiera borrosamente su objetivo final. Es decir, son estruendos, voluntades eruptivas, con destino necesariamente incierto. He ahí las frustraciones.

Estas revueltas han sido analizadas profusamente por intelectuales de aquellas izquierdas que miran con arrobo extático los tumultos de masas, y que barajan mil hipótesis, procurando nuevas narrativas. También es un tema recurrente en esos medios de comunicación que desbordan de alegría ante el caos. Sin embargo, en la mayoría de las aproximaciones se observa una gran tergiversación, pues homologan estas revueltas con la gesta en contra del comunismo en Europa central y del Este de 1989, haciendo abuso de esa muletilla absurda de que “caen los muros”.

Esa visión de las revueltas no repara en un equívoco colosal, pues el propósito de las movilizaciones polaca, checa, alemana, de los países bálticos y otras, no fue herir al régimen, ni generar ambientes adversariales, como tampoco abrazar la libertad en términos nebulosos. Las realidades políticas de hoy en aquellos países (incluyendo los cinco Länder alemanes que formaban la RDA), confirman que su destino final era ante todo la instauración del capitalismo. Libertad económica como asunto prioritario.

Por otro lado, la dinámica callejera observada en Kazajstán, y la detención del exjefe de inteligencia, Karim Massimov, confirmaron algo que siempre se ha sospechado. Estas revueltas tienen poco de espontáneo. Y parece lógico. Las “turbas enfurecidas”, como las describe el intelectual judío y Premio Nobel, Elías Canetti en su extraordinaria obra Masa y Poder, no están en condiciones de discernir sobre la marcha qué y cuánto destruir. Es muy raro que no existan “cerebros fríos”, capaces de identificar aquellos movimientos subterráneos susceptibles de ser transformados en fuerza telúrica.

Lo ocurrido en Kazajstán deja al descubierto también otra característica que merece ser reflexionada. Varias de estas revueltas han surgido en países que habían alcanzado un cierto status de tranquilidad y prosperidad en sus entornos inmediatos. Representaban un cierto modelo. Es como si quienes promueven estas revueltas seleccionaran un obscuro objeto de deseo.

Kazajstán era por lejos el gran símbolo de toda la periferia rusa. Se le consideraba un modelo en varios aspectos. Por cierto, muchos critican el enorme poder acumulado por su primer presidente, Nursultan Nazarbayev, olvidando que es una nación apenas tocada por el Renacimiento y el Iluminismo y que, gracias a ese esquema autoritario en lo doméstico, se evitaron las guerras y el caos tan característicos de la Asia post-soviética. En general, todo ese espacio carece de antídotos culturales contra la anarquía, frente a lo cual el autoritarismo es visto como la única herramienta a mano. Allá no llegaron Locke, Hobbes ni Montesquieu. Todo esto, sin contar la centralidad geopolítica de Kazajstán para Rusia, dado el emplazamiento en su territorio del centro espacial Baikonour.

Poco se recuerda estos últimos años que, al producirse el derrumbe soviético, quedó el cosmonauta, Sergei Krikalev (de origen ruso) literalmente abandonado en la estación espacial, sin poder regresar a la Tierra, debido a que el gobierno kazajo alegaba su total falta de incumbencia en la situación. Fue un acuerdo entre Yeltsin y Nazarbayev el que finalmente permitió, tanto el regreso de Krikalev, como la posterior utilización de dichas instalaciones por parte de Rusia a modo de enclave durante 20 años. No podría negarse que tal acuerdo, pese a cualquier consideración de orden moral, constituyó un triunfo de la razón ante un desafío superior, asunto tan bien expuesto en el popular film Don´t look up.   

Finalmente, se observa en Kazajstán otro elemento emergente adicional y de profundo carácter geopolítico. El país centroasiático se había convertido desde el año pasado en la segunda mayor potencia del mundo en minería de criptomonedas, llenándose de granjas de criptominado, procedentes de muchas partes del mundo, pero especialmente de la vecina China.

Este dato adicional permite conjeturar que la orden a matar no responde a un simple capricho autoritario. Y la orden de ingreso de tropas rusas no obedece a simples reminiscencias zaristas o soviéticas; lo cual, dicho sea de paso, recibió fuerte e inmediato respaldo político de Pekín. En Kazajstán se impuso la realidad geopolítica.

¿Pueden estas revueltas multiplicarse a futuro por las sucesivas crisis del capitalismo o, en vista de las frustraciones, entrarán en una dinámica de agotamiento?

Ni lo uno, ni lo otro. Revueltas siempre han existido y seguirán existiendo. De igual modo, los focos de malestar, e individuos capaces de identificar su potencialidad mortífera, también existirán. Sin embargo, los imperativos geopolíticos suelen ser más fuertes. (El Líbero)

Iván Witker

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