El último cartucho

El último cartucho

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El oficialismo decidió jugar su último cartucho con el “aprobar para reformar”. Atrás había quedado una contienda que se jugaba el año pasado sin arquero en el arco rival. Atrás había quedado el 80% con el que se inició el proceso. Atrás había quedado la esperanza de “la casa de todos”.

Y si bien la elección del año pasado ya dio luces de que algo había cambiado en Chile, el “avanzar sin transar” fue la consigna. O el “maximalismo”, como dijo el histórico Camilo Escalona.

Las huestes mayoritarias llamaban a no preocuparse del resultado final, porque faltaba la discusión de los derechos sociales que sería al final y que cambiaría el eje. Pero ello no ocurrió.

Después se sindicó que la culpa era exclusivamente de los convencionales. De la Tía Pikachu, del que votó en la ducha, del que tocó la guitarra. Como solo era la hojarasca y nada de fondo, una vez terminado el circo (la propia franja del Apruebo dijo que “la Convención dejó mucho que desear”), el texto hablaría por sí mismo.

Tampoco ocurrió.

Todavía quedaba el rol del Gobierno, con el Presidente Boric como guaripola del Apruebo, repartiendo bonos, prometiendo gas barato y con una campaña de “información” que no es más que una burda intervención electoral, pero la aguja casi no se movió.

Faltaba todavía la franja. Pero todo siguió igual.

Entretanto, toda crítica era mal intencionada. Era una fake news. Era un intento de desinformar. Y si bien es obvio que lo había, ello estaba, y está, en los dos lados. Si no, basta mirar la franja del Apruebo, que promete un mundo con menos trabajo, sin corrupción y con más amor. Una especie de jardín del edén en la tierra. A todas luces, una gran fake news.

Así las cosas, llegamos esta semana a “quemar el último cartucho”. Una frase paradójicamente utilizada por un coronel peruano antes de la derrota con Chile en la Guerra del Pacífico.

Usando el último recurso disponible, los presidentes de los partidos oficialistas estamparon su firma en el documento FINAL-FINAL.doc. Con ello se terminaba la pureza de un texto casi perfecto. Atrás quedó el texto escrito en oro.

Pocas semanas antes el Presidente había “instado” a un acuerdo, en una puesta en escena para valorizar su liderazgo, pero cuyas conversaciones se habían iniciado un buen tiempo antes entre las fuerzas que lo secundan.

La pregunta inevitable es si los cambios propuestos son fruto de la deliberación o una mera estrategia electoral. La respuesta es obvia: lo segundo. Nada de ello hubiera ocurrido si las encuestas favorecieran al Apruebo. Pero la política es así. El propio Churchill dijo alguna vez que “la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”.

Lo paradójico es que se propone cambiar lo que hace pocos meses una mayoría, controlada por la misma izquierda, había decidido establecer. Borrar con el codo lo escrito con la mano. Ello hace inevitable no recordar la frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.

El problema con las reformas es que la muestran como una frazada corta que no es suficiente para cubrir la cabeza y los pies. No es suficientemente profunda para dar tranquilidad, pero mete suficientemente la mano para que los más duros se sientan traicionados. De paso, confirman que las críticas no eran fake news y el texto, qué duda cabe, pierde su virginidad.

Una mención aparte merece la actuación del Partido Comunista. Jugó a no participar del acuerdo. Luego concurre manteniendo el misterio hasta el final. Y la guinda de la torta: su presidente, Guillermo Teillier, cometió un lapsus largamente ensayado para advertir que no garantizaba que se cumpliera el acuerdo. Un pie en el Gobierno y otro en la calle. Un pie en el oficialismo y otro en cualquier parte. De esta forma, quedará claro que —en caso de ganar el Rechazo— ellos no querían hacer cambios. Podrán así buscar culpables y eximirse de las culpas.

Quedan tres largas semanas para que todo termine. O más bien, para que empiece todo. Lo que parece claro es que cuando haya que hacer el recuento, este tardío acuerdo no será más que la tanatopraxia de un cadáver. O dicho más en simple, un simple maquillaje para hacer más presentable al muerto. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias