¡Europa! ¡Europa!-Joaquín Fermandois

¡Europa! ¡Europa!-Joaquín Fermandois

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Desde 1914 se viene hablando del fin de la civilización europea. Ya las dos guerras mundiales fueron un intento de suicidio. Si ahora no es exactamente el centro del mundo como lo era en ese año fatídico, sus valores y estilos han tenido reproducciones (y deformaciones) a lo largo del globo. Sin embargo, la antigua experiencia enseña que si la civilización colapsa en su fuente de origen, de manera inexorable sus criaturas de más allá de los confines perderán el aliento vital.

¿Cómo podemos hablar con talante fúnebre sobre Europa cuando literalmente multitudes desesperadas se arrastran para ser cobijadas dentro de sus fronteras? Las cosas están relacionadas. Existe la pertinaz demografía europea resumida en que su gente no quiere tener guaguas. Qué se le va a hacer, con ese criterio van a desaparecer más temprano que tarde. La inmigración va a tener menos posibilidades de asimilarse a sus modos de ser y ocurrirá lo contrario, que ya sucede: el surgimiento de guetos donde incluso se exacerba la identidad de origen, como el caso del fundamentalismo islámico.

Esto vale para lo que sucedía hasta el 2014; lo que se ha desencadenado ahora tiene un rostro más feo. Es de rigor llamar la atención a los países europeos por su egoísmo. Me temo que hay que señalar otra cara del asunto. La actual oleada de inmigrantes está constituida por desesperados. La que antes había era aquella que fluía debido a las increíbles ventajas otorgadas por Europa, sobre todo los países más exitosos en su desarrollo y organización. Ello supone un costo cada día más insostenible. Las migraciones a América en el XIX, en particular a Estados Unidos y Argentina, recibían una ayuda modesta de organizaciones de los mismos inmigrantes; ahora se trata de que el fisco de cada uno de esos países les debe garantizar una enorme cantidad de prestaciones y derechos, mientras que irá menguando el aporte económico de los inmigrantes, más reacios a asumir un registro mínimo de tareas y deberes.

Los desesperados provienen en su inmensa mayoría de zonas de conflictos sin Dios ni ley, por estados fallidos (incluyendo intervenciones no meditadas) y la crónica incapacidad de erigir un orden civilizado (algo de esto vivimos en nuestra América); entre otras cosas, este apocalipsis va exterminando al cristianismo en esos territorios. Imposible para Europa cerrar los ojos ante la situación; es imposible para ella asumirlos a todos; además no quieren irse a cualquier país, sino a los más ricos entre ellos. Carecen de la psicología del inmigrante del XIX, que arribaba sin más a trabajar. Por eso la mezcla de vehemencia e ira ante Alemania, el destino más codiciado y está de moda arrojarle epítetos a Angela Merkel. Ella con razón reacciona esforzándose por distinguir entre asilo político e inmigración, si bien la frontera entre ambos no es tan nítida. La fuente del mal solo se puede curar con el apaciguamiento de los conflictos, para lo cual hay que efectuar algún tipo de transacción con dictadores de diverso pelo. A los europeos no les gusta plantearlo en estos términos.

Con justicia han surgido voces entre nosotros para que recibamos a sirios, ya que sus antepasados arribados hace más de 100 años provenían principalmente de allí: sirios, palestinos, libaneses; y suponemos que nuestro país es civilizado. Ha habido dificultades con algunos casos de este tipo en los últimos años; lo mismo en Uruguay. De los nuevos inmigrantes esperamos lo mismo que nos aportaron con abundancia los árabes del 1900: espíritu de trabajo, idea de familia y comunidad adaptadas a las condiciones del país; al final plena integración, con herencia pletórica.

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