El último alessandrista

El último alessandrista

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En otra época la alegría por la lluvia vivida al abrigo del seguro calor hogareño era atenuada por la observación «cuánto estará sufriendo la gente en las poblaciones (callampas)». Nos arrojaban un pelo en la sopa y el observador experimentaba un placer de superioridad moral al llamar la atención. No es que hoy no existan campamentos -casi 35 mil familias, más los allegados-, amén de las tragedias asociadas a los grandes temporales, como la de marzo pasado en el norte.

Sin embargo, desde una larga perspectiva, el panorama es más que diferente. Los programas de ayuda y subsidio para obtener techo tienen antigua data en el país, y adquirieron alguna consistencia a partir de la década de 1930 y, tras los terremotos económicos entre 1972 y 1983 que aminoraron la marcha, en gran medida han culminado en décadas recientes. Los problemas van entretanto adquiriendo un nuevo rostro, como la calidad y seguridad de barrio y de la vida urbana, desafíos que afrontar una vez que se supere la atonía de estos momentos. Con todo, si hay un punto de inflexión, sucedió hace poco más de 50 años con la consolidación del Sinap (Sistema Nacional de Ahorro y Préstamos) y del DFL 2 durante el gobierno de Jorge Alessandri. Se estableció un plan decenal que en su conjunto construyó más de medio millón de viviendas; si el programa tan hacedor tuvo un límite fuera de los recursos, era porque los sectores laborales más organizados hacían sentir su presión; no es que no tuvieran necesidades, solo que producían menos igualdad en la entrega de préstamos.

Tras exponer sus ideas, el Presidente delegó la tarea en el que sería el actor principal de lo que iba a ser una hazaña en el contexto de un Chile muy pobre y un fisco avaro de recursos, Eduardo Gomien Díaz, ingeniero civil de la UC fallecido hace dos meses a los 97 años. Personalidad singular, correspondía a un ideal de colaboradores que Alessandri quería integrar al servicio público: profesionales de nuevas generaciones de reconocida efectividad en su campo y a la vez con orientación a lo público; y que fueran desinteresados en lo pequeño, nada que no sea el orgullo de participar en la realización de un propósito nacional. Sabemos que la voluntad de imprimir una reforma profunda al país en este período encalló en obstáculos políticos (lo mismo opino del caso de la administración Frei Montalva), y en cambio se descolló en afrontar en situación políticamente débil una serie de contratiempos y avanzar en iniciativas, entre ellas la reconstrucción tras el terremoto de 1960. Y en consolidar el propósito de dar habitación a cada familia chilena, extrayendo recursos de varias fuentes -incluyendo la Alianza para el Progreso-, aunque en lo principal los fondos los puso el fisco; y afincando la práctica de ahorros indexados. Hasta esos momentos la inflación se había devorado las tarjetas de ahorro. Existía una meta política, y era que sin propiedad del lugar que se habita no se puede comenzar a levantar una sociedad de clase media y con basamento político.

Desde su estatura y voz imponentes, práctico y hombre leído, amante de la música, de la vida natural, amigo leal, reunía en sí un desiderátum no fácil de hallar, el ejecutivo que se mueve entre lo público y lo privado, y llegó a ser una especie de Raúl Sáez menos conocido pero que interactuaba más con la clase política de su época, y que ya en el retiro tomó como tarea personal el levantar puentes entre sectores (no transigía en su fidelidad al Paleta) y sobre todo con las nuevas generaciones, apasionado del acontecer político y económico, literalmente hasta sus últimos días. Estaba constituido por una madera que se echa de menos en el presente.

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