Frente Amplio: las rebeldías de la modernización

Frente Amplio: las rebeldías de la modernización

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La irrupción del «Frente Amplio» ha sido retratada como una «épica generacional» en medio de los «nihilismos reformistas» de la Nueva Mayoría. Como suele ocurrir aquí abundan imputaciones a favor y en contra de este movimiento que revive un «desbande de pasiones» -que  busca rejuvenecer el Congreso- y nos dibuja una generación rabiosa con sus padres y abuelos políticos. Más allá del «oráculo electoral» -el test de noviembre- fueron los desgastes de la política institucional (la crisis de las identidades partidarias) aquello que pavimentó el camino para producir un  «antagonismo estratégico» que ahora explora vías de autonomización respecto al clásico «capitalismo de Estado». En este sentido cobra especial relevancia el movimiento ciudadano «NO + AFP» y ello en virtud de que se trata de una demanda transversal, policlasista, que no responde a intereses partidarios o diseños corporativos. En suma, presenciamos el estallido horizontal de una protesta multitudinaria que no obedece a colores ideológicos, y ello pese a que la política implica articulación, contenidos y horizontes compartidos.

Ahora bien, qué perspectiva adopta el Frente Amplio respecto a la cuestión de la AFP. En principio se trata de la apropiación discursiva de un cuestionamiento ciudadano al epicentro de la modernización post-estatal. Pero como veremos a continuación el movimiento experimenta un impase político de tipo gramsciano. Aquí protesta el profesor Jubilado, el ex/empleado municipal, el bombero, el zurdo, el facho empobrecido, el vecino y el pariente del bombero, el obrero de la textil y el pequeño empresariado –pasando por un amplio espectro de los grupos medios- en virtud que las «pensiones del hambre» poseen un mortífero efecto estructural. Pero a decir verdad: qué hito hizo resucitar una multitud beligerante contra el diseño de la modernización. Pues bien, se trata de varias cohortes de jóvenes-adultos que se beneficiaron, cuál más cual menos, de la modernización de los años 90’ y buena parte de la generación 2000’. Todo ello comprende identificar cohortes de chilenidad que han gozado de una movilidad de corto alcance –cuotas de movilidad- pero que se han alejado del umbral de la extrema pobreza («población callampa»). Qué decir entonces de una ciudadanía crediticia que repudia a la clase política, protesta cada vez que puede, y a la sazón anhela la épica del capital, las estéticas de la gestión privada  -el glamour exitista del emprendimiento- y reclama para sí un conjunto de privilegios de la movilidad social en primera y segunda generación durante los últimos 25 años. Cuál es el balance sobre la validación –hegemonía- y penetración cultural de la modernización en nuestro tejido social. Todo indica que tenemos muchas tareas pendientes.

De momento sabemos que se trata de una «ciudadanía líquida» que en el fondo se siente vulnerada porque no quiere retroceder al Chile del 40% de «pobreza mórbida» (1989) y perder los beneficios temporarios de un modelo impulsado en los últimos años de la Dictadura –en el círculo de Hernán Büchi. Esta identidad empoderada, la del Pyme que maneja recursos estacionales y padece stress de vulnerabilidad, devela el rechazo a perder los beneficios de acceso que el «commodity» le ha brindado. En suma, nuestra ciudadanía –cincelada en base a oportunidades y oportunismos- mira con un terror de alta mar el incierto futuro e interpreta que en el mediano plazo padecerá un «empobrecimiento estructural» que le resulta pavoroso: ¿volver a ser pobres? Hay que subrayarlo: nuestros grupos medios no están dispuestos a descender en la «pirámide social» y todo ello trasunta en una protesta masiva. No hay lugar para «pobrezas franciscanas».

De paso podríamos enumerar un conjunto de prácticas y ascensos cotidianos, más o menos prosaicos, más o menos peregrinos, propios de una sociedad de servicios. Nuestro mapa cultural comprende ciudadanos globalizados que viajan progresivamente desde hace 20 años a Cuba y vuelven repudiando el modelo, no sólo por el odio fetichista a Fidel sino porque no toleran que no existan recursos básicos, confort o toalla higiénica en alguna casa de la Isla. Las magnitudes nos hablan de una masificación exitosa –y no menos populista- en materia de educación superior. En este contexto irrumpe una «generación carménère» que huye de la ruralidad y visita obsesamente Buenos Aires y no escatima en consumos paisajísticos por la vía crediticia. A todas luces lo que está en juego es la proyección de una conflictividad intergeneracional que obliga a nuestra alicaída clase política a tomar una decisión respecto al talón de Aquiles que representa la AFP para reducir los desbordes de una «conflictividad incontrolable».

Y ahora bien ¿cómo se puede integrar esta pluralidad de demandas sin banderas políticas? De otro modo, ¿es posible que el FA pueda resolver la expansión que implica la política hegemónica (heterogeneidad de demandas) sin lesionar su base identitaria? He aquí el quid de un ancestral dilema. Hace pocos días el dirigente de Revolución Democrática, Sebastián Depolo, señalaba que la nueva coalición (FA) no era estrictamente de izquierdas, abriendo la puerta a un «pastiche ciudadano» que oscila entre «consumidores activos» y despunta en un «fascismo cultural» de ascensos sociales y fracturas aspiracionales. Con todo, los dirigentes del FA entienden que el estatuto horizontal de la protesta social contra el sistema de AFP representa una demanda central que debe ser absorbida para aumentar en representación política y ganar un buen caudal de legitimidad ciudadana. De un lado, esto se refiere a subsumir la extensión de demandas ciudadanas por la vía de una demanda central (¡No + AFP¡) y, de otro, alude a la identidad política que debe vertebrar de modo más vertical la orientación de estas demandas: el «Frente Amplio» se enfrenta a un dilema trascendental. Si asumimos este desafío desde el punto de vista de la extensión de la demandas insatisfechas –policlasistas y horizontales- puede ser un recurso interesante abrazar una heterogeneidad de reivindicaciones insatisfechas, pero si lo abordamos desde la perspectiva de la densidad, el FA hipoteca prematuramente su vigor ideológico por la necesidad de articular un acervo general de demandas cada vez más genéricas que, a poco andar, podrían diseminar su identidad. Estos son los límites de esa multitud emancipadora. Una «mayoría fáctica» que activó nuevamente el reclamo social, como antes lo hizo el 2011, pero que simultáneamente participa y cultiva todos los rituales, gratificaciones, ensamblajes y copulas simbólicas con los goces de la modernización.

Pero ya lo sabemos: más allá de la ira inicial el Frente Amplio es una elite en gestación. (La Tercera)

Mauro Salazar

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