Hablemos de utopías

Hablemos de utopías

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Vivir en sociedad tiene muchas ventajas, pero también costos. El precio de esas ventajas que son elocuentes, se paga con libertad, el más preciado de todos los bienes humanos, y por eso debemos ser muy cuidadosos y profundos en el análisis de lo público. Debemos lograr articular una sociedad en que las ventajas superen los costos.

Existen dos grandes bases utópicas fundamentales. Una es la idealización de lo colectivo, la otra es la idealización de lo individual. Sin duda, la única posibilidad del ser humano imperfecto, como lo somos, es lograr encontrar el camino intermedio (no el del medio).

Lo más distintivo del ser humano es quizás la consciencia de ser conscientes. Todos los “mitos de creación” que alumbran el sentido del ser humano en las diversas culturas, son en definitiva acerca de la creación de la conciencia. Tratan de explicar al ser humano en el universo. Entonces se da una extraña paradoja, la consciencia se trata de explicar a sí misma: es objeto y sujeto a la vez.

Así aparece una segunda gran paradoja cuando llegamos a la sociedad. El real colectivismo, no puede venir de una ideología, ni menos del dogma como ocurre en la política o en algunas religiones. El colectivismo profundo, es la idea de lograr la máxima diversidad humana en armonía, es decir una sociedad que maximiza el aporte creativo individual, la diferencia. Lo colectivo tiene sentido solo en función del individuo que lo crea. De lo contrario le estaríamos otorgando una propiedad de orden divina al colectivo. De hecho el comunismo, por ejemplo, es más una religión que una ideología, que endiosa al Estado, y por eso fracasa una y otra vez. Cuando una colectivización proviene de una ideología cualquiera (o fe) es la idea de alguien o de un grupo particular; no es entonces realmente colectivo. Lo verdaderamente colectivo no puede ser ideológico, salvo el tratar de regirse por el principio de la diversidad y la libertad.

Por el contrario, cuando el individuo en sociedad es dejado completamente a su arbitrio se impone la ley de la selva y domina el más fuerte y a veces el más tramposo o inescrupuloso. El más fuerte termina siempre limitando la creatividad del otro y por ende su libertad.

Si lo pensamos bien, un sistema colectivista ideal, no puede ser “planificado” ni centralmente administrado, ya que eso significa que unos pocos dirigen el destino de los demás. Planificar la diversidad es una contradicción en sí misma. El colectivismo profundo de la verdadera libertad individual, requiere el ser autorregulado y eso es obviamente otra utopía. Esa es parte de la gran paradoja. Los mercados por ejemplo, son expresiones del colectivismo creativo individual. Cuando un actor es muy dominante es muy difícil entrar a dicho mercado. En esas condiciones, el sistema deja de ser “justo”. Hay también monopolios naturales y como es conocido, la parte oscura del ser humano tenderá siempre a las asociaciones de pocos para dominar los mercados. Las utopías son solo utopías.
La libertad es el camino de la prueba y error. Por ello terminamos regulando la sociedad y haciendo leyes (estado de derecho). Pero el derecho no es lo mismo que la justicia, y se abre así el necesario espacio de la política, que finalmente es la institución pública que define dichas leyes, pero que sufre de la infección del virus del poder. El colectivismo mal entendido quiere regular todo lo posible, y de esa manera va matando la libertad, es decir el verdadero colectivismo de la diversidad. Peor aún es cuando las ideologías quieren controlar la educación para adoctrinar a la población, es decir literalmente termina matando la semilla creativa de la libertad. Pero la libertad sin reglas mata la justicia.
Construir sociedad no es tarea de niños, ni fundamentalistas: es tarea de sabios. (La Tercera)

Sergio Melnick

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