Intelectuales chilenos confrontan las tesis de Zizek y Byung-Chul Han

Intelectuales chilenos confrontan las tesis de Zizek y Byung-Chul Han

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El mundo atraviesa una crisis sanitaria acaso sin precedentes en los años más recientes. Mientras la ciencia despliega esfuerzos para combatir la pandemia, filosófos e intelectuales han compartido sus reflexiones en torno a la emergencia y a la vida post coronavirus. Así como el esloveno Slavoj Zizek pronoticó que el virus equivale a un golpe mortal al sistema capitalista, el pensador sudcoreano Byung-Chul Han estima que ello no ocurrirá. Si Zizek cree que el virus provocará una explosión de solidaridad, Byung-Chul subraya que el covid-19 más bien nos aísla.

Doctor en filosofía, el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, toma distancia y pone paños fríos a la discusión.

“No cabe duda que estamos en presencia de un momento excepcional”, dice Carlos Peña, “pero no vale la pena exagerar. Es propio de la cultura humana que irrumpa de pronto en ella un acontecimiento que parece desafiar todas las regularidades en medio de las que, hasta ese momento, se desenvolvía la vida. Es lo que Lacan llama el Real, eso que no puede ser simbolizado. Lo excepcional hoy día es quizá el carácter global que proviene no tanto de la extensión del contagio, como de la extensión del miedo que la mayor cantidad de información provoca. Todas las épocas han tenido momentos de congoja y se han asomado a lo que creen es un abismo. La nuestra no es una excepción. En el siglo XX fue el totalitarismo, la amenaza nuclear más tarde, el calentamiento global, hoy la peste y así. Cada época necesita de sus fantasmas aterradores. Ya se disipará este y vendrá otro que lo sustituya”.

Se ha hablado que después del coronavirus, la vida ya no será la misma. ¿Está de acuerdo?

Será la misma, por supuesto, pasará este momento excepcional y volveremos a las fantasías y las ilusiones de siempre ¿Acaso alguien cree de veras que la naturaleza humana se modificará como consecuencia de una peste? No cambió con el holocausto (como lo prueba el hecho que ya muchos lo relativizan), no cambió con los totalitarismos del siglo XX y su estela de muertes y sacrificios, no cambió con la peste negra (salvo que dio origen a algunas obras de arte perdurables) ¿por qué iba a cambiar ahora? Nos ocurrirá lo que al enfermo que hace promesas para cuando sane, y pasadas dos o tres semanas se las arregla para olvidarlas. Es verdad que el coronavirus muestra la fragilidad de la vida; pero la cultura es el esfuerzo por olvidar esa condición insoportable. Eso no cambiará. Seguiremos viviendo en la ilusión que todo perdura.

El filósofo Slavoj Zizek ha postulado que el coronavirus asestará un golpe mortal al capitalismo. Su colega Byung-Chul Han cree que se equivoca y que tras la crisis, el capitalismo continuará más pujante.

Zizek ha sostenido una tesis más bien débil: ha dicho que la actual crisis enseña la necesidad de contar con una coordinación global de los mercados y de límites a los estados nacionales. Obsérvese que no dice que la crisis producirá eso. Sólo afirma que enseña o muestra la necesidad de hacerlo. Pero esa tesis no es nueva. Sí, es cierto que el mundo sería mejor si los mercados y los estados se coordinaran en una especie de república a escala global. Esa tesis la sostuvo Kant antes que el coronavirus apareciera (en su escrito sobre la Paz Perpetua). Así que eso ya lo sabíamos: sólo que no sabemos, tampoco lo sabe Zizek, cómo llevar adelante eso. Así que, al margen de los deseos, creo que Byung-Chul Han acabará teniendo la razón.

En el mismo sentido, Zizek cree que la salida a la crisis se encuentra en un nuevo comunismo: comunismo o barbarie, dice en su tono provocador.

De nuevo Zizek tiene una tesis más matizada. Cuando habla de comunismo se refiere en verdad a un liberalismo más consciente de los requisitos que lo hacen posible. Un comunista de hoy, dice Zizek, es alguien que sabe qué es lo que amenaza a los valores liberales y se esfuerza por luchar contra esas amenazas y así preservarlos. Como se ve, al margen de lo pintoresco de la frase, no hay nada escandaloso en ella. En realidad lo que Zizek dice es: o cultivamos un liberalismo preocupado de las condiciones que lo hacen posible o tendremos la barbarie. Y no puedo estar más de acuerdo en eso. El liberalismo no es dejar a los seres humanos a sus anchas, sino regular sus interacciones en condiciones de igual libertad. Y eso requiere la ley, no un estado de naturaleza. Es eso o la barbarie.

