Entre el miedo y la esperanza

Entre el miedo y la esperanza

Compartir

Sí, miedo. Miedo al odio, a la polarización, al populismo y a la frivolidad del mundo político. Hay símbolos formales de la pérdida de sentido de la dignidad de la función pública y deterioro de la democracia, como el paternalismo de una diputada que habla de su “ejército de nietitos” y que pone a su pareja de candidato a gobernador. Jugando con la plata de sus propios protegidos, consigue un alto apoyo popular. Incomprensible es el tuit que subió una expresidenta del Senado con la imagen de una estatua del Presidente actual arriba de un burro, más aún cuando su padre fue derrocado por un golpe militar, como consecuencia de la crispación de la convivencia democrática que inició el mundo político y se expandió en toda la sociedad.

Las amenazas de rodear la Convención Constitucional para imponer “lo que los chilenos (ellos) decidieron”, o de una acusación constitucional junto a peticiones de renuncia del Presidente, son otras bombas de racimo sobre nuestra debilitada institucionalidad democrática. Y en otro plano, el de las acciones, parlamentarios que pulverizan la institucionalidad democrática atribuyéndose competencias que no tienen, partidos oficialistas que votan contra su gobierno por cálculos electorales, un Presidente incapaz de prevenir y proponer soluciones a tiempo, y un Tribunal Constitucional que ha perdido toda su legitimidad. Cuando un miembro de ese alto tribunal decide por el mérito de la propuesta y no sobre su constitucionalidad, da argumentos a las acusaciones de que se convirtió en una tercera cámara.

Con una gobernabilidad en el suelo, ¿es mucho pedir evaluar las consecuencias de dichos y acciones?

Hay motivos para temer a este clima porque sabemos por experiencia que, en nombre de nobles objetivos (como es que lleguen recursos a los que están sufriendo), podemos terminar destruyendo nuestra democracia. No con un golpe de Estado, pero sí de la manera en que otros países cercanos lo han hecho, debilitando su entramado institucional, coartando las libertades y empobreciendo a sus pueblos.

En este panorama sombrío, felizmente hay razones también para la esperanza.

Nuestro país resistió el estallido social y de violencia encauzando el malestar por la vía institucional. La mayoría de los partidos y el Gobierno fueron capaces de ponerse de acuerdo (pocas veces lo han logrado en estos años). El proceso constituyente ha sido ampliamente apoyado por la ciudadanía. Los estudios de opinión muestran que los chilenos no quieren la imposición de unos sobre otros, sino que aprecian los acuerdos y que las diferencias se diriman con racionalidad. Pongo mucha confianza en la sensatez del pueblo chileno, que anhela ser incluido, ser visible, progresar, pero con seguridades y sin rupturas traumáticas.

Sin duda, es un camino incierto en este clima, pero representa una oportunidad. Pero para que ello ocurra, durante este tiempo de elecciones, urge cambiar el lenguaje y buscar, no por generosidad, sino por sobrevivencia, formas de relacionarnos que contribuyan a que el ejercicio de la soberanía popular se dé en un ambiente menos confrontacional y sin utilizar las necesidades de la gente como instrumento electoral.

La Convención Constitucional representa una ocasión para privilegiar aquello que nos une por sobre lo que nos divide, para compartir las diversas opiniones bajando los decibeles.

Tal vez podamos descubrir que el diálogo enriquece, que los prejuicios distorsionan la realidad e impiden generar confianzas. Nuestro desafío es tener una Constitución que nos una y nos permita mirar un mejor futuro común. (Emol)

Mariana Aylwin

Dejar una respuesta