El triunfo de una sensibilidad

El triunfo de una sensibilidad

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Los rotundos números que arroja el plebiscito plantean una pregunta que es también un desafío, ¿qué dicen?, ¿qué significan?

Sería erróneo interpretarlos, sin más, como un rechazo flagrante al proceso modernizador de las tres últimas décadas. Converger por el cambio constitucional es muy distinto a hacerlo en torno a la aceptación o rechazo de ese proceso económico-social. Las elecciones nunca son un referéndum acerca de la historia. Por supuesto habrá esfuerzos por conferir este significado al plebiscito (la lucha política está animada por el deseo de dominio, no por el deseo de entender); pero aceptarlo sin más sería un simplismo que empobrecería la comprensión del fenómeno.

Lo que sigue es un intento por trazar algunas líneas alternativas de interpretación.

Se encuentra ante todo la cuestión generacional. Las sociedades no se estratifican solo por clases, también se estratifican por el tipo de vivencias que poseen sus miembros. Especialmente en una sociedad en la que la identidad de sus integrantes se ha independizado de la clase (hay por supuesto clases, pero no hay conciencia de pertenecer a ellas). Algo de eso está ocurriendo en Chile: los nacidos entre fines de los ochenta y los noventa, comparten una misma “situación generacional”. Ella es producto de la expansión educacional y del consumo, la individuación y la competitividad de la vida. Los hombres y mujeres de ese tramo de tiempo experimentan, a la vez, el disfrute de la autonomía y la diversidad junto al temor a la competencia y la rutina competitiva de la vida. Se sienten libres para elegir su preferencia sexual, el consumo, su identidad; pero a la vez amenazados por lo mismo que hace posible esa libertad de que disponen. Es probable que en esa generación esté la clave de mucho de lo que ha ocurrido el último tiempo y del resultado del plebiscito. Los partidos no deben encontrar aquí un motivo de contento sino de preocupación: los miembros de esa generación no comparten una ideología, sino una sensibilidad, no los une lo que piensan sino lo que sienten.

Si hubiera que asignar a alguien el triunfo de ayer, es a esa generación. Pero es solo su sensibilidad la que ha triunfado. Ahora tiene ante sí el desafío de contar con ideas.

Los resultados del plebiscito prueban además que los viejos clivajes de la política chilena han cambiado y no se sabe muy bien qué los sustituye.

Hasta los setenta, el clivaje que hasta cierto punto explicaba las preferencias era la posición en la estructura social; después de la dictadura, y hasta el segundo gobierno de Bachelet, fue la distinción entre autoritarismo y democracia ¿Cuál es ahora el clivaje? El mismo electorado que dio por segunda vez el triunfo a la derecha hace menos de tres años (acontecimiento único en la historia política de Chile) ahora parece darle vuelta la espalda ¿Es así? ¿O se tratará más bien de un electorado cuya sensibilidad sigue siendo la misma de hace tres años solo que se dio cuenta de que la satisfacción que buscaba no estaba donde creía encontrarla? Esto último es lo más probable. Pero si es así, este sería el gran tema de la política en el tiempo que viene: saber qué esconde exactamente esa mayoría sin orgánica y sin agenda ideológica.

La idea de crisis tal vez oriente en la búsqueda de una respuesta a esa pregunta.

Una crisis social se verifica siempre como una distancia entre las expectativas que las personas abrigan y la experiencia a la que acceden. Esas expectativas que chocan con el muro mudo de la realidad no son fruto ni de su imaginación, ni de la ideología, ni de la retórica partidaria. Son el resultado de la misma estructura institucional ahora en crisis. La pregunta clave del tiempo que viene es entonces la siguiente: ¿cuáles son las expectativas de los chilenos y chilenas que no encuentran reconocimiento en la experiencia?

Si es una generación la que acabó triunfando, no cabe duda de que esas expectativas son de mayor autonomía, no menos; de expresión individual y no de pertenencia colectiva; de desempeño individual y a la vez de protección frente al infortunio.

Por ahora esta mayoría parece un rostro sin facciones. La tarea de los partidos, de izquierda y de derecha, es trazar un dibujo de ese rostro de manera que esos millones se reconozcan en él. (El Mercurio)

Carlos Peña

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