¿La eficaz gestión de la crisis en China podría arrojar sombras respecto de la eficiencia de las democracias occidentales?

No sabemos, en verdad, cuán eficiente ha sido China. Una de las características del régimen chino es la opacidad, el control de la información, la cultura del colectivismo y el gobierno central. Pero incluso si hubiera sido más eficiente en el control de la peste que todas las democracias ¿sería esa una razón para preferir el sacrificio de las libertades? ¿Renunciarían los ciudadanos de hoy a sus libertades básicas y a su autonomía para minimizar las consecuencias de una epidemia? No lo creo. Se ha perdido más vidas y sacrificado mucho más cuando se descree de la democracia con todos sus defectos.

Ante las crisis algunos -como el mismo Zizek- piensan que la epidemia esparcirá un nuevo espíritu de solidaridad; otros -como el mencionado Byung-Chul- cree que los gestos de solidaridad, que consisten en mantener la distancia con el otro, no son suficientes para promover una sociedad más justa.

Como dije denantes, no creo que lo que está ocurriendo vaya a cambiar un ápice la naturaleza humana. Y no creo que haya nadie que lo piense en serio. En vez de solidaridad y cooperación lo que este tipo de fenómenos desgraciadamente desatan es el egoísmo, la preocupación ante todo por si mismo y el cálculo utilitario de cuántas vidas merece la pena hacer esfuerzos para salvarlas. Así que no creo que esto que estamos viviendo estimule la justicia o la solidaridad. Lo desearía, pero no creo que vaya a ocurrir.

Una cosa son los deseos, otra la realidad. Y hoy se confunden ambas cosas: el miedo despierta los deseos de un mundo sin maldad e injusticia, pero apenas pasa la tosca realidad sigue estando allí.

¿No será, más bien, que muchos intelectuales interpretan estos hechos como una revelación casi religiosa, como un acontecimiento que despierta la buena naturaleza humana, esa que habría estado escondida tras el consumismo y la búsqueda del bienestar? No sería raro. Si algo producen las pestes como el corona virus es un renacimiento del temor de Dios y la lectura religiosa de la realidad, sólo que en clave más laica. En la Edad Media, durante las pestes brotaron como callampas los profetas del fin del mundo que llamaban a la gente a convertirse. Hoy la cosa es distinta; pero el fondo es el mismo. La peste nos enseñaría que tenemos que alejarnos de los defectos -el individualismo, el consumismo y cosas así. No es muy distinto a los profetas medievales (estos sí más imaginativos) que veían en el pecado la causa de los males. El contenido del pecado es lo único que ha cambiado.

¿Qué lecciones personales saca de esta crisis?

Ninguna en especial. Que la vida humana es frágil y que en cualquier momento se desarma al menor soplido de la desgracia, como un castillo de naipes, es algo que todos alguna vez ya habíamos aprendido; aunque nos esmeremos en olvidarlo.

Agustín Squella: “Volveremos a ser el amasijo de virtudes y defectos que somos todos”

Para el abogado y Premio Nacional de Humanidades Agustín Squella resulta difícil dimensionar la crisis que atravesamos, pero no duda de que se trata de un hecho de largo alcance. “Lo que pescamos será mayúsculo, lo mismo que un pescador siente en las manos, antes de verlas, las grandes piezas que han mordido su anzuelo. Y lo estoy viviendo como todos: con estupefacción, con dolor, con temor, con ese malestar y ansiedad que se sienten cuando la normalidad se interrumpe brusca y prolongadamente”, dice.

El Premio Nacional de Humanidades Agustín Squella.

¿Cambiará la vida después del coronavirus?

Algunos pensadores andan muy nerviosos, sobreexcitados, pronosticando todo tipo de desmesuras, tanto buenas como malas. Se habla incluso de que surgirá un hombre nuevo y un tipo completamente mejor de sociedad, y la verdad es que me cuesta imaginar algo así. Después de la crisis volveremos a ser el amasijo de virtudes y defectos que somos todos los individuos, y los gobernantes de las grandes naciones van a continuar pensando en estas y no en el conjunto del planeta.

