Henry Kissinger y Chile

Henry Kissinger y Chile

Compartir

Que Kissinger haya creído realmente que “nada importante ocurre en el Sur”, como se lo dijo a Gabriel Valdés en diciembre de 1969, parece ampliamente desmentido por la cantidad de revelaciones que han surgido en las décadas posteriores al golpe de 1973 que muestran momentos concretos en el tiempo en que el Asesor de Seguridad Nacional de Richard Nixon le dedicó bastante más atención a nuestro país del que él nunca ha reconocido.

El Informe sobre “Acción Encubierta en Chile”, entregado en 1975 por la Comisión especial presidida por el senador Frank Church ya reveló un conjunto de actuaciones de los servicios de inteligencia y seguridad de ese país para afectar el proceso de cambio que estaba teniendo lugar en Chile. Desde entonces ya la acción encubierta hacia las fuerzas de oposición y la prensa de Chile fueron bien conocidas. Pero además la cantidad de información disponible e irrebatible sobre ese involucramiento a lo largo de los años ha crecido, comprometiendo claramente a las más altas autoridades de Estados Unidos en operaciones que van bastante más allá de la simple “ayuda” que Kissinger reconoció ante el Senado en esos años.

Nixon y Kissinger discutieron en detalle y con la presencia del Secretario de Estado y otras autoridades de alto nivel sobre la situación de Chile, con instrucciones precisas del Presidente a su Consejero de Seguridad, quien supervisaba las acciones encubiertas, antes y después de la elección de 1970; luego con ocasión del “Tanquetazo” de junio de 1973; tras el golpe de Estado pocos días después y varias veces más en los meses posteriores. Todo ello está en minutas de conversaciones y documentos oficiales desclasificados por el gobierno de Estados Unidos en las décadas más recientes; pero además el contenido y contexto de esos documentos revela una conversación más permanente y el reconocimiento de que para la administración de Nixon lo que estaba pasando en Chile era visto como una “crisis de seguridad”, que era indispensable atender… y fue atendida.

El registro de conversaciones entre Richard Nixon y Henry Kissinger, a veces con presencia o alusión al Secretario de Estado William Rogers, para impedir que Allende asumiera el poder en 1970, luego cuando sólo faltaban semanas para el golpe de Estado y cuando este se produjo, revela nuevos detalles de cómo ambos se empecinaron en derrocar o al menos ayudar a derrocar el gobierno de la Unidad Popular, al punto de decir Kissinger, en una conversación de septiembre de 1970, recientemente revelada, que “el gran problema hoy en día es Chile”. Y ese problema no era que con Allende la democracia estuviera en riesgo, ni que Allende fuera un enemigo de Estados Unidos, ni que pudiera estallar una revolución armada en América Latina. El problema era que un régimen socialista en Chile podría alterar el balance de poder, al implantarse en una región que se consideraba “zona de influencia de Estados Unidos”, tal como lo era Europa Oriental para la Unión Soviética.

Hay, entonces, una contradicción sólo aparente entre decir que “el Sur no es importante” y prestarle tanta atención. Ambas cosas son posibles, si se considera que un país como Chile no tenía la capacidad de alterar la situación mundial, pero era parte de esa realidad y los cambios políticos en él amenazaban, a juicio de quienes dirigían su política exterior y sus accione encubiertas, la seguridad nacional de los Estados Unidos. Y esa consideración, ya existente desde comienzos de la Guerra Fría (“una derrota en cualquier parte es una derrota en todas partes”) era efectiva incluso en un periodo de distensión, en que lo que se buscaba era un balance de poder, con equivalencia en la capacidad de acusar daño y en el respeto a las zonas de influencia de cada cual.

El Dr. Kissinger había impuesto una visión que veía la realidad global como un gran mapa de zonas de influencia y zonas de conflicto. Indochina ya era una de estas últimas, como también podía serlo África, donde la influencia de Occidente dejó de ser decisiva con la descolonización. Pero Europa Central y América Latina eran claramente “zonas seguras”, al punto que la única real posibilidad de estallido de una Guerra Mundial en los años anteriores había sido la instalación de misiles soviéticos en territorio cubano. El resultado suma-cero de esa confrontación había asegurado, a la vez, que Estados Unidos no invadiría Cuba y que no habría nuevas Cubas en América Latina. Mantener ese status quo era fundamental y el temor en Washington era que eso pudiera ocurrir.

Y aunque en los hechos nada que hiciera el gobierno de Allende pareciera un viraje en una dirección similar, Chile seguía siendo visto, en 1973, como una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. En la década después de Bahía Cochinos ya se habían implantado en la región varias “dictaduras de Seguridad Nacional” con el apoyo o al menos el beneplácito de Estados Unidos, en Brasil, en Uruguay, en Bolivia y otros. En plena detente ese estado de cosas no podía cambiar y si algo ocurriere en Chile, desde Washington eso sería visto como un gran retroceso.

Desde los servicios de inteligencia norteamericanos se seguían acuciosamente los intercambios entre el campo socialista y Chile y se vio con alarma la extensa visita de Fidel Castro a Chile en 1972. Por lo tanto, aún más allá de las amplias revelaciones de los años recientes, era evidente que un golpe contra Allende, siempre que fuera exitoso, recibiría gestos positivos desde la Casa Blanca, aunque no hubiera tropas de desembarco ni actos hostiles directos.

