El peso de la cultura en la campaña presidencial

El peso de la cultura en la campaña presidencial

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Dentro de los varios fenómenos de los últimos treinta años, uno de los más relevantes es el cambio cultural. No se trata, desde luego, de cambios en la llamada alta cultura, sino de transformaciones en la forma en que las personas se perciben a sí mismas y su peripecia vital y la manera en que incorporan a su propia experiencia la existencia de los demás.

Ese factor cultural tiene un peso muy importante en la política.

Una política, o una posición política, que niegue a las personas la forma en que ellas se perciben a sí mismas, que resulte contradictoria o inconsistente con lo que suele llamarse el mundo de la vida, que niegue aquello que las personas juzgan espontáneamente como correcto, es una posición política que muy difícilmente alcanzará la adhesión de la mayoría. Y es que las personas esperan de la política no solamente mejorar sus condiciones materiales, sino que también esperan el reconocimiento de sus trayectorias vitales y especialmente de la forma en que ellas las conciben y las reconstruyen en su memoria.

¿De qué forma habría que evaluar las candidaturas de Boric y de Kast cuando se las considera en esa dimensión?

Ambas tienen defectos severos. Y debieran corregirlos.

El discurso de Boric, desde luego, al tener una mirada demasiado sombría respecto de las últimas décadas y la modernización que entonces se desató, arriesga el peligro de alejarse de esos millones de personas que en ese mismo lapso cambiaron de manera muy radical sus condiciones de existencia y su perspectiva familiar. Los grupos que accedieron al consumo, que incorporaron en su perspectiva la educación superior para sus hijos, y que abrigan en su memoria familiar un pasado de pobreza, reconstruyen esa trayectoria como el fruto de su esfuerzo y de su desempeño. Es probable que esos grupos no se vean a sí mismos como parte de un pueblo abusado o maltratado, necesitado de redención como, sin embargo, el discurso de Boric tiende a veces a describirlos. Al cargar demasiado las tintas en su crítica a la trayectoria de Chile, arriesga devaluar la trayectoria vital de millones de personas que cuando recorren con la memoria los últimos treinta años de su propio quehacer, se sienten invadidos por el orgullo. Encarar los defectos de la modernización no debe impedir el reconocimiento de la historia de esos grupos y la forma en que ellos la reconstruyen. Esto es lo que hace erróneas las declaraciones del alcalde Jadue, cuando atribuye a esos grupos un individualismo egoísta. Esa calificación meramente moral niega el reconocimiento de la forma en que esos grupos se conciben a sí mismos.

El caso de Kast es similar, aunque en otra dimensión del mismo problema.

Porque lo que le ocurre al candidato Kast o a su discurso es que está puesto de espaldas a la individuación y la creciente autonomía de las personas. La idea de que cada uno es un agente de su propia trayectoria y que tiene derecho a escoger un proyecto de vida y empujarlo sin que ello deba ser interferido por los demás o por el Estado, ha permeado la subjetividad de las personas en Chile. Se puede llamar a esta dimensión del problema secularización. Las personas ya no creen que el Estado deba promover un solo tipo de vida personal o familiar como intrínsecamente mejor o superior a otro. No es que no abriguen la convicción de que hay formas de vida mejores y otras peores, solo que no piensan que sea labor del Estado o de la política promoverlas. Ellas deben quedar entregadas a la libre interacción de las personas y el Estado ser, en principio, neutral frente a ellas. La diversidad de formas de vida plantea un desafío intelectual y político al conservadurismo que el candidato Kast hasta ahora no logra resolver. Para hacerlo no basta con rechazar las declaraciones del diputado Kaiser. Si ese conservadurismo tosco se mantiene, es poco probable que logre para sí la adhesión de la mayoría.

Ambos, Boric y Kast, están atrapados en la comprensión que tienen de las transformaciones que Chile ha experimentado. El acento generacional del discurso de Boric tiende a devaluar la trayectoria vital de los nuevos grupos medios que la modernización, defectuosa y todo, hizo posible; las convicciones morales de Kast en torno a la mujer y la familia, le impiden atender a la diversidad que ha florecido estos años, a esas múltiples formas de vida que reclaman igual respeto y consideración.

Suele creerse que las elecciones se relacionan ante todo con la economía (de ahí la popularidad de la frase atribuida a Clinton y la importancia que se atribuye a la incorporación de expertos a la campaña). Pero en momentos de desasosiego como los que vive Chile es la dimensión de la cultura la que se torna más relevante. Y a ella no se atiende con expertos, sino con un discurso empático, capaz de conferir verdad a la forma en que las personas han llegado a concebir la existencia.

Carlos Peña

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