In extremis

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Una elección presidencial en que ninguno de los candidatos llegó al 30% de los votos válidos; donde los representantes de las dos grandes coaliciones de las últimas décadas no solo quedaron fuera del balotaje, sino que sacaron menos votos que un candidato ausente en Chile, que hizo campaña por Zoom. En pleno siglo XXI, en la era de globalización, de los algoritmos y la inteligencia artificial, se nos dice que el dilema de Chile es escoger entre fascismo y comunismo. La máquina del tiempo nos llevó de vuelta a la Europa de 1930.

Lo cierto es que la dicotomía Kast-Boric es el síntoma de una sociedad profundamente fracturada, donde los pocos puentes que se habían logrado construir desde el retorno a la democracia fueron dinamitados. Si en una época cantábamos estrofas distintas de la canción nacional, hoy existen sectores que buscan que el país cambie de nombre, que renuncie a ser una república, y modificar los símbolos patrios. Se suponía que el proceso constituyente era la instancia donde al fin íbamos a reencontrarnos, a elaborar un nuevo contrato social, a construir una casa común; hasta ahora, se ha convertido solo en otro campo de batalla.

En este tránsito, con una mezcla de estupor e indolencia, somos testigos del inexorable deterioro de las instituciones, de la destrucción del orden público, de la horadación de toda forma de autoridad. El estallido social, la reacción de un país supuestamente cansado de tanto abuso e inequidad, puso también de manifiesto nuestra atávica compulsión a la violencia, los niveles de odio, fanatismo e intolerancia que nos constituyen desde siempre. En el fondo, no es que no podamos reencontrarnos en un espacio y un proyecto de sociedad común, es que un sector muy relevante de la sociedad simplemente no quiere. Ni ahora ni nunca. Esos sectores hoy tienen la fuerza para instalar a sus candidatos en el balotaje.

Gane quien gane el 19 de diciembre, Chile será al día siguiente un país más dividido, más confrontado y violento. La espiral de deterioro político seguirá su marcha, en un contexto de creciente inflación, alza de tasas y caída de la inversión. Más temprano que tarde, los chilenos dejarán de disfrutar de la exorbitante inyección de liquidez del último año y serán obligados a despertar del idilio consumista. Descubrirán un país más pobre, con menos ahorros y endeudamiento más caro. En paralelo, después de lo que se ha vivido en estos últimos dos años, el próximo presidente tendrá una oposición con muy poco -o ningún- espíritu de colaboración.

El próximo 19 de diciembre el Chile que le teme al fascismo o el Chile que le teme al comunismo respirará aliviado. Es probable que incluso algunos sientan que hay motivos para celebrar. Pero la realidad es que, mirado desde una perspectiva histórica, quien gane o quien pierda la próxima elección es el menor de nuestros problemas. (La Tercera)

Max Colodro

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