¿Qué piensa de las tesis de Zizek y Byung-Chul Han?

Ahí tiene usted dos ejemplos de sobreexcitados, especialmente Zizek. Este anda hace rato en la lógica de algunos intelectuales: no termina de acontecer algo y ellos corren a notificarnos por los medios cómo tenemos que entenderlo. Pura ansiedad no más. Más ímpetu expresivo que auténtica reflexión. Byung-Chul Han, otro pensador potente, peca a veces de lo mismo.

¿Será la salida un nuevo comunismo, como dice Zizek?

¡No, por favor! Antes de hablar de un nuevo comunismo el viejo tendría que hacerse cargo de su biografía, en la que hay más víctimas que las del coronavirus. Zizek podría estar aprovechando la pesadilla que estamos viviendo para retomar el sueño comunista que alguna vez pudo tener y que hoy es una pieza de arqueología.

¿La gestión de China en la emergencia podría opacar a las democracias occidentales?

Pero China fue el país de origen de la pandemia y su gobierno le bajó inicialmente el perfil y hasta sancionó a los primeros médicos que alertaron de ella. Típico. Los dictadores nunca quieren malas noticias. ¿Más eficaces en el control? Claro, como todas las dictaduras lo son también en el control de la delincuencia y el orden público. Pero yo no cambio la democracia por la moneda de una mayor seguridad de ese tipo.

¿Cree que el virus traerá consigo un contagio de solidaridad, como dice Zizek?

Dios oiga a Zizek, en serio, pero que no se trate del tipo de solidaridad en cuyo nombre el comunismo sofocó la libertad y redujo la solidaridad al círculo muy estrecho y secreto de sus jerarcas. Con palabras de Octavio Paz, para nada sospechoso de izquierdismo: la fraternidad es la gran ausente de las sociedades capitalistas contemporáneas, y nuestro deber es redescubrirla y ejercitarla. ¿Lo haremos esta vez?

¿Qué lecciones rescata de esta crisis?

Que las rutinas son muy valiosas. Rutinas domésticas, de trabajo, de personas, de calles, de cafés, de bares, de cines, de parques, de hipódromos, de librerías. Las he perdido, pero sustituido por otras, si bien más limitadas y menos atractivas, pero rutinas al fin: esas benévolas esclavitudes que nos dispensan del esfuerzo de pensar y de la fatiga de decidir.

PABLO OYARZÚN: “SIEMPRE ESTAMOS AL BORDE DE ALGO”

Académico, ensayista e investigador, el filósofo Pablo Oyarzún dice que ha vivido esta crisis con algo de asombro, sobrecogimiento e incertidumbre. Y luego matiza: “Pero suponer que este evento pudiera ser considerado el mayor desafío humanitario de nuestra época sería olvidar la catástrofe humanitaria que se vive cotidianamente, en todas las poblaciones y grupos marginados, discriminados, humillados y constantemente violentados, empujados al borde de la extrema penuria y de la aniquilación. La pandemia, alterando tan agudamente nuestras vidas y mostrándonos que al fin y al cabo son esencialmente vulnerables, debería hacernos reparar en esta vulneración y este horror continuos”, dice.

El filósofo y académico Pablo Oyarzún.

Tras la epidemia, ¿la vida será la misma?

Por una parte, la vida nunca es la misma. Por otra, aun después de catástrofes de gran magnitud y de sus primeros embates y réplicas, la resiliencia de los seres humanos los hace adaptarse a circunstancias dramáticamente alteradas y producir una suerte de nueva «normalidad». Y se habla de «normalidad», de «volver a la normalidad» cuando se producen grandes trastornos. En todo el tiempo que el «estallido social» estuvo en el centro de atención del país, el tema de la «normalidad» y de volver a ella fue una retórica dominante, compartida por el gobierno, los medios y gran parte de las fuerzas políticas de distinto signo. Sin embargo, uno de los puntos críticos del estallido consistía en denunciar la radical anomalía de esa «normalidad», era una protesta contra la «normalidad» de la cotidianidad disciplinada, el cautiverio del consumo, la marginación y discriminación, el cierre de los horizontes de vida para grandes sectores de la infancia y la juventud, la inequidad y l desigualdad escandalosa, los privilegios exorbitantes. Ahora pareciéramos adaptarnos a la «normalidad» del confinamiento. Pero no hay tal «normalidad», solo una sorda resistencia a admitir que siempre estamos al borde de algo, quizá porque saberlo y sentirlo en todo momento sería intolerable.

