El pecado de Foucault

El pecado de Foucault

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Es el intelectual francés que cada cierto tiempo publica algún libro que se vuelve un best seller, para luego ocupar un espacio privilegiado en las bibliotecas importantes y reposar hasta que llega otro texto del autor. Nos referimos a Guy Sorman.

Sorman recuerda un hecho del que fue testigo presencial en 1969 y en el que Michel Foucault le pagaba a niños para tener relaciones sexuales. Cuenta, además, que en Túnez, donde este hecho tuvo lugar, el pueblo de Sidi Bon era un paraíso de los pedófilos, pues los niños aceptaban este comercio con toda naturalidad. Recuerda que otros niños se molestaron con Foucault por no haberlos elegido. Sorman lo acusa de ser pedófilo en The Sunday Times porque, obviamente, niños de alrededor de 9 a 10 años no deciden libremente, por lo que se trata de abusos sexuales. Para más morbo, ocurrió en la Semana Santa de ese año y las prácticas sexuales se efectuaron en el cementerio.

Estos son los hechos. Pero la pregunta es por qué Guy Sorman habló 52 años después. Posiblemente porque hubo testigos, incluso periodistas. El mismo denunciante, en ese entonces de 25 años, se inhibió de hacerlo y atribuyó el silencio de los demás a la fama del autor y a la permisividad de los medios en ese entonces. La prensa sajona se habría dado un festín, la prensa francesa no.

El habernos enterado de estos hechos nos plantea un dilema: cómo evaluar la obra del autor, la desechamos por completo o la separamos de su conducta.  El dilema viene desde Aristóteles que absuelve la obra de la conducta abyecta, de la persona, como si la obra no fuera resultado de la conducta.

Leí a Foucault siendo egresado de Sociología, en círculos pedagógicos, filosóficos y entre sus colegas psicólogos, quienes luego se interesaron en otros temas: Más tarde, los sociólogos lo empezaron a considerar en sus tesis como referencia y poco después me tocó corregir trabajos en que era el único autor. Nunca lo consideré sociólogo. Lo primero que leí fue “Que es la Ilustración”, en una versión infame y como clandestina de una editorial artesanal argentina. Leí en la Editorial la Piqueta y más tarde en Fondo de Cultura Económica “Las Palabras y las Cosas” y “La Historia de la Sexualidad”. Considero las dos primeras obras brillantes, los tres tomos de la sexualidad decepcionantes, también la igualación de la escuela a la cárcel me parece excesiva, aunque comparto el razonamiento implícito, pues, para un autor bastante barroco y de calidad literaria, por estética habría preferido otros casos ejemplares.

No estoy por excluir a Michel Foucault del debate intelectual, así que espero que sus partidarios no se atrincheren defendiéndolo y tampoco que sus opositores quieran expurgarlo anacrónicamente, considerando que la legislación francesa es bastante imprecisa ante los delitos de carácter sexual con menores.

Nunca fui foucaultiano, pero reconocí en él una obra muy desafiante intelectualmente, aunque no su metafísica –él repudiaría esta expresión– pues el ser no tiene fundamentos, una metafísica de la nada.  No creo que toda relación social sea reductible al poder, si bien es cierto que toda interacción es una relación de poder. Pero la microfísica del poder produce una parálisis que impide todo cambio; las transformaciones a lo largo de la historia surgen de manera imprevista, como el hombre (según él) que no tiene presencia antes de la modernidad. Sí, allí es cuando surge el hombre, no el hombre moderno; su tesis de la construcción social constante de la realidad, la que no tendría ningún punto de estático, es una exageración; no se podría entender la historia sin encontrar rasgos constantes.

Pero Foucault tiene un texto que lo exculpa. Es una conferencia que se publicó con el título “El Autor”. Allí sostiene que una vez producida la obra esta se autonomiza del autor, ya no le pertenece y puede ser entendida como un artefacto más, por los lectores. Lo hace citando a múltiples autores, lo que permite calibrar su gran cultura. Foucault es, pues, el divulgador más importante del relativismo cognitivo, del deconstruccionismo que profundizará su discípulo Jacques Derrida. (Red NP)

Rodrigo Larraín, Académico Universidad Central

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