El salto prodigioso-Orlando Sáenz

El salto prodigioso-Orlando Sáenz

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He seguido atentamente, desde que conocí la primera, todas las intervenciones públicas del Alcalde de Recoleta Daniel Jadue, y eso no porque se haya convertido en precandidato oficial del Partido Comunista a la Presidencia de la República, sino porque hubo momentos en que creí ver en él la prueba de que uno de mis postulados políticos estaba equivocado. En efecto, una tesis que he planteado en varias reflexiones anteriores es la de la incapacidad evolutiva del comunismo ortodoxo, impuesta por la rigidez de sus dogmas, pareciéndome evidente que algunas declaraciones del Sr. Jadue podían demostrar la aparición de militantes capaces de producir un comunismo verdaderamente apto para convivir en una democracia.

Por lo demás, no cabe duda que este alcalde era y sigue siendo una figura atípica dentro de su partido. De sólida formación humanista (fue seminarista y es arquitecto), es culto y articulado, lo que lo aleja, desde luego, del fanático irracional que es arquetípico de su tienda política. Pero es su prodigioso salto del monoteísmo humanista al materialismo ateo del marxismo provocado por la actuación del padre Hasbún lo que lo convierte en un ser singular en relación a todo el resto de la humanidad. No creo que sean muchos los capaces de ese salto, sobre todo cuando el repudio a la supuesta insensibilidad de un sacerdote ante la violación de los derechos humanos termina en el ingreso a un partido nacido a la sombra de los peores genocidas que conoce la historia como fueron Lenin, Stalin o Lavrenti Beria. Renegar de Dios para abrazar a Marx supone una conciencia tan retorcida y elástica que pocas veces se da en nuestra humana especie.

Pero, como yo no soy ni psicólogo ni psiquiatra, dejo a esos especialistas el asomarse al insondable abismo que sospecho en la conciencia del Sr. Jadue, para concentrarme en el mucho más modesto salto desde la posición de presunto reformador del comunismo hasta la rendición incondicional frente a la ortodoxia tradicional que tuvo su consagración con la acordada perpetuación por otro eón de la presidencia de Tellier en el PC.

Ya hice notar que, en sus primeras apariciones en el papel de político a nivel nacional, Jadue tuvo expresiones que podían hacer pensar en un movimiento dentro del PC que bregaba por instaurar un neo-marxismo capaz de progresar en una sociedad democrática. Dejando provisionalmente de lado la trascendental cuestión de si tal marxismo democrático es posible, lo cierto es que si ese movimiento existió, pronto fue aplastado por la reacción ortodoxa que culminó triunfalmente en la ratificación de la tradicional política de desdoblamiento y la confirmación para largo plazo de Tellier como conductor de ella. A eso se sumó, con menos estruendo, el regreso de Jadue al centenario discurso que dicta la inamovible doctrina del marxismo–leninismo.

Su armisticio personal lo firmó nuestro personaje en la alocución con que complemento el lanzamiento de un libro de su autoría.  En esa alocución renunció a toda posibilidad de plantear algo inteligente en materia económica para un país democrático, repitiendo, al pie de la letra, el archi fracasado discurso económico que le ha provocado a los comunistas más de un siglo de sonados fracasos en el gobierno de los desdichados países que han caído bajo su control. Y esta abdicación la hizo, además, escoltado por las figuritas que en el PC hacen el papel de “Ángeles de Charlie” de la caduca dirección superior del partido.

Los discursos económicos de los comunistas ortodoxos, aunque más predecibles que los eclipses solares, son aleccionadores porque ponen en evidencia las razones de sus nunca desmentidos fracasos en la conducción de gobiernos. Se componen siempre de dos partes: una dedicada a descalificar lo que, en su primitivismo, llaman “sistemas neoliberales”; otra dedicada a adjetivar los sistemas que ellos postulan. En el capítulo de la descalificación de lo vigente, engloban en el término “neoliberal” a todos aquellos que basan su dinámica en el libre emprendimiento. Pero ocurre que, en los seis mil años de historia conocida, la humanidad no ha encontrado ningún sistema de desarrollo eficaz que no se base en la creatividad y libre iniciativa de los habitantes de las naciones de que se trata. Hay que disponer de una audiencia muy primitiva para convencer de esa crítica que considera fracaso económico a todos los países prósperos que existen o han existido. En el segundo capítulo, que es el más difícil para ellos, dibujan el sistema de conducción económica que propician con solo adjetivos tales como “justo”, “solidario”, “igualitario”, etc. Desgraciadamente para ellos, la economía es una ciencia que se expresa en números y plazos y, para la cual esos conceptos abstractos no significan nada.

Este discurso standard, hecho para convencer, lo que en realidad hace es explicar por qué los gobiernos comunistas ortodoxos son siempre, y sin excepciones, un fracaso económico. Los dogmas de la lucha de clases y de la plusvalía del capital convierten a los gobiernos comunistas en enemigos de la libre iniciativa y, con ello, carecen del más poderoso motor del desarrollo económico que la humanidad ha concebido. Lo tratan de reemplazar con una híbrida combinación de economía centralmente dirigida y de capitalismo de estado que, al estar necesariamente administrada por burócratas sin incentivos, inevitablemente termina empantanada en la ineficiencia y la corrupción.

Más aún, como la economía de libre iniciativa es la expresión natural de la democracia representativa, la supresión de aquella conlleva a la destrucción de ésta, como ha ocurrido siempre que el poder político cae en manos del comunismo. Esas son las consecuencias inevitables que han tenido todos los gobiernos comunistas que han existido en muchas partes del mundo durante ya más de un siglo. Es que el poder cegador de los dogmas marxistas le impide a los comunistas comprender la insaciable sed de progreso que anida en el ser humano y que también les impide comprender que el capital es siempre trabajo ahorrado.

Estoy plenamente consciente de que estas reflexiones a propósito de Daniel Jadue no completarán su coherencia mientras no se responda a dos preguntas trascendentales: ¿Es posible un comunismo democrático y con libre emprendimiento? ¿No está demostrando China que un régimen comunista puede ser económicamente exitoso? Pero esas respuestas exigen un espacio de que aquí no dispongo, de modo que serán materia de otra reflexión.

Sin embargo, ésta podría servirle al Sr. Jadue para considerar el precio que tendrá que pagar por su retorno a la ortodoxia cerradamente cultivada por su partido, y ello pese a su calidad de cisne nadando con una bandada de patos. Por ese camino su candidatura presidencial se convertirá en anécdota comparable con la del cura de Catapilco y terminará transada por un par de Gutiérrez más en la Cámara de Diputados que, como la actual, se parecerá más a “Las Águilas Humanas” bien rentadas que a un cuerpo legislativo responsable.

Este no es destino digno para un hombre capaz de saltar del seminario al PC.  Y si Jadue no me cree, no tiene más que leer una biografía de alguien que lo precedió en la hazaña: un georgiano de nombre Iósif Vissariónovich Dzhugashvilique por su maestría en la tiranía y el genocidio se ganó el sobrenombre de Stalin, que por eso alude al acero. (El Líbero)

Orlando Sáenz

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