Felicidad y fragilidad: Ricardo Capponi

Felicidad y fragilidad: Ricardo Capponi

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El viernes pasado eché una ojeada al diario y a esta página editorial, y me detuve en una columna de Ricardo Capponi sobre la movilización social. En ese texto, el destacado psiquiatra chileno entregaba pistas sobre las emociones implicadas en el “estallido social”. Guardé la página y la dejé en mi velador, para releer la columna con más calma después. Se me cruzó por la cabeza llamarlo para invitarlo a conversar de nuevo a un programa de radio que conduzco, porque pensé lo importante que es explorar en las emociones, en nuestro psiquismo, para entender lo que nos está pasando como país. Las crisis verdaderamente profundas no tienen solo una explicación sociológica o política, y en esas lides siempre las observaciones de Capponi eran lúcidas y pertinentes. Pero así como hojeamos las páginas del diario y les somos infieles rápidamente después, dejé que esas ganas se diluyeran para dar paso a otras iniciativas, probablemente mucho menos interesantes que el encuentro con Capponi.

Cuando volví a pensar en ello unos días después, ya era tarde: la noticia de la muerte intempestiva y sorpresiva de Ricardo me sacudió como esos “golpes como del odio de Dios”, de los que habla el poeta Vallejo. Aún estoy conmovido. En la última entrevista que le hice, en Antofagasta, vi a un hombre de sesenta y siete años vital, entusiasta, interesado por el país y los otros. Recuerdo que incluso nos contó que había sido cantante de tangos y nos deleitó con algunos de ellos, mientras íbamos del aeropuerto a la ciudad, con el desierto a nuestro lado y el mar al otro. No olvidaré nunca esos veinte minutos de felicidad, cantando tangos a voz en cuello, como si la muerte no existiera. ¿No era acaso la única felicidad a la que podemos aspirar, dado que estamos siempre parados sobre el abismo y somos pura fragilidad?

Capponi dedicó muchos años de su vida a escribir el libro “Felicidad sólida”. Allí afirma que —al contrario de lo que solemos creer— el aumento de ingresos no solo no incrementa la felicidad, sino que la empeora: “Todo indica que el materialismo no solo no produce felicidad, sino que es un factor que permite predecir infelicidad”. Cómo resuena esa reflexión en esta sociedad chilena que vivió en las últimas décadas concentrada en el puro crecimiento económico y que redujo la vida de la mayoría a consumir (y a endeudarse) y de la minoría a enriquecerse. Tal vez por eso no somos —en el fondo— felices.

La felicidad sólida que busca Capponi no tiene que ver con la seguridad sino todo lo contrario, porque “tener todo bajo control induce a mayor vulnerabilidad”, y los golpes, los obstáculos, las dificultades hacen crecer. ¿No hemos educado a niños y jóvenes en la dirección totalmente contraria, sobreprotegiéndolos, acostumbrándolos a la gratificación inmediata y ofreciéndoles una letal “felicidad express”? Capponi critica fuertemente a esta sociedad de consumo, “donde la vida no es considerada como un desafío, como un camino incierto a desplegar, sino como un acaecer controlable y cómodo”. Por eso mismo, “envejecemos sin madurar, sin hacernos sabios”.

Leo esas líneas y me estremece pensar que Ricardo no envejecerá con nosotros, pero al mismo tiempo, siento una oleada de gratitud por haber aprendido de él esa alegría de vivir conquistada después de arduos combates contra el facilismo, nuestro peor enemigo. Dice Capponi: “Nuestra tendencia natural es hacia la ingratitud con el pasado. Contrarrestar esta tendencia natural requiere trabajo emocional. La gratitud se construye”. ¿No es esta una enorme tarea educacional pendiente? Como muchas tareas que nos deja Ricardo. ¡Cuánto nos hará falta para pensar un Chile con sentido y una felicidad no consumible, sólida! Pero tú estarás presente en las conversaciones que vienen, amigo, porque los países se construyen también con los que se fueron, con gratitud, cantando tangos mientras cruzamos el desierto.(El Mercurio)

Cristián Warnken

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