¿Qué piensa de las tesis de Zizek y Byung-Chul Han?

Me parece que cualquiera de los dos juicios es apresurado y, por eso mismo, prematuro. La situación es de una ambigüedad tal que ni el más afinado cálculo de probabilidades podría señalar una tendencia dominante. En las hipótesis, los diagnósticos y pronósticos que circulan dos extremos parecen perfilarse como salidas o bien resultados de la catástrofe: o bien ciudadanía empoderada hasta el punto de la autogestión o bien Estado totalitario y vigilante del tipo big brother. Supongamos que eso es una alternativa que tiene algún asidero en términos meramente teóricos. La ambigüedad obligaría a pensar qué es lo que hay entre esos dos extremos, es decir, qué combinaciones no previsibles aún de lo que esos extremos implican serían posibles, podrían llegar a tener lugar y dónde, con qué impacto geopolítico, con qué insospechadas consecuencias para la organización de la vida. Pero creo que es preciso situar todo esto en un contexto más amplio, de mayor amplitud histórica. Es, me parece, lo que de un modo u otro se perfila en muchos de los artículos, comentarios y opiniones que han circulado en el último tiempo a propósito de la pandemia. Es la sensación de estar al final de un gran ciclo histórico, que se podría describir como una época de la configuración de lo social y de la vida humana misma, caracterizada por la relación contractual. Se puede llamar a esa época «moderna», pero no para sostener que estamos, como se supone que estamos, en tantas otras cosas, en una especie de «post». Es algo mucho más radical que eso. Para pensarlo necesitamos poner en cuarentena -en cuarentena, precisamente- las categorías que solemos aplicar para entender lo que pasa y no confiar que ya sabemos, de un modo u otro, de qué se trata.

¿En esta crisis, las democracias occidentales podrían ser opacadas por China?

En cierto sentido, da la impresión de que lo que se confronta aquí como capacidades para hacerse cargo de la pandemia es neoliberalismo versus capitalismo de Estado. Pero estas son dos formas de capitalismo, dos modelos de estado. Sospecho que el capitalismo, la pandemia más destructiva que conocemos, buscará modos de negociar entre esas dos formas, entre esos dos modelos.

En algunos sectores han aparecido brotes de xenofobia, así como reacciones populistas contra la globalización, ¿son síntomas pasajeros o deberían preocuparnos?

Me parece oportuno recordar las imprudentes palabras de Sebastián Piñera, la noche del domingo 20 de octubre: «Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable» – es el discurso de la alterofobia, del odio ( el miedo, el miedodio) a todo lo ajeno, otro, extraño y extranjero, siendo su extrañeza la intransitable distancia a la que ese «enemigo interno» se encuentra en algo que, a fin de cuentas y a pesar de todo, es un mismo espacio social. Hace unas semanas, el presidente Macron anunció a todo el país «estamos en guerra contra un enemigo invisible», queriendo significar con eso que el Estado entero entraba en movilización total frente a la epidemia y para la adopción de medidas extraordinarias a contracorriente de las reformas neoliberales. Esta retórica de la guerra es frecuente, es usual. Convierte a lo que se siente o se ve como otro llanamente en enemigo. Pero estos son dos tipos de enemigo muy distintos, así como su invisibilidad es esencialmente diversa. En todo caso, la «guerra» en que hoy nos encontraríamos es perfectamente rara. Sí, se puede entender que es una «movilización total del Estado» (que incluso se ve obligado a extender su radio de acción mucho más allá de lo que el neoliberalismo en curso considera aceptable), pero es un inmovilización total de la población. Concebir esta paradoja me parece ser una cuestión que no debiéramos pasar por alto.

¿Qué lecciones saca de esta crisis?

Eso toma su tiempo. Aún estamos en medio y ni siquiera en medio, en los inicios de una experiencia que nos desborda. Quizá podría decir que vuelvo a aprender la profundidad que tiene en uno la necesidad de las otras y los otros, del contacto, la cercanía, la mirada, la viva voz. Y vuelvo a sentir, aunque suene paradójico, la urgencia de darme tiempo para pensar lo que estamos viviendo, pensar, digo, no como lo que se entiende por ocupación únicamente intelectual, sino pensar, también, con los afectos, en el cuerpo, en la necesidad que mi cuerpo tiene de los otros cuerpos. (La Tercera)

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