Jacintapatricio, Patriciojacinta

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Jacinta Zañartu es una luchadora. Sus diecisiete años son una conquista de la vida y una derrota de la muerte. No hablo de la muerte biológica, que es parte de la vida, sino de la peor de las muertes: la muerte en vida. «Estáis todos muertos», les dijo una vez el joven poeta peruano César Vallejo a sus compañeros de generación. Había compartido con ellos el fervor y la pasión por la poesía, pero al reencontrarlos años después los vio convertidos en fantasmas de ellos mismos, en muertos en vida. Habían olvidado sus sueños, se había extinguido su entusiasmo. Eso nos puede ocurrir cuando nos instalamos y olvidamos que la vida es como una llama que hay que reavivar todos los días. Cuando nos dormimos en los laureles, cuando vivimos una vida «sonambúlica» -como denunció el viejo Heráclito- y no una existencia despierta, alerta, autoconsciente. El gran peligro es ese: despertar en la mañana y pensar que es normal estar vivos o que basta con pegarse una ducha y lavarse los dientes para salir a la calle, olvidando que cada día es una auténtica odisea, un viaje en el que cada uno de nosotros recibimos la posta de los que nos antecedieron (nuestros muertos), la llama encendida contra el viento y la tempestad y que deberemos entregársela ardiendo a los que vienen. La vida no es fácil -es cierto- y hay muchos en el mundo que tienen todo el derecho a quejarse. La mayoría de los quejumbrosos, sin embargo, envenenan todos los días la alegría de sus cercanos con un sonsonete sin causa ni motivo real. Y está la queja de los «cools», esos que posan de malditos y usan su inteligencia y talento para sembrar un hastío devastador.

¿Pero por qué incluso los más «cools», cuando saben que les queda poco tiempo de vida -por una enfermedad o un accidente- se aferran a ella y bracean y luchan para seguir en este mundo que minutos antes deploraban? ¿Por qué queremos seguir respirando aquí, en este valle de lágrimas? Jacinta Zañartu tiene la respuesta y por eso ella está luchando. No solo está luchando por ella. En cada minuto de su combate tenaz con cada célula de su cuerpo en realidad está dando la pelea por nosotros, los que estamos muertos. Muertos en el aburrimiento, la tontería, la inconsciencia, el desamor, el rencor o la alienación. Mientras otros jóvenes de su misma edad se anestesian con alcohol o drogas hasta «borrarse», Jacinta quiere volver a respirar para embriagarse de aire, de luz, de asombro por el aparecer del sol en la montaña o del rostro de otros seres humanos a su lado. El rostro de sus familiares y amigos, y el del donante que le entregó su corazón y su pulmón. Y hablo de él como si estuviera vivo, porque está más vivo que nosotros, a quienes nos cuesta tanto donar un momento de alegría a otro, una mínima sonrisa cuando subimos a un ascensor o entramos en el metro. ¡Cuánto nos cuesta a nosotros, los muertos, desconectarnos de nuestros adminículos virtuales y autistas para mirar y oír al prójimo, al que está «próximo», a nuestro lado! El filósofo Sloterdijk dice que la palabra «individuo» es una abstracción: que nunca somos solos, siempre somos «dividuos». Patricio Barrios y Jacinta Zañartu saben -y lo saben en cada latido y respiración- que no podemos ser sin los otros, «los otros que me dan plena existencia», como dijo Octavio Paz.

Qué asombroso que el pulmón y el corazón de «otro», órganos tan enraizados en nuestra intimidad corporal, viajen de un cuerpo a otro cuerpo, el de un extraño o una desconocida, para que este o esta tomen la posta, la posta de esta vida que nos fue dada, y que no es nuestra, sino de otros, de otros en nosotros.

A fin de cuentas, ¿para qué estamos aquí si no es para ser con los otros? Por eso Jacinta está luchando con tanto ímpetu por nosotros, que morimos cada vez que olvidamos que dentro nuestro hay un corazón que palpita y un pulmón que respira, que respira acompasadamente con ese anónimo que cruzó la calle y que nos olvidamos de saludar.

 

El Mercurio/El Mercurio

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