¿Fueron distintos Chávez y Maduro?

¿Fueron distintos Chávez y Maduro?

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Esta es una pregunta que a menudo se plantean sectores del progresismo latinoamericano y europeo. Por lo general, la contestan con un sí rotundo, aunque evitan entrar en profundidades. Entendible. No sólo cuesta encontrar diferencias. Examinarlas es desagradable, incómodo.

Sin embargo, si el propósito es indagar sobre el valor intrínseco que las fuerzas políticas de la región otorgan a la democracia, comparar las administraciones de Chávez y Maduro puede ser un ejercicio sugerente y saludable. Incluso necesario. Se podrá comprobar que los veinte años del delirante proyecto bolivariano (ejemplo de “populismo jesuita” como tan asertivamente señala Zanatta) merecen atención acuciosa desde la democracia.

Un primer punto a considerar es el resultado general de ese modelo. Juntos, Chávez y Maduro, son los responsables de una de las crisis más grandes que haya azotado a un país caracterizado por la bonanza durante décadas. Ambos llevaron a cabo, y de manera meticulosa, un proceso de desintegración social y económica, que Emile Durkheim habría seleccionado para ejemplificar uno de los conceptos más asociados a su obra y que heredó a la sociología y a la ciencia política: la anomia. Chávez y Maduro, por igual, arrasaron con todos los referentes de la vida cotidiana, acabaron con las reglas existentes y terminaron lanzando a los venezolanos hacia laberintos de los cuales saldrán con enorme paciencia y algo más.

En segundo lugar, los dos, crearon un sistema clientelar de corrupción pocas veces visto, incluso en América Latina. Para ello utilizaron a las FF.AA. Generaron un cuerpo de dos mil generales y almirantes (se dice que duplica al de EE.UU.) y re-organizaron desde las raíces su estructura. No mantuvieron únicamente las tres instituciones clásicas, sino que, siguiendo pautas totalitarias, añadieron una Guardia Nacional (con un comando aéreo y otro naval), así como una extensa red de milicias que suman casi cuatro millones de efectivos. Estas últimas no son otra cosa que grupos paramilitares destinados al trabajo sucio y a la represión callejera, así como al control casi delictivo de barrios. Este entramado represor permitió a la cúpula dirigente una mayor sinuosidad en las líneas de mando, volviéndolas menos lineales y más oblicuas en cuanto a su jerarquización.

En tercer lugar, en el plano estrictamente civil, Chávez gobernó por medio de una red de acción social multifacética, llamada “misiones”. Pese a haber sido valoradas por la población en un inicio, su caótica puesta en marcha terminó convirtiendo esas “misiones” en redes clientelares corruptas. Con Maduro, se transformaron en verdaderas bandas de maleantes. En consecuencia, los dos dieron vida a un tipo de “gobernanza” aún poco estudiado. Pero, por lo poco que se sabe, es posible concluir la necesidad de una severa alerta democrática.

En tanto, en materia internacional, hay cuestiones que los unieron mucho.

Por ejemplo, la sacralización de Cuba. Sin embargo, por motivos distintos. Lo de Chávez no fue más que un embelesamiento personal con Fidel Castro. Lo de Maduro, simples necesidades de seguridad personal. En esta materia, ambos tuvieron una fuerte inclinación a sentirse poderosos siguiendo el mismo libreto provocador. Gozaban sintiéndose el gran elemento perturbador de la región. Molestar la vida interna de las democracias y alterar la convivencia regional, fueron tomados como pasatiempo favorito por ambos.

Fue Chávez quien inauguró un tipo de discursividad incendiaria y grosera en extremo. Ajena a las costumbres y al respeto mutuo. Repartió una cantidad inconcebible de insultos. Especialmente dramático fueron las groserías dirigidas al secretario general de la OEA. Epítetos nunca antes escuchados para descalificar a quien haya ejercido aquel cargo.

Maduro, por su parte, se dedicó a profundizar el discurso amigo/enemigo, aprendida en los años en que fue canciller de Chávez (2006 a 2012). También fue un injerencista como pocos. El caso de Paraguay en 2012 debe ser recordado como un ícono de la intromisión. Viajó a Asunción y se entrevistó con generales paraguayos para revertir los problemas de su amigo de entonces, el Presidente Lugo.

Este conjunto de temas ratifica que no hay sociedad exenta de eventualidades populistas y autoritarias. Que no existen las economías invulnerables. Y que un país puede tornarse un elemento perturbador de la interacción estatal en nuestra región.

Algunas diferencias perceptibles hubo efectivamente. Fue en el campo de las ideas. Chávez fue más proclive a bascular entre temas diversos sobre justicia social. Algo escuchaba o leía al pasar sobre ese tema. Cultivó más de un contacto con el mundo intelectual. Mientras estuvo preso, tras su intento de golpe de Estado, accedió, por ejemplo, a algunos textos del docente de la UNAM, Heinz Dieterich. Luego, buscó conocerlo. Lo logró en 1999 y lo contrató de inmediato para asesorías diversas. Dieterich le inculcó su concepto “socialismo del siglo 21”, que Chávez se encargó de divulgar. El acercamiento fue breve. Dieterich falleció hace algunos años, distanciado de la experiencia venezolana. Cometió el error de hacerse amigo del general Raúl Baduel, arrestado por disputas internas. Luego quedaría en evidencia la profunda falta de brújula del intelectual mexicano-alemán. Cuando murió Chávez, vaticinó que Maduro enmendaría el rumbo y haría un excelente gobierno.

También es sabido que a Chávez lo entusiasmaba esa especie de Biblia del progresismo “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, libro que incluso se lo regaló al Presidente Obama en una cumbre. Además, en Chávez se intuía una cierta definición religiosa, algo transversal. Siguiendo sus discursos, pareciera haberse guiado de manera muy fuerte por la teología de la liberación. “Cristianismo y bolivarianismo son la misma cosa”, solía repetir hasta la majadería.

Maduro, por el contrario, es ramplón y muy básico. De sus apariciones en televisión no se desprendió jamás una reflexión que remitiese a algún autor, libro o idea medianamente elaborada. A diferencia de Chávez, no dirige un gobierno con sentido misionero y con un cierto interés por preservar el espíritu de equipo con otros populistas. La verdad es que Maduro no alcanza estatura ni siquiera para bosquejar aquello. Se limita a la repetición de monsergas poco hilvanadas entre sí. Hombre de monólogos delirantes, que hacen dudar de su estabilidad emocional. Sus conversaciones con un pajarito se recuerdan entre lo más disparatado.

La pregunta sobre posibles diferencias entre Chávez y Maduro sugieren una interesante duda: ¿Cuál fue el primer año del régimen?

No es ocioso preguntarse sobre aquello. ¿Es cuando Chávez intenta su golpe de Estado? ¿Es cuando gana las elecciones? ¿Es cuando Maduro lo reemplaza? Es una pregunta metodológicamente eterna, pero interesante.

Los historiadores actuales suelen plantearla respecto a muchos países y sus convulsiones. ¿Cuál es el año fundante de EE.UU.? ¿1619, cuando llegó el primer barco con esclavos o 1776, el año de la Independencia? ¿Cuál es el año fundante de la Unión Soviética? ¿Con Lenin en 1918, con el Tratado de Tratado de Tartú de 1920 o con el Tratado de Creación de 1922 firmado por Stalin y otros?

En el caso del drama venezolano parece ser el momento en que Chávez y Maduro decidieron auto-satelizarse de la Habana. En eso, han sido hermanos siameses. (El Líbero)

Iván Witker