“Galán rural” vs “Primer damo”

“Galán rural” vs “Primer damo”

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El “galán rural” es Rodrigo Peñailillo, ministro del Interior. El “primer damo” es Sebastián Dávalos, hijo de la Presidenta. Lo único que une a ambos es su cercanía con Bachelet. Peñailillo por política, Dávalos por naturaleza. Sin embargo, Peñailillo y Dávalos representan estereotipos opuestos. Peñailillo no proviene de ninguna casta ni de una familia con apellido reconocido en la política. Dentro de su partido, no es asimilable a un Lagos Weber o a una Carolina Tohá, cuyo ascenso en política se explica más por la red de contactos que por una carrera profesional o académica destacada. Peñailillo representa la rebeldía de un grupo de jóvenes políticos que –parafraseando a Parisi– quieren jubilar a los más viejos.

Es casi una lucha cultural.

Peñailillo es un político que nació desde abajo. Por eso genera resquemores en la clase más tradicional que aún tiene dudas de si integrarlo al club de los elegidos o marginarlo. Peñailillo sabe que no cuenta con ese capital político que hace fácil la vida y que llena de certidumbre el futuro. No es un príncipe. Su apellido no es Walker. Probablemente por esa sensación de desventaja, trató de imponerse casi como un primer ministro en los meses iniciales del gobierno, interviniendo en las reformas más relevantes. Fue esa sensación de que, sin resultados, su carrera se vería tempranamente truncada.

Este “galán rural” está consciente de que a él se le mide con una vara distinta. Dado que no tiene apellido ni casta política, su única posibilidad de éxito radica en el mérito. Sacar las reformas adelante es su propósito exclusivo. En el camino, eso sí, va copando la agenda, lo que deja poco espacio para los otros miembros del gabinete. Sin embargo, poco a poco ha entendido que esas ansias de hacer bien las cosas también pasan por un trabajo en equipo. Peñailillo es celoso de su obra y sabe que en algún minuto se le dejará caer el cuadrillazo de la elite. Aunque gusta del buen vestir y de un pelo engominado, el “galán rural” jamás será visto como un igual para los políticos de cuna. Sin embargo, confía –para algunos inocentemente– en que la meritocracia lo impulsará como una figura excluyente de la centro-izquierda.

Por tanto, el “galán rural” y el “primer damo” representan dos almas en un mismo gobierno. Para el chileno común y corriente se hace más familiar un ministro con pelo chuzo y arreglado para la ocasión, que un “primer damo” capaz de hacer uso de prácticas cuestionables para alcanzar beneficios privados. El “primer damo”, definitivamente, se equivocó de gobierno. La Presidenta –en esta pasada– prefiere al “galán rural”. Se ha ganado su puesto y hoy parece comprender que el éxito de otros ministros es también su éxito. Este galán aprendió a dar juego a sus compañeros de equipo. Si bien desde arriba le han entregado plenas atribuciones, él está muy claro de que un error de cálculo lo podría dejar fuera de carrera. Y también está extraordinariamente consciente de que ningún miembro de la elite saldrá en su defensa.Lo dejarán caer sin culpa alguna.

El primer damo representa lo opuesto. Si el “galán rural” se manda a hacer trajes a la medida y busca combinar su vestuario, el “primer damo” es ostentoso. Le gusta el lujo. Tiene un aire de grandeza que, para el ciudadano de a pie, es casi burlesco. Sabe que cuenta con el apellido y casi se siente con el “derecho a todo”. Le da lo mismo el mérito. Total, la pertenencia a una familia le brinda el respaldo suficiente para hacer negocios y estar al borde de situaciones ilícitas. El Lexus es sólo una muestra de aquello. Cuando quiere puede juntarse con un Luksic para cerrar un préstamo y desarrollar un nuevo emprendimiento.

El “primer damo” calza mejor con un gobierno que subraya la iniciativa privada –incluso a cualquier costo–, que con otro que tiene como base la igualdad de oportunidades y la educación como motor del desarrollo.

Es en estas situaciones en que el “galán rural” debe perder miedo al peso de la elite. Esta es la ocasión para ser protagonista y no víctima del cuadrillazo. Veremos quién gana. (El Mostrador)

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