Fragmentos de memoria

Fragmentos de memoria

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Un día como hoy, hace 46 años en Antofagasta, compañeros de la universidad me despertaron bruscamente porque en la radio decían que estaba en desarrollo un golpe militar. Tenía 21 años, vivía en la Universidad Católica del Norte y cursaba segundo año de Sociología.

En mi calidad de vicepresidente de la Federación de Estudiantes y miembro del Consejo Superior de esa casa de estudios, subí a la azotea de una de las construcciones y hablé ante unos 300 estudiantes que, ansiosamente, esperaban noticias y orientaciones. Eran cerca de las 9 de la mañana e improvisé palabras que nunca pensé pronunciar. Era el corolario de meses de inquietud y de permanentes disputas en la universidad y en las calles. Ahí vino la irrupción de un tanque que -rompiendo la reja de entrada- hizo trizas la autonomía universitaria. Los cinco regimientos vecinos hicieron sentir así, como un toque de clarín, la pesadilla que viviríamos por 17 años. Esa noche contemplamos como un caza ametrallaba esa angosta faja entre mar y cordillera, con horrorosos estruendos que jamás olvidaré.

El resto, pequeños fragmentos: un allanamiento al día siguiente a la Iglesia Luterana donde me refugié y salvé, escondido en su entretecho; el paso exitoso por nueve controles militares en mi regreso a Santiago días después, con un carnet que pertenecía a otra persona. Era solo el comienzo de una larga y dolorosa historia. La clandestinidad, la detención en diciembre de 1975, la tortura y desaparición en Villa Grimaldi y, luego, en los campos de concentración de Cuatro y Tres Álamos. Finalmente, el asilo en la embajada de Venezuela para partir de ahí al exilio de año y medio en EE.UU. y luego otros 10 en la RDA.

La fatídica L en el pasaporte “por razones de seguridad de estado” prolongó ese exilio y recién pude regresar en 1987, para sumarme a la lucha por recuperar la democracia. El corolario fue recobrar mi partida de nacimiento “desaparecida” luego de intensas gestiones legales.

Qué impresionante resultan esos recuerdos hoy, cuando la frágil memoria pareciera no haber atesorado los inmensos dolores que carga nuestra historia. Mi caso es, con más o menos traumas y angustias, más o menos torturas, el de otros miles.

Los asesinatos, desapariciones y el daño instalados en tantos que aún buscan una explicación de lo que pasó, están allí, en nuestra memoria y reclaman que Chile no olvide que tuvo una dramática experiencia que no puede repetir.

El llamado de futuro es a cuidar lo que nos ha costado reconstruir, valorar las libertades de las que gozan nuestros hijos y que deben heredar nuestro nietos. La demanda es a la responsabilidad para canalizar la legítima protesta con herramientas de un estado de derecho. Solo así podremos demostrar que todo no ha sido en vano y que fuimos capaces de recuperar no solo la democracia sino, también, la cordura para construir el país libre, soberano y democrático que necesitamos.

 

Juan Carvajal/La Tercera

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