El 12 de septiembre de 1970 Kissinger hizo convocar al “Comité 40” que supervisaba las operaciones encubiertas de Estados Unidos, para evaluar la situación en Chile; y el 15 de septiembre el Presidente Nixon ordenó a la CIA “evitar que Allende asumiera el poder” y ordenó al Departamento de Estado enviar a la Presidencia todas las comunicaciones enviadas desde y hacia Chile. Aunque hay evidencias de que Kissinger prefería seguir el curso de los acontecimientos antes de actuar, Nixon no quería esperar y pedía acciones inmediatas, para que no ocurriera “lo mismo de que en Cuba” o “lo que ocurrió” en Checoeslovaquia. Por cierto, sin embargo, Nixon era especialmente exigente de sus comunicaciones en que nada que se hiciera pudiera filtrarse y eso limitó lo que Estados Unidos pudiera hacer, a contactos con personas o grupos claramente afines y a acciones indirectas. «Mi sensación», dice Rogers a Kissinger, «es que debemos incentivar un resultado diferente, pero debemos hacerlo discretamente para que no salga en tiro por la culata». Y luego Kissinger resume lo que sería la política de ese momento y en los años siguientes: “El Presidente opina que se debe hacer todo lo posible para evitar que Allende asuma el poder, pero a través de canales chilenos y con un bajo perfil”.

Aunque se conjetura mucho acerca de posibles acciones de inteligencia en los años siguientes y es muy evidente que tanto el Presidente como su Asesor de Seguridad Nacional y ahora también Secretario de Estado seguían al detalle la evolución de la política y la economía chilenas, no hay en las revelaciones publicadas en los años siguiente y hasta 1973 que permita mostrar acciones concretas. Los servicios de inteligencia y seguridad seguían las instrucciones ya impartidas y no se han desclasificado más informes de “desestabilización”. El Presidente de Estados Unidos y su Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional, no podían desconocer esa realidad.

Pocos días después del “Tanquetazo” del 29 de junio, en una breve conversación entre Nixon y Kissinger, es visible el interés y satisfacción por las primeras señales evidentes de acciones irregulares en contra del régimen de Allende, que muestran en la voz de Kissinger que le confirma Nixon que “él (Allende) definitivamente está en problemas”.

Cuatro días después del golpe de Estado, Nixon y Kissinger conversan de nuevo (telecon desclasificada en 2004), se quejan de los “llantos” y la “hipocresía” de la prensa que se concentra en la represión y de la posible acción de Estados Unidos y concluyen con las dos frases más significativas. Nixon dice “Nuestra mano se mantiene oculta en esto”, y Kissinger responde “No lo hicimos nosotros… Quiero decir, les ayudamos. XXX (nombre censurado)… creó las máximas condiciones posibles… En la era de Eisenhower, seríamos considerados héroes”.

Kissinger no volvería a tener contacto directo con Chile, hasta la Asamblea General de la OEA, en 1976en la cual tuvo su único contacto directo con Augusto Pinochet. Como en otras ocasiones, las versiones de ambas partes difieren entre sí y con el texto directo de la minuta sobre ese encuentro, ya desclasificado. El apoyo del gobierno de Estados Unidos al gobierno de Chile es visible en esa conversación, en la que Kissinger dijo que “mi evaluación es que usted es víctima de todos los grupos de izquierda del mundo y que su mayor pecado fue derrocar a un Gobierno que se estaba volviendo comunista”, agregando que todo el mundo debería estar agradecido.

En la conversación Pinochet reclamó que en Estados Unidos aún tenían mucha audiencia chilenos como Gabriel Valdés y Orlando Letelier (asesinado en Washington cuatro meses después), a lo cual no hubo respuesta directa, pero sí una alusión a la necesidad de Kissinger de pedir, en su discurso a la Asamblea, un mayor respeto a los derechos humanos. Sería, dijo, una referencia general, que no aludiría al Gobierno de Chile, aunque muchos podían entenderlo así. Por lo mismo, él quería decirle que el Gobierno de Estados Unidos quería apoyar a Pinochet y no criticarlo, que por eso había venido.

Henry Kissinger dejó su cargo en enero de 1977 y no ha vuelto a hacer mayores referencias a Chile. En lo personal, tuve oportunidad de conocerlo en una Conferencia en 2007 en el Instituto de Estudios Sociales de El Vaticano y volver a verlo dos veces en la Conferencia de Montreal en años siguientes. No conversamos directamente sobre los años de dictadura, sino más bien acerca de su satisfacción por el proceso democrático que tenía lugar en Chile y el fortalecimiento visible de nuestra economía.

En su testimonio posterior sobre Chile ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Kissinger argumento que su único interés en Chile había sido la “preservación de la democracia”, agregando que la intención de su país “no era desestabilizar ni subvertir, sino seguir sosteniendo a los partidos políticos de oposición”, y negó enfáticamente cualquier participación en el golpe de 1973, con el cual no habrían tenido “nada que ver”.

En el primer volumen de sus extensas memorias, titulado The White House Years, Kissinger repite fundamentalmente esta versión. Lamentablemente para él, las crecientes revelaciones que se van acumulando a medida que se desclasifican documentos y grabaciones en Estados Unidos, han terminado por no hacer creíble esa versión.

*Continuación de la columna El Siglo de Kissinger publicada en El Líbero el miércoles 24 de mayo.